Disparando balas
Desde hace algunos
meses tengo acceso a los últimos números de la revista española Quimera. No es
que vaya como loquito buscándola. Digamos que es una publicación importante y
digamos también, aunque muchos lo saben pero callan por estrategia mediática,
soberanamente argollera.
En realidad, lo que
principalmente hago con Quimera es picar, me quedo con lo que me interesa. Y si
no fuera porque me encontraba sin nada que leer, en uno de esos días en que
tienes hacer trámites durante horas y que justo en ese bendito día te olvidas
la novelita que estabas leyendo, no hubiera devorado las 84 páginas de la
edición 347 (octubre del presente) de la revista, que a diferencia de las
anteriores, no es para nada convencional, que en vez de apostar por rutas
recorridas, como reportajes, reseñas, entrevistas y cuentos, nos presenta un
documento, una conversa, entre cinco escritores españoles, cuyas edades
fluctúan entre los 30 y 40 años, aparecidos a partir del 2000. O sea, esta
Quimera está dedicada exclusivamente a Pilar Adón, Álvaro Colomer, Mario Cuenca
Sandoval, Elvira Navarro y Alberto Olmos.
No es necesario
explicarlo. Lo más probable es que casi a nadie, a excepción de la lectoría
recurrente española, haya leído a estos autores. Pues bien, resulta interesante
e inquietante leer la conversa ‘Los que pensáis en la posteridad estáis todos
muertos’, dividida en “Lo que nos dicen qué tenemos que escribir”, “Lo que nos
llega de fuera”, “Las cosas que se pueden escribir”, “Los muertos que
critican”, “Lo que compran o roban los libros”, “Los que nos preocupamos por el
prestigio”, “Los que hacemos el ridículo”, “Los que nos editan”, “Los que nos
interrumpen” y “Los que hablan de géneros”. Este quinteto de plumas argumenta,
polemiza, brinda esperanza y dispara harta bala; en sus palabras, sobre todo
cuando hablan de sus poéticas, se nota la satisfacción, la frustración, la
molestia y las ganas de seguir en el ruedo a pesar de todos los óbices que hoy
en día presenta el mercado del libro español.
Algún despistado podría
decir que lo que dicen no se ajusta a la realidad del circuito literario
latinoamericano. No es lo mismo pasar los días en los camerinos del Barza que
en los del Sport Boys. Sin embargo, no estamos tan alejados de la realidad que
retratan, total, el oficio literario se suscribe únicamente al escrutinio de
las palabras y lo demás es asunto accesorio. Sin embargo, ese “asunto
accesorio” es lo que hoy en día le está ganando terreno a la hechura de una
poética que solo tenga que responder por sí misma. En este sentido, estos
escritores se visten de gladiadores y arremeten sin importar de quién estén
hablando, por más poder e influencia que pueda tener el aludido. Y arremeten
porque conocen lo que es el iniciático reconocimiento, lo que es ser reseñado
en medios importantes, entrevistados a toda página y porque conocen los tejes y
manejes que conspiran en pos del silenciamiento de un autor y su obra.
Mientras los leía, no
me sentía tan solo. O sea, cuando hablo con mis contemporáneos suelo decirles
que no se “preocupen” por la difusión de su obra, por un posible fichaje en una
editorial grande, ya que el “momento” llegará, si es que lo que escriben vale
la pena, y que el mundo de la literatura es una auténtica ruleta. Claro, no es
que me pinte de consagrado ante ellos, ni mucho menos de guía espiritual.
Ocurre que los años no pasan en vano, uno ya sabe del movimiento de la vida
literaria, en mi caso: la peruana, tan carcomida de basura, en donde se nos
intenta presentar como importante lo que no es. Tenemos autores que gozan de
una prensa aplastante, pero que reciben el chicotazo del lector recurrente, no
turista, que los premia con 25 puntas en sus presentaciones. Tenemos autores
que antes de dedicarse a la “carrera literaria”, porque eso es lo que hacen,
carrera, como si fuera una competencia de hienas, debieron preguntarse desde el
principio de sus tiempos si lo que querían era ser famosos o sencillamente
buenos escritores. Tenemos autores capaces de todo con tal de una reseña o
entrevista, y cuando lo consiguen, bien que quedan callados ante la poca
importancia que genera en el lector recurrente (siempre el lector recurrente)
y, por qué no, en ciertas ocasiones el lector turista, la reseña y la
entrevista, porque lo que se dice de sus libros y lo que estos dicen de los
mismos, no se ajusta al duro juicio de quien se atrevió a abrir sus páginas.
Tenemos autores que se orinan de miedo con el boca-oreja, que no es más que la
verdadera encuesta que podría darse de un libro. Por eso tenemos tanto inflado,
sobrevalorado. Tenemos autores que prefieren la fama de los medios al
reconocimiento del lector.
Por supuesto, hay
muchísimo más para interpretar de lo que declara este quinteto. No exagero:
estamos ante un documento perdurable. Y antes de irme a almorzar, no puedo
dejar de decir que esta edición de Quimera es la mejor desde que Jaime
Rodríguez Z. es su director. Ahora sí la hizo. Vale.
1 Comentarios:
Saludos, Gabriel. Me alegra que te haya gustado la tertulia. Siempre es agradable comprobar que las palabras de uno tienen interés para otros autores.
Un abrazo:
Alvaro C.
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