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Buscábamos un nuevo lugar donde
desayunar. Disfrutamos todas las mañanas de la excelente comida arequipeña,
como para comenzar bien el día, ahora más puesto que entramos a las últimas
fechas de la feria del libro organizada por la municipalidad de esta ciudad.
Entonces encontramos un espacio por el
que siempre pasábamos y la verdad es que no sé por qué no entrábamos allí. No
lo pensamos mucho y decidimos a entrar. Subimos por las escaleras y llegamos a
las mesas al aire libre de los portales, portales que nos ofrecían una
agradable y privilegiada vista de la Plaza de Armas, quizá la más bella del
país.
Sillar Wasi. Apúntalo para la próxima
que vengas a Arequipa.
Aquí tomamos desayuno y nos hicimos
hinchas ni bien la mesera nos dijera que sí podíamos fumar.
Comimos en silencio, entregados a la
excelente malaya, papas doradas, ensalada, pan y café. No había razón para
conversar, aunque de cuando en cuando hablábamos del secreto de la pileta de la
plaza, porque esa pileta no es normal, tiene un detalle que la diferencia de
las demás, que no es poca cosa, puesto que en Perú podemos encontrar bellas
plazas con no menos bellas piletas.
Pedí otra taza de café y me puse a
pensar en los textos que vengo escribiendo en estos últimos días. Tenía
avanzado el que leería en la presentación de la novela de Francisco Ángeles,
pero tuve un momento de revelación: borraría lo ya escrito para hacer otro, que
espero no fastidie ni moleste, pero a veces es imposible no molestar y
fastidiar. Una novela como Austin, Texas,
1979, debido a su contundencia, me decía mientras daba cuenta de un sorbo
de la segunda taza de café, no merece el tono diplomático de un texto de
presentación.
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