lunes, abril 29, 2013

'Poesía en Rock. Una historial oral. Perú 1966 - 1991'




 


 

Una de las publicaciones peruanas de estos últimos años que indudablemente sobrevivirá, por lo menos, un par de décadas más, es, sin duda alguna, Poesía en Rock. Una historia oral. Perú 1966 – 1991, de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen.

Reconozco mi entusiasmo, justificadamente excesivo, para con esta publicación. En primer lugar, los autores son muy amigos míos. Y en segundo, y no creo que esté mal que lo diga, en su momento hice todo lo posible para que el presente libro sea una realidad, al menos colaboré con un granito arena para dicho fin. Era pues un libro polémico. No sé cuántas veces he vuelto a sus páginas. Hay muchos datos que pueden recogerse de él, como los detalles del famoso duelo entre Antonio Cisneros y Jorge Pimentel, o el encuentro de Enrique Verástegui con Octavio Paz en México. Pero ante todo, es un libro muy divertido.

Pues bien, días atrás volví otra vez a sus páginas. Andaba tras un dato incluido en un pie de página, mi idea no era releer el texto completo, pero lo volví a hacer, quizá llevado por una mirada más calmada, más analítica y con algo de espíritu crítico. Al cerrarlo, me quedé pensando, pensando en lo necesario que resulta su lectura, más aún en estos tiempos en los que la poesía peruana actual transita alegremente en las acequias del olvido; si buscamos en la hojarasca, a las justas podrán encontrarse tres o cuatro alfileres. Pero esto no es lo peor, lo peor es que estamos siendo testigos de la celebración de la mediocridad, la falta de talento, la carencia de lecturas ligada al alarmante desconocimiento de nuestra gran tradición poética.

Desde la primera vez que lo leí, no dejé de resaltar su extraño poder, poder casi mágico de afianzar convicciones, poder que solo muy contados libros pueden transmitir. Uno no es el mismo luego de su lectura. O se es, o no, así de simple es el asunto.

 En principio sería difícil ubicarlo en un género específico. Para mí Poesía en rock es un artefacto, en donde vemos una bien pensada mezcla de registros, en donde entran a tallar el ensayo, la historia, la crónica, el testimonio y la poesía. Si Poesía en rock existe como libro es porque no pudo ser un documental.

Más de una vez he dicho que la década del setenta fue propicia en cantidad y calidad para la poesía peruana. Sin exagerar, son nuestros años maravillosos. Dicha década tuvo de todo. Se vivió la violencia que despertaban los discursos ideológicos y políticos, era pues la cima de la alteración continental proveniente del decenio anterior. Por ello, la poesía que se escribía no era ajena a ese influjo, no era un ejercicio descontextualizado, era como una esponja que se alimentaba de los vientos calientes de la revolución, siendo uno de sus principales nutrientes lo vivido en Mayo del 68 francés, cuando se creyó en el rock, la poesía y la revolución como una sola fuerza capaz de cambiar el mundo.

Durante décadas se ha hablado mucho de la poesía peruana de los setentas y ochentas. Sobre la década setentera tenemos un documento importante, como la antología Estos 13 de José Miguel Oviedo. Pero si tomamos como cierto lo que él dice en su prólogo, tendríamos una visión realmente deformada de lo que ocurrió poéticamente. Ni hablar de lo que se dice y escuchamos en los bares y tertulias. Se hacía necesario tener la palabra de los principales implicados, de los sospechosos comunes. Ellos tenían que hablar. Exponer sus puntos de vista, puntos de vista que abarcan un cuarto de siglo que estamos en la obligación moral de conocer a fondo.

Para este fin, Torres Rotondo e Yrigoyen reúnen a los poetas de los grupos poéticos más representativos de la época. Estación Reunida, Hora Zero, La Sagrada Familia y Kloaka. A excepción del movimiento fundado por Jorge Pimentel, los demás dejaron de ser lo que se suponía tenían que proyectar. En HZ podemos ver una actitud de golpe, una poesía que no solo se justificaba como tal, sino también en la actitud de sus integrantes. Es por ello que los horazerianos marcan la pauta de la historia que se nos cuenta. No es para menos, los testimonios de Pimentel, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui, José Rosas Ribeyro, Roger Santiváñez y Tulio Mora son cartuchos de dinamita encendidos, es Historia Literaria dicha desde la calle y uno se siente parte de esa Historia Literaria, deseando haber podido vivir aunque sea una parte de la misma. Más allá de las contradicciones que puedan tener, más allá de exceso egocéntrico, no demoramos en llegar a la conclusión de que estamos ante las principales voces de nuestra última generación. Así es, como suena, nuestra última generación de poetas.

Mejor que lo expliquen los hacedores del libro: “Escuchen bien. En la tradición poética peruana solo existen tres generaciones, cada una con su propio abanico de propuestas estéticas y sus ecos en poetas posteriores. Tres: no más. El resto son promociones, no ciclos con una propuesta estética cohesionada. La teoría de las generaciones por décadas ha sido institucionalizada oficialmente o por pereza intelectual o para repartir más lotes en el Parnaso de los efímeros egos literarios”.

Hora Zero, sin pasar por alto los valiosos aportes de las otras agrupaciones y los poetas que desarrollaron en paralelo una propuesta poética, como José Watanabe, Abelardo Sánchez León y Manuel Aguirre, es el eje central, la fuerza centrípeta.

¿Pero qué es lo que, en especial, leemos en los testimonios? Recordemos que los protagonistas hablan valiéndose de la memoria, y por más que existan inexactitudes en sus versiones, hasta mezquindades repartidas, y por más que se adornen, yace una creencia en la práctica de la poesía como tal, en asumirla como fin. Es decir, primero la voz poética y luego el reconocimiento y la fama minúscula. Que la mayoría de ellos cayó en la posería, tan frecuente en la juventud (por ejemplo: Verástegui semidesnudo promocionando un libro en Caretas), es innegable. Total, la fama y el reconocimiento son resultados lícitos, y si ellos los obtuvieron tan jóvenes, fue debido a que ante todo se imponía la poética individual y colectiva. Pensaban que sin furia no podía haber poesía. Estaban convencidos de que la poesía es inconformidad. Estas agrupaciones entendieron el mensaje, sabían lo que tenían que hacer, pero solo Hora Zero fue consecuente, hasta el día de hoy.

En el capítulo “Nota de febrero de 2010” nos encontramos con un panorama cruel pero real de la producción literaria peruana. En lo personal, en este punto tengo más de un reparo con Torres Rotondo e Yrigoyen, pero no en lo sustancial. Habría que ser un habitante de Saturno para no darnos cuenta que pasamos nuestro peor momento. No existe discrepancia. La crítica literaria en medios, o lo que queda de ella, está emasculada, incapaz de decir las cosas por su nombre; pero la crítica académica, la llamada a escribir el canon, a cartografiarlo, ningunea a las voces de valía, forjando un discurso guiado por el amiguismo, o sea, mintiendo.  Para esta, por ejemplo, el discurso de la calle llevado a la poesía nace y alcanza su cima en los ochenta, negando, o prestándole poca atención, a lo que se hizo una década atrás.

Como dije, Poesía en rock es un libro divertido. Pero es también uno sumamente incómodo. Aquí hablan sin censura los poetas convocados y sus hacedores exhiben sus urticantes puntos de vista. Sin duda, estamos ante un documento histórico de la literatura peruana contemporánea. Su perdurabilidad no descansa en su excelencia, sino en su imperfección, imperfección que nos lleva a revisar nuestra tradición poética última y así saber, descubrir y redescubrir quién es quién.

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