recuentos / reediciones
Después de algunos días me pongo a revisar
el acontecer literario local.
Ingreso a páginas webs, blogs y uno que
uno otro muro en Facebook.
Presto atención a los recuentos.
Los leo y los vuelvo a leer.
Después de un rato, no sé si reír o
llorar.
Genera risa la hechura de más de un
recuento. Pero llama la atención que, a diferencia de otros años, ahora
presenciemos la aparición de recuentos que llevan el cintillo de Delivery.
Así es, Recuentos Delivery.
Y es para llorar que más de un incauto
los celebre. Lamentablemente, estamos en la era de la celebración de la
mediocridad.
En los Recuentos Delivery no hace falta
leer libros. No, qué va. Para hacerlos solo hace falta ser un criollazo y jugar
bien las fichas de la promoción. Y claro, saber hacerla: pones a los que tienes
que poner y, al toque nomás, metes la trampa, la bazofia que también calificas
como lo más destacado del año.
¿La supieron hacer? Ni hablar. Los
Recuentos Delivery Perú 2013 se delatan al toque.
*
Quedo tranquilo con mi consciencia. Fue
una buena decisión no hacer un balance literario del 2013. Si lo hacía, me
convertía en un asesino en serie.
Ahora, no todos los recuentos están
rubricados por la frivolidad y la criollada. Ni hablar. Tenemos recuentos que
sí merecen leerse, no por perfectos, tampoco por indiscutibles, pero sí por
coherentes. Recuentos que me permiten aseverar que los hacedores de los mismos leyeron
lo que eligieron como lo mejorcito del año. Por ello, me quedo con el de José
Carlos Yrigoyen en Poema Inútil, con el de Víctor Ruiz en Correo Semanal y con
el de Luis Aguirre en Caretas. Tres son suficientes. No más.
*
Como ya lo dije más de una vez. El 2013
es el peor año literario de los últimos cuatro lustros. Así de remal, de hasta
las huevas, estamos. Los títulos que destacan son tan pocos y contados que
pierden por goleada ante la legión de publicaciones mediocres que hemos tenido
la mala suerte de leer.
Pues bien, llama mi atención la poca
atención a las reediciones.
Si algo bueno trajo este 2013 fue
precisamente un par de reediciones de libros fundamentales para la literatura
peruana contemporánea.
Y aquí ha resbalado más de uno. Casi
nadie se ha dado cuenta de la importancia de El pez que aprendió a caminar
de Claudia Ulloa Donoso y de Generación
Cochebomba de Martín Roldán Ruiz. Si estuviéramos más atentos a nuestra
literatura, a su registro permanente, y no a las campañas autopromocionales de
nuestros escribas, tendríamos más de un motivo para estar satisfechos de lo que
se viene haciendo. Una reedición, más aún si esta es de un joven autor en pleno
ejercicio de su propuesta, es de por sí un motivo de celebración que no tendríamos
que soslayar.
Pero en nuestro circuito soslayamos.
Estamos tan ahuevados que no nos damos
cuenta de lo que nos perdemos.
Nos enfocamos en cualquier estupidez y
no en lo que verdaderamente suma.
Veamos:
Si los cálculos no me fallan, la nueva
edición de El pez que aprendió a caminar
ya debe estar agotada. Su autora es quizá la más dotada de su generación,
dotada con ese aura que existe y que llamamos Talento Natural. Gracias a su Pez, Ulloa Donoso ya tiene un lugarcito
asegurado en el imaginario literario (y no solo peruano) en por lo menos en
tres generaciones más. De alguna u otra manera, soy un testigo presencial del
éxito de Generación Cochebomba, la ya
mítica novela de Martín Roldán Ruiz. Cachorros, queridas, no les exagero: esta reedición
se acabó en dos meses. Es una novela de culto. De todos los libros de autores
peruanos surgidos a partir del 2000, este de MRR viene suscitando tesis doctorales.
¿Por algo será, no?
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