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Más de una vez he dicho que la
literatura es como el fútbol. En la literatura no hay lógica, una derrota no te
puede dejar de lado si crees en lo que haces. Los partidos no necesariamente
son iguales.
No son pocas las veces en las que he discutido
con amigos escritores, amigos escritores saludados por la prensa y la crítica,
que me afirmaban lo medular que resulta una primera publicación, en donde te
juegas el todo y nada. La idea es más o menos la siguiente: si tu primer libro
no es bueno o relativamente interesante, mejor piensa en otra cosa.
En lo personal, no comparto para nada
esta idea. La literatura es persistencia y es en el mismo camino del ejercicio
de la escritura en que te das cuenta si lo tuyo es o no la literatura.
Por eso tenemos en la historia de la
literatura innumerables casos de debuts y despedidas. Los autores no soportaron
las malas críticas, los tomaron como mensajes de los dioses que les ordenaban realizar
actividades más productivas, como buscar un trabajo, cimentar una familia, o
sea, ser hombres y mujeres de bien. En fin, como sea la figura. Lo que sí es
cierto es que si persistes puedes superar las falencias de tu primer libro.
¿Autocrítica a la fuerza? Como gustes llamarlo.
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A fines del año pasado leí un par de
libros que llamaron mi atención. Libros de nuevos autores peruanos, nuevos autores
peruanos que en la segunda entrega superaron las clamorosas caídas de sus
libros iniciales. Me refiero a Fernando Sarmiento con Todos los días son de ceniza (La travesía) y a Aldo Pancorvo con La falsa despedida (Paracaídas).
Cuentario y novela, respectivamente.
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Una de las interrogantes que tuve luego
de leer el cuentario de Sarmiento fue la de por qué no apareció literiamente con
este libro. ¿Por qué se apuró con su novela Clash
City Loose? Los cuatro relatos que conforman el presente cuentario nos
presentan a otro narrador, de prosa cuidadosa y mundo imaginativo peculiar.
Demasiado arriesgado hasta cierto punto. Pese a que sus argumentos pueden ser
muy jalados de los cabellos, el lector es presa de ellos y la razón la veo en
que su incursión en la vertiente fantástica la ha realizado conociendo
primeramente sus límites como autor, en donde encontramos demasiada información
encapsulada, encapsulada al servicio de sus historias, sin pretensión de hacer
un muestreo de inteligencia y referencias, tal y como vemos en varios autores
locales que han puesto pie en lo fantástico, que, aparte de aburrir, suenan extremadamente
falsos, inverosímiles. Por ello, los relatos de Sarmiento se dejan leer y
apreciar, lo que quiso fue contar, nada más, ese es el mérito, al punto que uno
no siente como baches las claras falencias de estructura que vemos
principalmente en el cuento “Feriado con la reina”.
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Si la memoria no me falla, a Aldo
Pancorbo se le criticó con fundamento la floja configuración moral de los
personajes de su primera novela Un duro
despertar. Bien sabemos que la base de toda novela, antes que la estructura
y el estilo, es la hechura del personaje y su interrelación con el mundo
representado. Ahora, en La falsa
despedida Pancorbo no repite errores y nos entrega un personaje que imagino
irá creciendo en el tiempo: Fabio Correa.
Lo primero que percibimos es la influencia
que ha recibido el autor. Aquí hay mucha música rock, en especial. Nos queda
claro que ha bebido de la cultura popular y en base a esta cantera nos entrega
una historia a la que no debemos clasificar bajo los criterios de la novela realista,
sino de la novela que parodia, en la onda de lo que en el cine realizan
Tarantino y los hermanos Coen. Porque eso es lo que hace el novelista: parodiar
la realidad. Y es en esta intención paródica en que entendemos a Correa y su
inusitada búsqueda de supervivencia. Correa es un escritor, cuya novia Zoe es
asesinada, hecho que lo lleva a hacerse cargo de la hija de esta, Malena. Es
bajo el cuidado de la niña que empieza a recibir amenazas anónimas y, como todo
escritor curioso, no se arredra, por el contrario, empieza a investigar por su
cuenta el asesinato de su novia, lo que lo lleva a descubrir una conspiración
que proviene desde los más altos estratos del poder político.
Obviamente, estamos ante un policial,
pero ante un policial permeable que no debemos encorsetar bajo las leyes
clásicas del género. El policial es quizá el género más libre de la novela y el
éxito de su uso descansa en la lealtad a los registros que utilice el autor.
Por ello, no deberíamos leer La falsa
despedida bajo la mirada del realismo-mimético, pecaríamos de injusticia
por apuro y poco conocimiento de la tradición narrativa. Pues bien, el gran
problema de Pancorbo es que su historia no demora en desgastarse, debió pues
quedarse con la carne y olvidarse del hueso. Con 120 páginas la hacía linda.
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