Más que un policial
Publicado en el segundo
número de Estante.
…
Segundo martes de
febrero de 2005. Me encontraba con el
editor David Abanto y los poetas Carolina Fernández y Miguel Ildefonso en el
café Domino´s de La Plaza San Martín. Eran las seis de la tarde y teníamos en
nuestra mesa a Miguel Gutiérrez, a quien entrevistaríamos para el primer número
de la revista “Pelícano”. Antes de empezar la grabación, conversamos de
literatura. Entre las cosas que dijo el narrador, pervive una que deberíamos
tomar en cuenta: “Cuando un escritor es bueno, tarde o temprano se le
reconoce”.
Quién mejor que él, que
sabía lo que decía. Si hay algún escritor peruano a quien se le ha intentado
acallar, ya sea por razones políticas e ideológicas en especial, ese es pues
Gutiérrez. Sin embargo, el tiempo ha sabido poner las cosas en su lugar. Hoy en
día su reconocimiento es, con toda justicia, unánime. Y aunque suene a consigna
manida: es hora de que se haga conocido más allá de nuestras fronteras.
A la fecha es el autor
estrella de Alfaguara Perú. Su novela anterior, Confesiones de Tamara Fiol, fue elegida como la mejor de 2009. Y la
última, que comentaré a continuación, se impuso como la más destacada del año
pasado, Una pasión latina.
Una
pasión latina no es ajena al derrotero de la poética
del autor. Si hay un género del cual ha hecho uso, ese es precisamente el
policial. Lo vemos en Hombres de caminos,
Babel, el paraíso, Poderes secretos y El mundo sin Txótchil. Sin embargo, este recurso es solo un
pretexto, ya que la presente novela sobrepasa el mero género, creándose una
atmósfera ideal que consigue proyectar el sentimiento de culpa y redención entre
los personajes centrales Nolasco Vílchez y Artimidoro Correa. Gutiérrez no solo
se solaza con una trama interesante, ya que esta es superada por la interacción
entre todos los personajes. Y me quedo con el perfil de Artimidoro, cobarde y pusilánime
que lo asume la vida desde la distancia, mostrando solo un mediocre compromiso
para con sus supuestas convicciones políticas, ideológicas y éticas.
El narrador de la
historia, Artimidoro, nos relata los motivos que llevaron a su conocido Nolasco
Vílchez a masacrar a su esposa norteamericana Karen Spiegel. Al mismo estilo
que los narradores del policial-enigma, Artimidoro reconstruye la vida de
Vílchez. En esta empresa intentará encontrar el “motivo” que configuró el sino
del asesino. Ahora, Gutiérrez, sabedor de los meandros del policial, parte de
la indagación biográfica para arribar a su tópico recurrente: lo social. Por
eso la novela es también un acercamiento a los años de la violencia política
peruana (a lo que acaeció en Ayaucho en especial), al racismo y el arribismo.
Gutiérrez es dueño de
una obra impresionante. Una pasión latina,
firmada por otro autor, sería considerada una novela consagratoria. Pero a
Gutiérrez le pasa lo que a los grandes: tiene columnas lo suficientemente
fuertes (La violencia del tiempo, título
que fácilmente se ubica entra las cinco mejores novelas peruanas del siglo XX, La destrucción del reino, El mundo sin Xótchil), cuyas sombras se
hacen sentir en lo último que nos viene entregando.
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