lunes, mayo 13, 2013

"The Wire. 10 dosis de la mejor serie de la televisión"





 

Este es uno de los libros que durante muchos meses –a lo mejor año y medio-- esperé que llegara a Lima. Cualquiera que haya devorado las cinco temporadas de la serie de HBO The Wire, me entenderá sin más. Y si hay alguien que aún no la ve, pues le sugiero que termine de leer esta columna y vaya tras la serie. Así de simple. Su existencia no es más que un motivo adicional que refuerza una verdad: el extraordinario momento --el mejor, a secas-- de la series de televisión.

Atrás, en el olvido, quedaron las series ochenteras y setenteras, que aparte de exhibir olvidables actuaciones, también hacían gala de un trabajo guionístico soberanamente insultante. No por nada, se dice que los guionistas de hoy son los hijos aprovechados de Dumas, que aprendieron los secretos de las novelas de folletín. Basta revisar los guiones de Mad Men, 24, Breaking Bad, Lost, Los Soprano y, sin ir muy al norte, de la primera temporada de la argentina Epitafios, para quedar absortos con el andamiaje estructural, la documentación enfermiza, en otras palabras: lo medular que resulta la logística narrativa.

The Wire jamás fue concebida para el mero deleite del espectador medio. Para disfrutarla, hay pues que dejar la piel en cada uno de sus episodios, casi del mismo modo de cuando nos enfrentábamos, por ejemplo, a las más crípticas películas de Godard, o para graficarlo mejor: como cuando ingresábamos en los laberintos de Paradiso de Lezama Lima.

Desde que empiezas a ver el primer capítulo de la primera temporada, el asunto tiene todos los visos de ser una empresa imposible de superar. ¿De qué hablan? Para colmo en jerga… Pero al final de la batalla uno queda con la sensación de que ha valido la pena invertir paciencia y sudor, puesto que terminas aprendiendo, y mucho. Sabes por fin cómo se movían las fichas de los sistemas representados, teniendo como única salida la de aferrarte a tus valores para no terminar emputecido. La locación: Baltimore, Baltimore para el mundo entero, en donde no hay personajes buenos, ni personajes malos, todos son iguales.

Eres, sencillamente, otra persona luego de cada temporada. No te confundas, no te sientes una mejor persona. Eres otra persona, muy zarandeada, para ser precisos.

En lo personal, y por más que a un purista le suene a herejía libresca, mis temporadas de The Wire las tengo en los anaqueles de mi biblioteca, al lado de los siete tomos de En busca del tiempo perdido, Moby Dick, Mientras agonizo, El cuarteto de Alejandría, de las obras completas de Chandler, Las ilusiones perdidas… O sea, en las filas de los más grandes.

The Wire. 10 dosis de la mejor serie de la televisión (Errata Naturae, 2010), es a todas luces un invalorable regalo para los fieles y sufridos fanáticos de la serie. Cada dosis viene por cuenta de escritores e intelectuales que también fueron fieles, es decir, hechizados y zarandeados por la podredumbre moral, incoherencia y chispazos de redención de sus recordados personajes, como Lester Freamon, Jimmy McNulty, Avon Barksdale, Omar Little (por cierto, antihéroe favorito de Barack Obama), Stringer Bell, Kima Greggs y demás. Las plumas convocadas para la presente publicación, todas ellas bendecidas por una suerte de fuerza sobrenatural protectora y a la vez amenazante, fueron las de: David Simon, George Pelecanos (imperdible su relato ‘El confidente’), Rodrigo Fresán, Nick Hornby, Jorge Carrión, Iván de Los Ríos, Marc Pastor, Margaret Talbot, Marc Caellasy y Sophie Fuggle. Cada uno de ellos --sin contar a Pelecanos-- de a pocos y sin pudor alguno, va dejando de lado la fría acuciosidad, la objetividad de su discurso, para dar lugar a uno impresionista que ya no puede contener al hincha y seguidor que lleva dentro. Es que no se puede ser objetivo si escribes de esta serie. Ellos lo saben bien, escribir sobre ella es ser parte de la historia de la narrativa visual, es colaborar en su tradición, se sienten importantes, porque se la creen, como tiene que ser.

Me es imposible pasar por alto la introducción de David Simon, el hacedor de la perdurable y gran bestia. “Y, siendo sinceros, The Wire no intentó solamente contar un par de buenas historias; sobre todo, buscó… pelea”. O sea, catalogar a The Wire como una simple serie de policías y ladrones, no es más que una mezquina reducción de su verdadero alcance: The Wire fue política, historia, sociología, antropología, psicología, economía... The Wire se fue por la puerta grande, llegó a la quinta temporada. Simon no cometió los horrores de los creadores de Lost y 24, que por dinero las extendieron cuando ya no tenían más que decir.

Después de cada emisión de los episodios, en especial los de la primera temporada, más de una institución del sistema de Baltimore se sentía contra la pared y con los pantalones en las rodillas. Por ende, no extraña que los productores hayan barajado, en más de quinientas ocasiones, cancelar el proyecto de Simon. Pero de a pocos la serie se fue forjando de una gran minoría de televidentes que encontraba en ella cosas que nunca antes había visto. No era para menos: esta gran minoría tenía en las pantallas de sus televisores una sugerente y adictiva novela visual. En otras palabras, fue la calidad del producto la que terminó imponiéndose a las tácitas presiones del rating y la publicidad.

“A la mierda el espectador medio”, dice Simon. Y le doy toda la razón.

2 Comentarios:

Anonymous Ivo Urrunaga dijo...

se consigue en Lima?

8:53 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

Compré el libro en el 2010, en la librería La casa verde. Imagino que ahora puede encontrarse en Sur. Ss. G

11:03 p.m.  

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