sábado, agosto 02, 2014

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Sin duda, ayer fue uno de los días más fríos. Me costaba mantenerme en pie, peor cuando debía sentarme. A pesar de ello me di maña para ponerle buena onda a las cosas.
De tanto en tanto sacaba del bolsillo de la casaca una novela brutal: El Palacio de la Risa de Germán Marín.
Llamarla novela es, digamos, mero capricho taxonómico.
Esta novela chilena ha sido motivo de muchas discusiones entre los especialistas, no solo de literatura, sino también de los interesados en la historia chilena contemporánea, la de los años del pinochetismo.
Yo no me hago problemas, mejor así.
Lo que sí puedo decir es que me encuentro ante una narrativa que escarba en la piel, con una prosa lejos de ser cautelosa, más bien es posible notar un nervio en la aparente densidad en el estilo narrativo de Marín.
Pero bueno, me gustaría decir más de la publicación, de la que sin duda comentaré en extenso en los próximos días.
Por lo general, tengo un buen ritmo de lectura, pero no puedo hacer varias cosas a la vez, porque no solo atiendo en el stand de Selecta en la FIL, también recibo la visita de buenos amigos que traen más de una grata sorpresa, como Julio Isla, que nos deja ejemplares de la última edición de la revista Lucerna, el quinto, que aparte de exhibir un contenido serio, viene ahora con un libro adicional. Apunta: El caballero avaro de Alexandr Pushkin. Sin tanta bulla, Lucerna se viene erigiendo como la revista idónea para los canábicos literarios.
También aprovecho en hablar un toque con los poetas José Miguel Herboso y Paul Forsyth, que nos entregan ejemplares de su nuevo sello editorial Celacanto. Toma nota, que estos títulos pintan muy bien: Anatomía de Terpsícore de Forsyth, Hombre-solo de Fernando Reverter, El fin de todas las cosas de Herbozo y Antología personal de Jorge Frisancho. A medida que pasen los días los terminaré de leer, pero lo que sí puedo adelantar es que este sello nos va a reconciliar con la actitud poética, traerá nuevos aires a este ambiente poético nacional tan ahuevado, convertido en uno extremadamente conservador, escaso de miras. Eso es lo que empieza a gustarme de Celacanto: la poesía como fin, no como medio.
*
Aunque claro, en la FIL vemos una que otra actitud colorida, como la de algunos escritores que hacen lo que sea por obtener una credencial de invitado. Como si esa credencial fuese el pase al paraíso, una tarjeta que te diferencia de los demás. Felizmente, estas cosas no me molestan, me causan una tierna gracia, en especial cuando estos huevas postean esa credencial de invitado en el Facebook: “Mami, la hice, soy un escritor”. “Chicos, ahora tengo mi pase de invitado. Gracias a la vida que me ha dado tanto”. “Escritor peruano que se respeta”.
Y luego me preguntan por qué me burlo de estos personajes.

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