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Luego de una mañana placenteramente
laboriosa, me puse a buscar películas en cable. Recorría la parrilla de canales
y me quedé cerca de siete horas en Moviecity Classics. El motivo para mí era no
menos que poderoso. No, no se trataba de un ciclo dedicado a Godard, Lynch, Coppola,
Scorsese, Anderson… Más bien, el motivo era frívolo, lo único que quería era
divertirme, pasar varias horas en blanco, viendo a Sean Conney como el Agente
007 James Bond y, por supuesto, el verdadero pulso de la sentada de la maratón
dedicada al agente, el desfile de las Chicas Bond.
Vi las películas y me olvidé por
completo del partido de Alianza Lima en Cusco. El día anterior había hecho
planes para ver el partido, pensaba dar curso a las latas de Cusqueña que tengo
en la refrigeradora, pero no fue posible, la jarra de jugo de naranja y los
cigarros fueron más que suficientes en la maratón.
Acabada la maratón, puse en el CD Player
los mejores éxitos de Stevie Wonder. Hace unos días le dije a una amiga, que
sabe mucho más de música que yo, que lo bueno que nos ha entregado el Imperio
es precisamente Stevie Wonder. Escuchando su música uno sí tiene la posibilidad
de ser otro, por lo menos durante algunos minutos, de ser otro en una realidad
signada por el fulgor de los arcoíris canábicos.
Desde hace unos días necesitaba de una
seguidilla de horas dedicadas al más extremo de los relajos. Necesitaba
desentenderme de los problemas y enfocarme en un asunto que más de una amistad
me venía hablando desde hace buen tiempo. Entonces pensaba en el asunto durante
la maratón de estas películas a las que puedes seguir con atención sin
descuidar el análisis de otras cosas que rondan por allí y que tienes que potenciar
con esa cuota llamada voluntad.
En donde otros escritores ven la
felicidad, es decir, la publicación, yo me encuentro con la infelicidad. Lo que
importa, pienso, de la escritura es precisamente su estado de trance, el
proceso de desentendimiento que experimentas. Para mí la escritura es el
trance, ese vuelo que te regala precisamente esa levitación demoniaca. Quien
diga que la escritura termina en la publicación es un huevas. Lamentablemente,
conozco muchos huevas que asumen de esa forma la escritura literaria. No hay
momento más deprimente que el punto final. Por eso, desconfío de los huevas que
escriben apurados la novela o cuentario que les pide una editorial grande,
aunque esta costumbre también se está extendiendo entre las editoriales
emergentes.
Algunos editores quieren publicarme.
Felizmente, los veo muy serios, sé que han leído. Sus propuestas se las he
comentado con las personas más cercanas a mí y estas personas cercanas me dicen
que sí las tome en cuenta. Entonces pasé las últimas horas pensando en esas
propuestas. Sin embargo, a la menor sensación de estar cayendo en el apuro, o
peor aún, que me apuran, mando todo a la mierda, porque este Blogger no se
muere por entrar al canon, ni a que los entrevisten, ni a que le tomen fotos...
A este Blogger solo le importan el sexo, la lectura, el cine y el rock.
En los próximos días me levantaré más
temprano y me pondré a buscar en los archivos del disco duro externo y en los
USB los textos que debo ordenar. Muchos de esos textos serán reescritos, tendré
que adecuar impresiones y autocriticarme. De esa tarea saldrán dos libros,
distintos, que es todo lo que puedo decir hasta el momento.
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