Diarios de Sontag
Hace ya varios (muchos)
meses, mi buena amiga Rocío Fuentes me
prestó, ni bien llegó de Buenos Aires, este título póstumo de Susan Sontag (1933
– 2004), Renacida. Diarios tempranos,
1947-1964 (Mondadori, 2011). Como aún no me pide el libro, lo estoy
cuidando como si fuera mío.
Tenía buenas
referencias sobre esta primera entrega de los diarios íntimos de quien en vida
fuera una más que atendible narradora y, por sobre todo, una excelente
ensayista comprometida, es decir, consecuente con las ideas de las que escribía
y defendía.
Hasta hace no mucho,
mis lecturas estuvieron centradas diarios de escritores, pasaron por mis armas
muchas plumas, desde las clásicas a las contemporáneas; por ende, tener en
manos los diarios tempranos de Sontag, fue, en un inicio, una especie de
ansiedad consumada, de respiro aliviado. Pero esta suerte de tranquilidad
festiva no tardó en ataviarse de desazón. En otras palabras: esperaba más,
mucho más, de Renacida.
Más o menos podemos
rastrear esta decepción desde el prólogo. David Rieff es el encargado de
explicarnos la razón de la publicación de los diarios de su madre. Por momentos
peca de solemne, de especulativo en cuanto a haber respetado o no su voluntad. En
más de un tramo de su texto nos dice que fue decisión suya que estos escritos –que
en total suman más de cien cuadernos- vean la luz.
Pues bien, estamos ante
una Sontag en búsqueda de la experimentación sexual y la voracidad lectora, en
especial. Son diarios de juventud, en donde percibimos una personalidad
inmadura y curiosa. Además, es posible rastrear en ellos una apuesta moral por
el “otro”, un compromiso llevado a la praxis, de querer hacer algo ante tanta
injusticia e indiferencia, sin importarle si vaya sola o no en la empresa. Como
también su recurrente cobijo en el arte y la literatura (los guiños a Thomas
Mann, por ejemplo, son radiactivos). Sin embargo, Rieff hubiera ordenado mejor
este legado. La coherencia estructural resulta flojísima, lo cual sorprende
porque tuvo el tiempo suficiente de articular los textos, pudiendo pues
deshacerse del ripio, del hueso… Son tan pero tan redundantes que el lector
tiene que bregar más de la cuenta para dar con los contadísimos instantes de
revelación que nos remite a la mejor Sontag.
Sabemos que vendrán dos
entregas más, y definitivamente esta primera quedará en el olvido. Fácilmente
pudo acoplarse con el próximo tomo de los diarios, lo que da pie a la sospecha
razonable sobre el verdadero motor de su hechura: el factor comercial. Factor
comercial que la misma Sontag hubiera desechado gracias a su conocida autoexigencia
que prodigaba en su obra. Era demasiado estricta y perfeccionista que ni
siquiera pasaba por alto las cartas institucionales que escribía al vuelo.
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