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Acabé ciertos asuntos y me aboqué a
actividades más diletantes, como escuchar los grandes éxitos de Thelonious Monk
en Spotify y revisar la barra de blogs.
No es que me ponga a revisar todos los
blogs, hacerlo sería un acto de demagogia, pero sí revisé los que puedo, los
que pensé, y felizmente no erré, me ofrecerían las luces necesarias que me
permitan disentir de los que hablan de la muerte de los blogs, idea por demás
remanida, que no deja de refocilarse en una retahíla de lugares comunes que aspiran
al efectismo, idea esgrimida por algunos que han fracasado rotundamente cuando
han incursionado en el formato del blog.
Tampoco quiero decir que administrar un
blog sea lo máximo, la llegada al paraíso del reconocimiento, el oasis de la
legitimidad. No, no es ninguna de esas cosas, un blog lo puede tener cualquiera
y depende de uno si el blog se convierte en referencial o no. Ahora, el formato
clásico tampoco es una garantía, conozco a no pocos que alardean de sus
columnas de opinión en los diarios, columnas que les ofrecen un carné de
presentación en el circuito literario y cultural, pero lo que no saben es que
subestiman al lector, creen que el lector es un insalvable imbécil que no se da
cuenta de la liviandad de sus textos, del posible hecho de que exista algo
“cocinado” detrás para la tan ansiada columna de 280 palabras.
Es que hay de todo, los que escriben
seriamente en el formato virtual como en el físico, y los hueveros que también
deambulan como pez en el agua en ambos terrenos.
Volviendo al punto.
Revisando la barra de blogs, ingreso al
del narrador y crítico español Vicente Luis Mora. En Diario de lecturas
encuentro una entrevista reseña al narrador Andrés Ibáñez a razón de su última
novela Brilla, mar del Edén, novela
que aún no leo, obviamente. Llama mi atención el entusiasmo de Mora, que por lo
general suele medirse en los entusiasmos, pero ese entusiasmo para con Ibáñez
no me sorprende, puesto que sí conozco algunos de sus títulos, títulos de largo
aliento como La música del mundo y La lluvia de los inocentes, que lo
justifican y ubican en un lugar de privilegio de la narrativa contemporánea en
castellano.
Hace más de diez años, Ibáñez vino a
Lima junto a un grupo de narradores españoles, que ofrecieron jornadas y
charlas en el Centro Cultural de España, la Universidad Católica y San Marcos.
De lo que pude ver y escuchar en aquellas tardes y noches, recuerdo las
participaciones del mismo Ibáñez y la del fallecido Félix Romeo. Y claro,
imposible pasar por alto el patético espectáculo donjuanesco de algunos jóvenes
y nuevos narradores peruanos de entonces, que soñaban con invitar a tomar pisco
sour a Espido Freire, nada más y nada menos que en el bar de Hotel Bolívar.
Claro, no hay nada de malo en que se quiera invitar pisco sour a una escritora,
ese no es el punto, sino en la forma en que lo hacían, generando la risa
complaciente y misericordiosa de la española y las carcajadas de los actores de
reparto de la época (entre los que me incluyo). Me gustaría detallar más de
esas jornadas literarias, pero no quiero gastar los datos que prefiero reservar
para mi relato “Jornadas literarias”, que va por la página 30 y que imagino
terminará en la 50, aunque quién sabe.
Vuelvo a releer la entrevista y no dejo
de pensar que esta clase de entrevistas deberían catalogarse como un género
literario, no solo sabemos más del libro en cuestión, también ingresamos a la
mente un narrador talentoso y sumamente inteligente. En esto juega mucho el
grado de compromiso de quien entrevista, no se trata de preguntar por cumplir,
detrás de cada pregunta se nota un impulso abarcador, una postura, una mecha de
discusión. Claro, esto resulta imposible para la prensa cultural peruana, que
no solo pierde en espacio, también en voces idóneas que sepan preguntar, si en
entrevistas meramente informativas vemos lo que hacen, imagínense si fuera una
entrevista de largo aliento.
Por eso, los ex bloggers que quedaron
eliminados de los blogs, quedaron eliminados por no saber utilizar en su máxima
posibilidad este formato.
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