Los extravíos de Mendizábal
Ayer en la tarde me quedé solo en la librería, aunque lo de la soledad es una cuestión relativa, ya que todos los días estoy rodeado de casi 10 mil libros.
Prendí un Pall Mall rojo y avancé Jusep Torres Campalans, el maravilloso título de Max Aub que vengo leyendo en los últimos días. No abandoné las páginas en casi una hora. Cuando levanté la mirada, mi campo de visión quedó involuntariamente concentrado en los anaqueles en los que se ubican los libros de poesía peruana. No tardé mucho en darme cuenta de que Westphalen, Moro, Vallejo, Ramírez Ruiz, Cerna, Verástegui, Pimentel, Moreno Jimeno y demás estaban mal acompañados. Me acerqué y estudié la situación. Y decidí reordenar todo, lo cual me llevaría no solo a mover los libros de poesía, sino también los de narrativa y ensayo made in Perú.
Me esperaban horas y horas de intenso trabajo físico y mental. (Si se piensa que ordenar libros es fácil, es porque jamás se ha tenido un puto libro en la vida.)
Toda la poesía peruana pasaba fugazmente por mis manos. Me encontraba imbuido en estos menesteres cuando llamó mi atención un pequeño libro artesanal. Lo cogí y reconocí al autor, Bruno Mendizábal. Pero recordé que no lo había leído, ¿o sí? A lo mejor no ha pasado por mis armas este texto del Ricardo Piglia de la Residencial San Felipe, pensé.
Buen momento (pretexto) para descansar. Prendí otro Pall Mall rojo y me sumergí en Extravío personal (Edición de Autor, 2007).
En principio, EP tiene todas las características del dietario. Pero a medida que avanzaba, me di cuenta de que no solo me enfrentaba ante un registro que se nutría de la experiencia literaria (lecturas y afianzamiento de la vocación), sino ante una suerte de ajuste de cuentas de Mendizábal con su memoria y con su vida, sin necesidad de apelar a recursos que ayuden a travestir la esencia de su realidad, tal y como puede leerse en algunos compañeros generacionales (80, en especial), que en este tipo de escritos de aliento testimonial, felizmente publicados en revistas que nadie lee, se pintan como lo que no son.
Mendizábal dice mucho en pocas palabras. Cada uno de los 20 fragmentos narrativos que componen la publicación, encierra caminos ocultos, claves y guiños por doquier. Hay pues una nervio discursivo que remueve e incomoda al lector, ya sea cuando el poeta nos relata sus años adolescentes consagrados al ajedrez; o con sus recuerdos del amigo que se suicidó; más el tardío descubrimiento del sexo con amor y, para los que aún no lo sabían, sobre su paso como compañero de ruta de Kloaka. Estos breves pincelazos cargados de poesía, lo aseguro, destilan una honestidad brutal.
No sé, ni me interesa, cuáles hayan sido las razones que impulsaron a Mendizábal a publicar este librito. Lo más probable es que lo haya hecho para ser leído por sus amigos. Nada más.
En la sencillez y franqueza descansa la grandeza de Extravío Personal.
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