Manuscrito
Estoy en el Domino´s de La Plaza San
Martín.
Acabo de terminar un jugo de piña. Y
releo por octava vez El mago de Viena
de Pitol. Este libro es tan bueno que quiero dilatar su lectura.
Pero abandono a Pitol y me pongo a
pensar en lo que le diré a Santiago, un patita que tuvo a bien confiarme el
manuscrito de su primera novela.
Abro mi cuaderno Loro y escribo las dos
ideas centrales que le diré. La primera: que reescriba su novela y que cambie
la línea argumental de la misma a partir del cuarto capítulo. La segunda: que
no la publique.
Miro la hora y falta medio minuto para
la hora pactada. Lo que me fastidia es la impuntualidad y eso lo sabe muy bien
el aspirante a novelista.
Felizmente, Santiago llega a la hora
acordada. Viene acompañado de su enamorada.
La pareja llama al mozo y hace su
pedido. Por lo que ordenan, imagino que se quedarán en el café esperando a
alguien más. Lo mío será preciso y con las mismas me retiraré.
Le digo al aspirante a novelista lo que
pienso de su novela.
Y observo el rostro de su enamorada, que
comienza a adquirir la tristeza del cielo gris limeño. También observo el
rostro de Santiago, que al parecer va despedazando su lengua con los dientes, a
menos que haya venido masticando algo y no me haya dado cuenta. Es duro
escuchar la verdad, pero me deja tranquilo que cosas aún más duras les he dicho
a mis amigos que también escriben.
Felizmente, Santiago toma las cosas
deportivamente. Al menos esto es lo que creo durante algunos segundos.
Suena mi celular. Me dispongo a pararme
y retirarme.
Pero su enamorada me mira. Mira a su
enamorado. Y vuelve a mirarme.
¿Quieres preguntarme algo?
Ella respira y me dice que no quiere
preguntarme nada. Solo que se siente sorprendida.
Y ella me cuenta lo que ha pasado.
Pues bien. Hace quince días Santiago
ofreció el mismo manuscrito de novela a cuatro editoriales. Una de ellas
rechazó el manuscrito en el acto y las otras no han dejado de llamarlo en los
últimos días, mejorando su oferta de impresión, como el hecho de ofrecerle una
fotazo en Somos y una reseña o nota en un medio impreso.
Como todo narrador ansioso por el debut,
Santiago eligió la propuesta que más le convenía. Y como lo suponía, en menos
de media hora vendría el director del sello editorial que sacaría su novela. Aquí
mismo, en el Domino´s, firmarán el contrato y el impresor recibirá el adelanto
de 2500 soles.
“Ellos me han dicho que soy bueno. Mi
novela dará que hablar”.
No demoré en preguntarle quiénes eran
“ellos”. Pero no recibí respuesta, Santiago solo decía “ellos”, “ellos dicen
que mi novela vale la pena”.
En este punto debo ser lo
suficientemente cauteloso, cuidar bien de ahora en adelante los adjetivos. Sé
por experiencia lo peligroso que puede llegar a ser un autor con el ego dañado.
Ya no tengo nada que hacer y me dispongo
a despedirme de Santiago y de su enamorada. Pero no me voy. ¿Por qué me voy a
ir?
Le sugiero a Santiago que se vaya a otro
lugar. “Aunque no lo parezca, bro, el Domino´s se llena de gente de mal vivir a
eso de las 5 de la tarde. Vienen maleantes, caneados, proxenetas, mafiosos,
matones. Acá no puedes firmar tu contrato editorial”
Le tuve que mentir, pues.
Y le recomiendo un chifa ubicado en Carabaya.
“Ahí puedes cerrar tu trato editorial con toda tranquilidad”.
La enamorada de Santiago hace una
llamada. Habla con el impresor que está en camino y le pasa las señas del nuevo
punto de encuentro.
La pareja abandona el café. Me quedo un rato más. Pido un americano
y sigo releyendo El mago de Viena.
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