El policía bueno
Llevo algunos días
perdido de las noticias locales, a las justas sigo la fase oral de los abogados
peruanos en La Haya, así que cogí periódicos pasados y también empecé a
recorrer los archivos de sus respectivas páginas web, aprovechando pues que me
quedo en casa debido a la única persona capaz de quebrarme el alma, mi abuelita.
Quizá más de uno frunza
el ceño, pero en mi modesta opinión, El Búho es uno de los mejores columnistas
de este país. Lo podemos encontrar de lunes a viernes en la última página del
diario El Trome. Así es, recurrente lector hormonal, lo encontramos al lado de
La Malcriada del día.
En una de sus columnas,
El Búho da cuenta de las bandas de policías corruptos que vienen operando en la
capital y a la vez hace un ejercicio de memoria cinéfila y nos brinda dos grandes
ejemplos de policías delincuentes, que más de uno debe recordar. El capitán
McCuskey de El Padrino y el jefe de
la división antinarcóticos, el “Gringo” Mel, de Caracortada. Curiosamente, ambos son asesinados por dos personajes,
obvio, distintos (Michael Corleone y Tony Montana) pero encarnados por el mismo
actor, el más grande de todos, el maravilloso chato Al Pacino.
No lo pensé dos veces,
busqué y busqué una determinada película policial. La tenía febrilmente en la mente y la encontré
luego de un cuarto de hora de cargada intensidad.
La tradición de
policías malos en el cine es rica y variada. Tenemos de todo, y me puse a
pensar en los otros, en aquellos guiados por el halo romántico de justicia,
siendo el balance pobrísimo. Los policías buenos son escasos, no llaman la
atención, escapan a la tiranía de nuestra memoria. Sin embargo, hay uno que se
mantiene en ella, Frank Serpico, de la película Serpico (1973) del maestro Sidney Lumet y protagonizada por el
chato maravilloso.
Si bien podemos estar
de acuerdo en que no es el mejor papel de Pacino -mucho menos el más difícil,
aunque si habláramos de Cruising
(1980) de William Friedkin, en donde interpreta a un policía infiltrado en el
mundo gay de San Francisco, podríamos llegar a un tácito acuerdo-, sí ante uno que
encapsula su gran crisol histriónico.
Frank Serpico es un
policía que recibe un balazo en la cara en un atraco a un narco de poca monta.
Es llevado al hospital y mientras es operado recuerda su trayectoria en el
cuerpo policial. Este fugaz y duro viaje a su pasado lo enfrenta a un enemigo
común: los propios policías. Serpico hace méritos más que suficientes, no solo
como agente del orden, y el toque frívolo: también como sabido conquistador de
mujeres, para dejar de ser un policía de uniforme y ser un detective, su mayor aspiración.
Ya sea como policía y detective, Serpico se resiste a hacer suyo los códigos de
sus compañeros de cuerpo, no acepta el dinero sucio que estos se reparten y a
pesar de las presiones que recibe por parte de los mandamases, se aferra a la
terquedad de su ética y moral. Contado así, podríamos pensar que nos
enfrentamos a un personaje olvidable, pero no, ya sea en la pusilanimidad de su
función, como en la violencia a la hora tratar a los malhechores, somos
testigos de una entereza de carácter. Por eso Serpico es lo que es: un
hombre de carácter. Un policía bueno que hoy en día no encontramos ni en la ficción.
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