La ruta salvaje
Texto que debí leer en el Homenaje a
Roberto Bolaño, en Petroperú.
…
Supe de Roberto Bolaño a razón de un
artículo de José Miguel Oviedo en El Dominical. Si no equivoco, aquel texto en
el que se daba cuenta de Los detectives
salvaje y Llamadas telefónicas,
salió a fines del siglo pasado o a inicios del presente. En realidad, este dato
es lo de menos. Lo que importa es que en ese artículo Oviedo dio muestras de
ser un gran crítico, pero no por lo que detallaba de los libros en cuestión,
sino por la pasión exacerbada que exhibía cada frase suya, una pasión de lector
que muy contadas veces he podido leer y que me remitió a ese estado cuasi celestial
de la verdad emocional, verdad emocional de quien escribe sobre un libro que lo
ha sacudido, que lo ha zarandeado hasta dejarlo en el piso.
Recorté el referido texto y lo tuve
durante mucho tiempo en uno de los bolsillos de mi mochila. ¿Es verdad todo lo
que dice el tío Oviedo?, me preguntaba. No era para menos, todo hacía prometer
que ese libro de título cinematográfico encerraba una fuerza radiactiva. Iba a
las librerías y preguntaba por Los detectives
salvajes y el precio que marcaba me llevaba a barajar dos posibilidades
inmediatas: o ponerme a trabajar para comprarlo o robármelo. Bolaño era de esos
autores a los que quieres leer cuanto antes, de esos en los que tienes un
espejo personal, más aún cuando has dedicado buena parte de tu vida a recorrer
las calles, a escuchar rock, a ver todo el cine que pudieras, a leer como un
soberano vesánico en todas las bibliotecas a las que te afiliabas.
Finalmente pude leer Los detectives gracias a un préstamo que
me hizo una amiga. Lo leí con suma lentitud en cuatro días, apuntando y
disfrutando e intentando descubrir el secreto de esa poesía narrativa plasmada
en un desorden estructural que elevaba la novela a una voz coral que te metía
en el mundo de la literatura y sus actores inmediatos. Aquí hablaban todos y
decían lo que les venía en gana. En estas páginas yacen esos dos componentes
que todos los lectores que escribimos buscamos: literatura y vida. Pero vida
entendida desde los extremos del desamor, la desgracia, el sexo cínico, pero
ante todo del amor, mucho amor en pos de un ideal. O sea, hay que ser genial
para hacer de un argumento en teoría trivial toda una explosión abrigadora.
Solo a un tocado, a un elegido, se le ocurrió hacer de algo tan sencillo, como
lo es la búsqueda de una poeta de la que poco se sabe y de la que casi nada se ha
leído, un viaje hacia el centro mismo de la tradición literaria. Por esta
razón, siempre he sido de la idea de que la mejor manera de acercarse a la obra
de Bolaño es con Los detectives salvajes.
Luego de este primer acercamiento, me
puse a buscar más cosas del chileno. Pero no lo hacía con el apuro del nuevo fanático,
sino con la paciencia del diletante. Algo en mí me decía que no debía leerlo de
inmediato, sus libros tenían que llegar a mis manos en su momento, no apurados
por mi deseo. Y efectivamente, sus libros llegaban a mis manos, ya sea porque
me los regalaban o me los robaba, o porque me los prestaban, tal y como ocurrió
con Llamadas telefónicas, gracias a
una amiga mía que trabajaba en La casa
verde. No digo que todos los títulos que leí después de Los detectives fueran una maravilla,
imprescindibles de la narrativa contemporánea. Para admirar hay que saber pisar
pelota. Bolaño tiene cosas que no me gustan para nada, por ejemplo: no me
entusiasma su poesía, tampoco La pista de
hielo, Amberes, Amuleto y Una novelita lumpen. Pero qué importa, si el chileno es también
dueño de imperecederos viajes canábicos como La literatura nazi en América (no puedo entender que aún haya gente
que se haga llamar escritor/escritora y no haya leído aún este semejante canto
a la mentira), Estrella distante, Putas asesinas, Monsieur Pain, Llamadas
telefónicas, 2666 y Nocturno de Chile.
Hace un tiempo una joven lectora me
preguntó cómo definiría a Bolaño. Ella aún no había leído nada de él, así
que le di una definición que pudiera acentuar su interés. No recuerdo las
palabras exactas, pero fue más o menos así: Mira, niña, me dices que has leído
a Borges, ¿no? Pues bien, Bolaño es parte de la cofradía del argentino, pero es
un cófrade malcriado, no del todo fiel, que ha enriquecido las enseñanzas del
maestro. Por ejemplo, en Bolaño está repotenciado el humor de Borges, humor del
que pocos parecen darse cuenta. Bolaño es como Borges, pero con más humor. Pero
no solo eso, Bolaño ha hecho lo que nunca Borges: ha tenido sexo.
Este tipo de explicaciones al vuelo solo
contribuían y contribuyen a reforzar más la imagen del escritor. Y espero que
las mismas desaparezcan más temprano que tarde. Me explico: desde su muerte no
se ha hecho otra cosa que no sea la de hablar hasta por los codos del Bolaño mito.
Bolaño, como bien sabemos, es hoy por hoy una leyenda institucionalizada. Tiene
ese inevitable destino de los ídolos: ser mencionados sin que se les lea. Se
habla más de la vida de Bolaño y no de los libros de Bolaño. Por eso lamento su
muerte, porque lo que vino después de esta fue la canonización de la imagen, la
del escritor lengua suelta, la del escritor que tiraba su mecha, la del patán,
en otras palabras, la del maldito entre malditos. Si moría, que muriera, por
ejemplo, como Carver. ¿Acaso hay alguien que quiera ser como Carver persona? No
conozco a nadie que quiera imitarlo, por el contrario, Carver es un referente
porque se le sigue leyendo y se habla de él partiendo de lo que se le lee. Pero
con Bolaño nos distraemos en cojudeces, en aspectos que no tienen la más mínima
importancia. Es que ser como Bolaño persona es sumamente fácil. Pero como
Bolaño escritor/actor de sí mismo es otra cosa. Son pocos los que pueden
sobrevivir a la marginalidad de toda casi toda una vida, no todos están
dispuestos a soportar el continuo ninguneo en el mundillo literario como lo
vivió él. No todos pueden decir las cosas como son y escuchar lo que no se
quiere escuchar. Por ello nos abocamos a lo más fácil de asimilar de Bolaño, a
la posería y el figuretismo que se delatan a la primera incoherencia. Así pues entendemos la
proliferación de Bolañitos y de tipejos/tipejas que hacen trayectoria con el
cuento Bolaño. Si Bolaño los viera, estoy seguro de que los sodomizaría en el
acto. No solo eso, sino que a patada limpia los mandaría a leer.
Leer.
Leer.
Leer.
Si hay algo que Bolaño nos transmite en
su literatura, ese algo es precisamente leer, leer con voracidad. No es
gratuito que en su poética encontremos innumerables referencias librescas,
demasiados lazos literarios en pos de una tradición personal. Leemos a Bolaño y
leemos lo que Bolaño leía. El pata escuelea, pues. Es un maestro generoso. Y
desde el punto de vista personal, fue muy generoso conmigo. Bolaño me enseñó a
leer.
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