domingo, julio 15, 2012

Salvaje algarabía




Días atrás llegó a la librería un lector chileno. Buscaba un libro sobre Roberto Bolaño editado en Perú. El único que se me venía a la mente: Para Roberto Bolaño de Jorge Herralde, publicado en estas tierras por Estruendomudo. Sin embargo, ese no era el que deseaba, sino uno que tenía como autora a una crítica literaria.

El lector chileno se quedó buen rato. Estaba interesado en algunos autores peruanos. Leía título por título a medida que recorría los lomos. Mientras tanto, Yesenia y yo afinábamos la táctica de búsqueda de unas revistas traspapeladas. En eso estábamos, cuando el amigo del sur lanzó una pregunta.

En apariencia su inquietud parecía sencilla. Luego de una fugaz introducción sobre la influencia de Bolaño en la narrativa argentina y chilena últimas, quería saber si había publicaciones peruanas que al menos recogieran el espíritu de la poética del hacedor de Estrella distante. No lo pensé mucho y le hablé sobre Poesía en rock y País sin nombre. Sobre  Rosas Ribeyro le conté el dato de la famosa foto de Bolaño con los Infrarrealistas. Y del experimental libro de Buco e Yrigoyen, el del encuentro de Verástegui con Paz, que lo relata el mismo Rosas Ribeyro, y que motivó el odio del entonces joven Bolaño hacia el autor de En los extramuros del mundo.

Me gustó la conversa. Aireó más mi pasión bolañesca, la cual creía que ya no exhibía los fuegos de antes. No es lo mismo acercarse a Bolaño de joven, o relativamente joven, que de adulto o adulto que coqueta con la fase cuatro. Lo leí por primera vez en el 2002, y lo hice con una publicación medular: Los detectives salvajes (quizá la única novela latinoamericana contemporánea que puede hacerle el pare a las novelas del Boom). Conocí este libro de prestadito, gracias a la generosidad de Erika que trabajaba en La casa verde. Un año después me hice de mi propio ejemplar en El Virrey del Centro de Lima.

Se ha anotado hasta el cansancio sobre el hechizo que genera la prosa de Bolaño en los lectores, en especial jóvenes. Algo parecido dijo José Miguel Oviedo en el primer artículo sobre el autor que se publicó en Perú, en 1999 si la memoria no me trampea, a razón de Los detectives… y Llamadas telefónicas. En este sentido quiero ser justo, puesto que reconozco que sin ese texto de Oviedo, no hubiera germinado en mí las ansias por acercarme a ese escritor que sin leerlo ya me llamaba la atención. Al menos, durante algunos minutos, me olvidaré de su argolla y del daño que le ha hecho a la literatura peruana contemporánea con sus antologías que son muestras de sentimientos menores y rencores ridículos.

Bolaño murió hace nueve años (2003), precisamente un 15 de julio. No tengo ánimos para referirme a lo mucho que todavía se escribe de él. Hay gente más preparada en la materia, algunas dedicadas con seriedad y respeto, y más de una por vergonzante interés, porque les conviene (y convenía) subirse a la moto Bolaño. Pues bien, lo que nunca dejará de seducirme es la imagen que este proyectaba, cuya sombra a más de uno ha vuelto un adicto. Para asimilar la imagen de Bolaño, se requiere de mucha voluntad testicular. Con mayor razón en épocas como esta, en la que todos, gracias a las redes sociales, se alucinan escritores y poetas destinados a la perdurabilidad, haciendo suya la consigna de no quedar mal con nadie, imperando el saludo hipócrita y la sonrisita diplomática.

Pese a que Bolaño no era una buena persona (pueden decir lo contrario quienes lo conocieron de verdad), o quizá exagere y deba quedarme con el calificativo de patán, nunca dejó de mostrarse consecuente con su discurso, el ajeno a su narrativa y poesía. Bolaño fue siempre un marginal; y tan cierto como ello fue su afán por conseguir fama y reconocimiento, aspectos totalmente lícitos cuando se es dueño de una obra sólida y fresca como la suya.

1 Comentarios:

Blogger Nelson dijo...

También conocí a Bolaño por "Los detectives salvajes". Fue un descubrimiento haber encontrado esa prosa tan fresca, tan fluida (sin embargo, muy trabajada). Es un escritor al que hay que recurrir, sin duda.

10:26 p.m.  

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