Una mujer peligrosa
No hay nada mejor que despertarte en la
mañana luego de una larga y sufrida noche de esporádicos dolores en los oídos,
conectarte a Internet para responder algunos mensajes de Facebook y correos
electrónicos, y enterarte de que la escritora canadiense Alice Munro ganó El
Premio Nobel de Literatura 2013. Una noticia como esta no solo puede curarte;
también te hace creer en la justicia literaria, que cuando llega, lo hace de la
mejor manera.
Munro, hasta hace poco recurrente
candidata al galardón sueco, ha mantenido una obra coherente con sus principios
narrativos. No es una narradora de grandes temas: lo suyo siempre ha sido el
individuo y su periplo existencial enfocado en detalles que reconoce como
señales, las cuales les impele a huir con el único objetivo de no ser
transmutados en lo que más temen. Munro es, pues, la maestra de la violencia
emocional; además, es tan dueña de sus recursos narrativos que nos adentra en
los escenarios, situaciones y descripciones que refuerzan ese viaje hacia el
infierno del sí mismo. En apariencia no pasa nada, pero sus personajes van
siendo destrozados, de la misma en que lo es el lector de turno.
Las
lunas de Júpiter fue el primer libro suyo que leí y más
allá de reconocer y admirar su pericia narrativa, que brotaba en cada uno de
los cuentos premunidos de frases trabajabas, en los que el lenguaje resultaba
tensado hasta no dar más, quedó en mí la mirada y la voz de la escritora,
distintas y epifánicas a la vez. Había pues que ir con cuidado con ella. Es una
mujer peligrosa. ¿A qué se debe este impacto, que también vemos en Secretos a voces, El amor de una mujer generosa, Demasiada
felicidad, Escapada y otros? Es
que Munro es ante todo una cuentista, una heredera y renegada con conocimiento
de causa de las poéticas de Poe y Chéjov. Para ella, saber mirar no es
suficiente. Quiere más, y gracias a ese deseo es que se vale de toda una
tradición narrativa que esconde y camufla, depositándola en un registro en el
que sí tiene el poder, el mando total. No es gratuito que lo más endeble de su
envidiable producción sea su única incursión en la parcela de las distancias
largas, la novela La vida de las mujeres.
No importa si haya optado por la
jubilación de la escritura, pues lo hizo en pleno uso de sus facultades y por
la puerta grande, que es por donde deben retirarse los genuinos hechiceros de
la palabra. ¿Si estamos ante un justo premio Nobel? Lo es, porque Alice Munro
representa al cuento cuando nadie apuesta por el cuento.
Publicado en la edición 33 de Velaverde.
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