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Sin duda, ayer fue uno de los días más
fríos. Me costaba mantenerme en pie, peor cuando debía sentarme. A pesar de
ello me di maña para ponerle buena onda a las cosas.
De tanto en tanto sacaba del bolsillo de
la casaca una novela brutal: El Palacio
de la Risa de Germán Marín.
Llamarla novela es, digamos, mero
capricho taxonómico.
Esta novela chilena ha sido motivo de
muchas discusiones entre los especialistas, no solo de literatura, sino también
de los interesados en la historia chilena contemporánea, la de los años del pinochetismo.
Yo no me hago problemas, mejor así.
Lo que sí puedo decir es que me
encuentro ante una narrativa que escarba en la piel, con una prosa lejos de ser
cautelosa, más bien es posible notar un nervio en la aparente densidad en el
estilo narrativo de Marín.
Pero bueno, me gustaría decir más de la
publicación, de la que sin duda comentaré en extenso en los próximos días.
Por lo general, tengo un buen ritmo de
lectura, pero no puedo hacer varias cosas a la vez, porque no solo atiendo en el
stand de Selecta en la FIL, también recibo la visita de buenos amigos que traen
más de una grata sorpresa, como Julio Isla, que nos deja ejemplares de la última
edición de la revista Lucerna, el quinto, que aparte de exhibir un contenido
serio, viene ahora con un libro adicional. Apunta: El caballero avaro de Alexandr Pushkin. Sin tanta bulla, Lucerna se
viene erigiendo como la revista idónea para los canábicos literarios.
También aprovecho en hablar un toque con
los poetas José Miguel Herboso y Paul Forsyth, que nos entregan ejemplares de
su nuevo sello editorial Celacanto. Toma nota, que estos títulos pintan muy
bien: Anatomía de Terpsícore de
Forsyth, Hombre-solo de Fernando
Reverter, El fin de todas las cosas
de Herbozo y Antología personal de
Jorge Frisancho. A medida que pasen los días los terminaré de leer, pero lo que
sí puedo adelantar es que este sello nos va a reconciliar con la actitud
poética, traerá nuevos aires a este ambiente poético nacional tan ahuevado,
convertido en uno extremadamente conservador, escaso de miras. Eso es lo que
empieza a gustarme de Celacanto: la poesía como fin, no como medio.
*
Aunque claro, en la FIL vemos una que
otra actitud colorida, como la de algunos escritores que hacen lo que sea por obtener
una credencial de invitado. Como si esa credencial fuese el pase al paraíso,
una tarjeta que te diferencia de los demás. Felizmente, estas cosas no me
molestan, me causan una tierna gracia, en especial cuando estos huevas postean
esa credencial de invitado en el Facebook: “Mami, la hice, soy un escritor”. “Chicos,
ahora tengo mi pase de invitado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto”. “Escritor peruano que se respeta”.
Y luego me preguntan por qué me burlo de
estos personajes.
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