Páginas sagradas
Publicado en El último lector - Lee por Gusto.
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Si tuviéramos que calificar el trabajo del
crítico literario Ricardo González Vigil, este sería no menos que monumental.
No hay ser humano sobre la tierra que sepa tanto de la historia de la
literatura peruana como él. En cierta ocasión, Miguel Gutiérrez me dijo que
González Vigil lee por lo menos mil libros por año. Y es cierto, porque
siguiendo esa idea entendemos el aliento oceánico de sus estudios críticos, sus
prólogos y en especial esos catastros disfrazados de recuentos anuales, en el
que más de un autor peruano sueña con aparecer. “Si no salgo en el recuento del
tío Vigil, no soy nada, pasé desapercibido”, dicen. Ni hablar cuando aparecen
en los recuentos, se desatan fiestas orgiásticas.
Por sus recuentos he llegado a respetar su
trabajo. A lo largo de los años me he topado con muchos escritores y profesores
de literatura que abiertamente han hablado pestes de su calidad de crítico. En
su momento, cuando las revistas eran el centro de polémica, uno de ellos
calificó de “Guías telefónicas” sus dos tomos de Poesía Peruana del Siglo XX, de paso lo
llamó ignorante por no conocer, según él, la jerigonza de la teoría literaria.
González Vigil pudo contestar no solo ese, sino muchos reparos y burlas contra
su manera de elaborar sus antologías y sus reseñas, sí, las reseñas que cada
semana, hace ya mucho tiempo, nos descubrían a la “voz más original de su
generación”. En lugar de contestar, nuestro crítico guardaba silencio y no
buscaba venganza, porque él, mejor que nadie, era sabedor de la referencialidad
que a futuro tendrían sus reseñas y antologías. En ninguna de ellas yacía el
espíritu de la mezquindad ni el sentimiento menor del ajuste de cuentas. Por
ello, haríamos bien en llevar a cabo un saludable ejercicio de búsqueda y
constatar que en más de una ocasión González Vigil ha sido generoso y no
excluyente contra todos aquellos que han hecho carrera criticándolo y
petardeándolo.
Una de sus mayores contribuciones a la
historia de la literatura peruana, sin duda, es la publicación de la serie de
antologías El Cuento Peruano, todas gracias a Petroperú. No es poca
cosa. Una poderosa institución del estado y uno de nuestros literatos más
autorizados en pos de lo que es el documento oficial, porque El Cuento
Peruano, si aún alguien no lo sabe, es la Antología de nuestro país, las
demás antologías de narrativa peruana son chauchilla al lado de ella. Las
entregas de El Cuento Peruano
tienen un destino común: son/serán los materiales de trabajo de los actores de nuestra
República Letrada, son los documentos en los que se forjaran los nuevos
discursos, los que reforzarán o replicarán los ya conocidos. Gracias a estas
ediciones podemos hurgar con seguridad en nuestra tradición narrativa y se
podrá andar con paso firme porque en su hechura no ha habido trampa, menos
zancadilla, aunque sí una que otra omisión. Como bien sabemos, ninguna
antología es libre de imperfecciones.
Pero ¿qué pasa cuando las imperfecciones
vienen teñidas del tufillo del sentimiento menor? ¿Cómo es posible que se
malogre un documento oficial por el mero hecho de cimentar una posición
(extremadamente) personal? Estas son dos de las muchas preguntas que me formulé
luego de una revisión exhaustiva de El Cuento Peruano 2001 – 2010, que
fue presentado con mucho éxito en la última edición de la Feria Internacional
de Libro. Digo revisión porque solo me faltó conocer diez cuentos de los
sesenta y nueve incluidos, y, claro que sí, el bendito prólogo.
Desde antes de su publicación se decía que
estos dos volúmenes de la antología venían con el aura de la polémica. Se
hablaba de los grandes excluidos, la mayoría narradores centrales como Fernando
Ampuero, Carlos Calderón Fajardo, Guillermo Niño de Guzmán, Alonso Cueto, Óscar
Colchado, Augusto Higa, Rodolfo Hinostroza, Fernando Iwasaki y Edgardo Rivera
Martínez. Con suma facilidad se afirmaba que González Vigil había cometido un
abuso de autoridad al excluirlos, cuando lo que realmente hizo fue morir en su
ley: el criterio de selección es el mismo de las dos últimas ediciones de El
Cuento Peruano, es decir, no convocar autores que hayan sido parte de la
antología oficialista, a menos que el autor haya publicado un cuento que sea
una obra maestra o ganado un Copé. Así de exigente era el asunto.
El prólogo, en estructura, es igual,
aunque con ciertos matices, al del periodo anterior. Pero ahora nuestro crítico
en vez de poner en el asador su capacidad, privilegia una rabia que no le
conocíamos, una rabia que no pensé que fuera tan determinante no solo para la
selección, sino para el espíritu de la antología como tal. El prólogo debe iluminar
la selección de voces y el periodo que aborda, pero lo que el crítico hace
ahora es tomar partido por un determinado grupo de narradores, algo que, más
allá de si exhiben o no calidad literaria, deforma el carácter documental de la
publicación.
González Vigil personaliza
innecesariamente su postura (extremadamente personal), tal y como lo podemos
leer en la página 17, en donde es evidente el dardo dirigido, se deduce por
descarte, a Alonso Cueto e Iván Thays. Me explico: Si mencionas a todos los narradores
que desde los noventa vienen gozando de un justo reconocimiento internacional,
a los puritos que lo consiguieron en buena lid, cosa que así refuerzas el
puntillazo a los narradores “claramente inferiores”, pero si en esa lista
incluyes a Santiago Roncagliolo, cometiendo así un soberano acto de
incoherencia ética, porque todo prólogo es también una posición ética, pasando
por alto el escándalo generado a razón de Memorias de una dama (¿o
nuestro crítico no tiene la más mínima idea de lo que pasó?), entonces la queja queda
sin sustento, porque el mentado escándalo grafica en buena medida lo que
supuestamente se pretende poner en evidencia: a los narradores beneficiados por
el mercado y que hacen lo que sea con tal de conseguir el reconocimiento
inmediato, atentando contra lo literariamente valioso. Este es uno de los
puntos que me hacen pensar en que nuestro literato escribió su prólogo no
enfocado en la riqueza literaria de sus más de cincuenta seleccionados, sino en
un innecesario ajuste de cuentas con Cueto y Thays. Por un momento creí que
leía un párrafo, pero bien escrito, de la sección Espectáculos de El Trome. Es
triste pues que las páginas sagradas de la antología de la República Letrada
sean escenario de una guerrita que muy bien debe acaecer en una publicación
fugaz.
Se pasa revista a la polémica más sonada
de los últimos años: la de los escritores andinos y los escritores criollos.
En un punto estoy de acuerdo: esa polémica fue un diálogo de sordos, en donde
la discrepancia involucionó hasta el ataque personal cuando no se podía
sostener una argumentación. Lamentablemente, lo ideal hubiese sido que se nos
presentara un mosaico de lo que fue ese supuesto cruce de opiniones y no solo
el punto de vista de uno de los bandos, tal y como figura en la Bibliografía
Básica. Como ya lo indiqué, el prólogo de ahora y los dos anteriores de El
Cuento Peruano guardan más de un vaso comunicante, pero el que nos compete
hoy es excesivamente parcializado. No quiero que se piense que los prólogos de
las antologías precedentes sean amables, en absoluto. González Vigil es amable
solo en las reseñas, pero en los prólogos que le conozco siempre ha sabido
sustentar como pocos una postura que no necesariamente contente al personal. En
este sentido, barajo la idea de que se tenía otro prólogo y este que se nos
presenta se coló a última hora. Texto agitado, como para la algarabía de la
tribuna y las barras bravas, pero laxo, y si se me permite especular, motivado
por los enconos que se arrastran de la mencionada polémica, enconos que aún no
cicatrizan.
A más de uno le genera desazón la nula
difusión internacional de los mayores narradores andinos y amazónicos, de igual
modo ocurre con los autores descendientes de japoneses y chinos y también con
aquellos que apuestan por poéticas atentas a “todas nuestra sangres”. Es por
ello que resulta inconcebible que en plena era de la globalización las poéticas
de Miguel Gutiérrez, Edgardo Rivera Martínez, Laura Riesco, Luis Nieto
Degregori, Omar Aramayo, Róger Rumrrill, Antonio Gálvez Ronceros, Siu Kam Wen y
Augusto Higa a las justas sean conocidas en los límites del Cercado de Lima.
Pero este tipo de señalamientos, por más justos que sean, hay que hacerlos con
cuidado, más aún cuando se viene con la pierna en alto. Basta la mención de un
nombre que no ha demostrado el nivel literario que se requiere como para dejar
este punto de vista en el aire. Y lo que se teme, ocurre, ocurre cuando nos
topamos con los nombres de Marcos Yauri Montero y Dimas Arrieta, señores honorables pero con obras muy menores. Soy testigo de este
contrabando y no tengo duda alguna en que quieren venderme sebo de culebra. Lamentablemente,
este prólogo está infestado de autocabes y autogoles. Se ataca a las argollas,
a las mafias literarias, a las migajas del mercado editorial para quienes no
pertenezcan a los círculos de poder de los medios, pero se calla ante la otra
argolla, la personal.
En ningún momento se nos explica, como
tiene que ser, las grandes características de la narrativa del periodo que se
abarca. Es insuficiente que nos limitemos a las notas introductorias a los
autores, que dejan por sentada la gran generosidad del crítico, en algunos
casos excesiva, como para tener una idea de qué iba el asunto en esos
años. Me hubiese gustado que se nos explicara en mayor detalle la injerencia de
lo metaliterario y su casi inmediato desencanto entre los nuevos narradores
peruanos, también sobre el repentino interés de las grandes casas editoriales
en el tópico de la violencia política y, muy en especial, sobre la aparición de
una nutrida camada de narradoras.
Recomiendo, de hecho, la lectura de la
“Sección I: Etnoliteratura y Tradición oral”. Sin duda alguna, lo mejor de la publicación,
en el que ha habido un evidente y responsable trabajo de búsqueda y selección y
que solo en publicaciones como esta tenemos la oportunidad de conocer. Aquí se
ha escogido muy bien, más aún, y tal y como se señala, cuando en el decenio
anterior primaron trabajos teóricos “sobre la materia”. Es decir, de lo poco
que hubo, se fue a lo seguro.
En la “Sección II: Narrativa de Ficción”
se encuentra el núcleo del endiosamiento y repudio a González Vigil por parte
de las plumas incluidas y excluidas. Como también ya dije, se nos advierte que
no se iba a contar con autores que hayan integrado ediciones anteriores del Cuento
Peruano, a menos que sus cuentos linden con la maestría, o que, en todo
caso, hayan ganado un Copé. Bajo esta lógica, entonces queda únicamente
justificado José de Piérola con ‘Lápices’, con el que ganó el Copé del 2000. No así los otros tres autores que
repiten la convocatoria: Laura Riesco, Carlos Herrera y José Guich. Sin negar
la destreza narrativa de estas plumas, los cuentos incluidos no alzan vuelo,
más bien, y con todo el respeto que le tengo a la obra de Riesco, estorban, no
marcan ninguna relevancia en la selección. Si alguien pensó que leería una obra
maestra del relato breve, se llevará una no grata sorpresa, en vez de ellos,
tranquilamente se pudo contar con otras voces, no necesariamente provenientes
de las canteras del Cuento Peruano.
A esta sección le faltó una voz mayor en
actividad, un referente inmediato en cuento. Algo así como un capitán. Es por
ello que al equipo lo percibo acéfalo. Hace falta un caudillo. Alguien que
ponga orden a tanto semillero. Obvio, se extraña la presencia de Niño de Guzmán
y Calderón Fajardo, a quienes consideraba bolas fijas para esta edición. Sin
embargo, a pesar de la ausencia de un gran referente, no se puede negar que
están los que definitivamente tienen que estar (algunos ahora no tan jóvenes y
otros que entraron al ruedo no siendo jóvenes): Carlos Yushimito, Jeremías
Gamboa, Claudia Ulloa, Luis Hernán Castañeda, Alexis Iparraguirre, Marco García
Falcón, Daniel Alarcón, Julie de Trazegnies, Karina Pacheco, Alina Gadea, Juan
Manuel Chávez, Patricia Miró Quesada, Jorge Eduardo Benavides, Martín Roldán
Ruiz, Yeniva Fernández, José Donayre, Richard Parra, Edwin Chávez, Leonardo
Aguirre, Susanne Noltenius, Rossana Díaz, Lucho Zúñiga, Miguel Ruiz Effio,
Gabriel Rimachi, Pedro Llosa, Juan Manuel Robles y varios más. De estos nuevos
no tan nuevos, sin duda, quien se despunta es Alarcón con “Ciudad de payasos”.
Sumemos también a Iparraguirre con “El inventario de las naves”, a Gamboa
con “La conquista del mundo” y a Ulloa con “Piscina”. Las antologías me gustan
también por el detalle de mostrarnos tapaditos a tomar en cuenta, es por eso
que aplaudo la inclusión de Gabriela Caballero Delgado y Yuri Vásquez. Pues
bien, a este grupo le faltan algunas plumas que merecieron una mejor
consideración. Se debió contar con un cuento de la narradora peruana que más ha
crecido, Jennifer Thorndike, pero ante todo me parece imperdonable no haber
reparado en la ausencia clamorosa de Juan Carlos Bondy. Por naturaleza, las
antologías son imperfectas, pero en algunos casos ciertas ausencias resultan
imperdonables y Bondy sí representa una ausencia imperdonable. Por él, bien se
pudo mandar a la suplencia, y lo digo con mucho respeto a la persona y guiado solo
por lo que he leído de ella, a José Antonio Galloso, Katya Adaui, Max Palacios,
Gustavo Rodríguez, Arrieta, Paul Alonso, Dany Salvatierra, Christian Reynoso,
Johann Page… Ahora, el caso de Julia Chávez Pinazo me desconcierta, puesto que
es una autora sin libro publicado, su lugar muy bien pudo ser ocupado por otra
pluma. No se puede ser tan temerario. Y González Vigil lo fue porque no se dio
cuenta de que esa inclusión echa por los suelos sus criterios de no incluir a
destacados narradores aparecidos en las otras ediciones de El Cuento Peruano.
Por más que se explique y justifique en la
introducción de César Gutiérrez, y por más vueltas conceptuales que he tenido
al respecto, no entiendo la razón por diferenciar el relato “El Skyline de
Dante” de los demás. Pues bien, en vez de un solo texto en el “Bonus Track”
(debió ser “Bonus Tracks”), me hubiese gustado que se cuente también con un
gran prosista, secreto y talentoso e injustamente ninguneado: Christopher Van
Ginhoven, cuya novela La evasión cumple en buena medida con los
criterios aplicados al autor de Bombardero.
Pese a los reparos señalados, sería
inútil, por no decir mezquino, no calificar El Cuento Peruano 2001 – 2010
como una de las publicaciones más importantes del 2013, a lo mejor sea la más
importante por su aliento y voluntad documental. No hay obviar la realidad:
estamos ante la Historia Oficial, las páginas sagradas de un periodo de nuestra
tradición narrativa, una Historia que definitivamente debemos valorar
conociéndola.
4 Comentarios:
Sustancioso resumen, con ecuánime objetividad para calificar lo bueno y lo malo (quizás también lo feo, para aludir al famoso western, en juego con la peruanaza “coboyada” criollos vs andinos en que las balas y el oro buscado eran respectivamente adjetivos y el renombre literario). Habrá que leer este florilegio no exento de espinas. Quisiera señalar tres lapsus en esta creíble entrega, sin duda ocasionados por la prisa en su escritura: (1) “lOs grandes características de la narrativa”; (2) “No hay ser humano sobre la tierra que NO sepa tanto de la historia de la literatura peruana como él”; (3) “¿o nuestro crítico no tiene la más (X) idea de lo que pasó?” En la (3) hay omisión distraída de un adjetivo X (que podría ser mínima, enclenque, fugaz, puta, etc).
buena voz, corrijo entonces.
G
solo denota cuan pobre es nuestra literatura, pues son los mismos nombres de siempre. Se sabe que hay muchos más, pero siemrpe son y serán los mismos, la punta del iceberg. no imagino la cantidad que queda debajo del nivel del mar, esa montaña de escritores que no se ven favorecidos con amistades poderosas ni amiguismos adulones. pero no se podía esperar otra cosa, siempre será así y eso nunca cambiará. Apuesto que la antología 2011 - 2021 tendrá los mismos nombres y el mismo antologador... más y más y más de los mismos nombres.
Ojo que es una antología 2001-2010 y el crecimiento de Thorndike se puede apreciar con su novela Ella del 2012, osea fuera de lo estudiado. Además su crecimiento es como narradora: esperamos su nuevo trabajo en el cuento.
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