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No es que uno se haga más viejo,
simplemente los tiempos cambian. O es que mi percepción siempre ha estado
atrofiada en cuanto a los concursos literarios, por la sencilla razón de que
jamás he participado en ninguno.
En uno de estos días se vence el plazo
del Copé de Cuento, quizá el premio de más prestigio, sea en lo literario y en
lo pecuniario, de la maravillosa literatura peruana contemporánea.
Para el lector no atento a los vaivenes
locales, el asunto lo podríamos graficar de esta manera: basta ganar el Copé
(en Cuento, Poesía, Novela y Ensayo), quedar en mención honrosa o finalista,
para asegurarte un espacio en el imaginario local durante muchísimo tiempo, así
publiques o no. El carné del Copé te brinda pues una identidad y hay quienes
han sabido sacarle provecho a esa distinción. Pienso en el Copé de Novela, que vendría a ser una suerte de Pulitzer.
Ahora no pienso hablar de la calidad
literaria en la historia del Copé, que bien daría para un post extenso, de esos
que merecen notas a pie de página. Lo que me hace pensar en el Copé en esta mañana
de jueves, es el efecto que genera en sus participantes. Antes, digamos en la
protohistoria de las velocidades mediáticas actuales, los que participaban en
el Copé mostraban un perfil bajo, no le comentaban ni a la trampa o el amante
sobre el relato/cuento/poemario enviado al prestigioso premio nacional. Ni una
sola palabra, durante meses, hasta el dictamen del jurado, pasando sus días y
noches entregados a la reflexión existencial que les producía la lectura de la
poesía abstracta.
En cambio, hoy en día, no deja de llamar
mi atención la alegría de los participantes, y no solo hablo de las plumas
jóvenes, también algunas con cierta trayectoria, que anuncian con bombos y
platillos que acaban de entregar el sobre con el relato que posiblemente gane
el próximo Copé de Cuento. Lo veo y no me molesto. Mucho menos con el grupo de
narradores jóvenes que felices pasan un toque por Selecta, narradores jóvenes
que me dicen que han ido a PetroPerú. “Qué chucha, lo que vale es participar”,
dice uno. “Si gano, gano, si no, no pasa nasa”. El más entusiasta: “Le he
pedido a mi viejita que nos prepare un potente ají de gallina, para celebrar”.
Prendo un Pall Mall rojo. Ellos esperan
que diga algo, pero no digo nada. Solo pienso en que los tiempos cambian. No dudo en sumarme a los festejos.
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