sábado, octubre 04, 2014

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Salí de la librería. Estaba cansado, pero recordé que me faltaba hacer algo esencial: comprar las suficientes latas de Cusqueña para el fin de semana, puesto que se viene la Ley seca y lo que menos me gusta es la sensación de vacío al ver que no hay cervezas en la refrigeradora. 
Entonces camino a la tienda más surtida de Quilca, en donde compraré las latas de Cusqueña, algo que también puedo hacer en las tiendas de mi barrio, pero no, últimamente saco provecho de los lugares y personas que en unas semanas ya no podré. Cuando estás por alejarte de un lugar al que estás acostumbrado, y te das cuenta de ese alejamiento, siempre y cuando seas alguien sensible y no veas las cosas pasar por pasar, eres llevado a una especie de despedida interior que te hace ver en otra dimensión lo que hasta hace no mucho resultaba superfluo. 
Ingreso a la tienda. No hay mucha gente y busco la mirada de Miluska, una chica de no más de 25 años, bajita y delgada, de ojos negros y cabello también negro. De ella me llama la atención, en realidad siempre me ha llamado la atención, el brillo de su frente. Aparte de la dueña de la tienda, ella es la única en un ambiente de trabajo signado por la masculinidad. 
El brillo de su frente es pues el reflejo de horas intensas de trabajo. Algunas veces me he dado cuenta de que trabaja de más y más de una vez le he inventado una biografía que esté a su altura, biografía que me hacía pensar en una próxima concreción literaria. Percibo que Miluska es de armas tomar y le agradezco que siempre me haya atendido con una sonrisa, pero más que una sonrisa, es la intensidad de su mirada lo que hacía que me sienta no solo bien atendido, también importante para ella. 
Espero a que se desocupe y la espero viendo hacia calle, viendo a una mujer de estatura mediana (aunque alta para Lima) que baja de su camioneta blanca, mujer de 40 y pico que hace gala de una fisonomía que no pasa desapercibida para los hormonales que a esas horas empiezan a vivir su malditismo creativo y literario, al menos hasta que encuentren trabajo. Se quedan callados al comienzo pero no pueden seguir así, entonces se manifiestan en su limitación verbal, pero la mujer no se hace problemas, porque no es que no le guste ser apreciada, su sonrisa y caminar la revelan como una diva que disfruta que la contemplen y alaben, sin importar la bajeza de sus adoradores. 
No lo niego, tiene buen cuerpo. Encima, resalta la fuerza de los músculos de sus pantorrillas, muslos y glúteos en un apretado pantalón blanco. Por un momento se dirige hacia mí y la miro a los ojos, y efectivamente, se dirige hacia mí para preguntarme la hora. Le digo la hora. Y me hago a un lado, porque sin duda anda más apurada que yo, pero su apuro es similar al mío, puesto que ella compra cinco botellas de vino, también queso, jamón y piqueos. Los hormonales la contemplan y ella eleva la contemplación depositando el peso de su cuerpazo en su pierna derecha. 
La mujer se va y con ella todos los clientes de la tienda. Solo quedan sus empleados y yo. Miro a Miluska y le pido un Six Pack Cusqueña, pero uno es insuficiente, así es que pido dos más. Acomoda mis cervezas en una bolsa blanca, pago y ella me da mi vuelto. Me despido con un “hasta la próxima” y deseo que esa “hasta la próxima” sea muy pronto, sin duda.

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