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No es que quiera sonar como el más
ultramontano derechista, pero no se puede dejar de lado el ánimo y el ansia de
la gente que desea que sea ya el domingo 5.
En los últimos días me puse a escuchar a
las personas, o sea, le presté atención a ese sonido de plata y humedad que
caracteriza a esta ciudad, sonido nada melodioso, signado por su espíritu
chismoso y malhablado.
Por varios minutos dejo de pensar en
cómo hacer un post de una de mis actrices favoritas, que mereció mayor suerte
para lo que prometía a inicios de su carrera. Es que ella lo tenía todo para ser
una de las más grandes, bien sabemos que hoy en día no tenemos grandes actrices
que rocen el estatus de divas, de estrellas, de icono. Nada. Solo tenemos buenas
actrices. Pero en la que pienso, a cuenta de que ando viendo películas ya
vistas, en las que se me presenta en todas sus facetas histriónicas y también
cronológicas, desde adolescente, niña, joven y como toda una mujer madura, y
bajo el detalle de que ella se me aparece en las películas escogidas al azar.
Algunas personas me dicen que soy muy
racional, pero los que me conocen de cerca, saben que soy alguien muy
impulsivo, excesivamente irracional. Ese impulso, esa misma irracionalidad es
lo que me motiva esta mañana a hablarles un toque, aunque sea para dejarles del
dato, el nombre y una que otra película referencial en nuestro imaginario,
películas que no podrían resistir el más férreo análisis pero que se resisten a
desaparecer de esa memoria emocional que nos regresa quizá a nuestros mejores
años, aquellos años en los que veíamos la vida con una visión romántica,
idealista, es decir películas como Karate
Kid y Volver al futuro 2 y 3, que
se resisten a desaparecer de esa llamada memoria emocional, y que más de uno
asocia con sus actores protagónicos Ralph Macchio y Michael J. Fox, pero a las
que yo asocio con Elisabeth Shue.
Soy hincha de Shue desde Leaving Las Vegas, pero tuvieron que
pasar años para darme cuenta de que ella era la ingenua y maliciosa rubia de
esas tres películas que aún recuerdo con cariño especial. Así que la Shue era
la rubia de esas películas, me decía a medida que iba reconociéndola y
estudiándola cada vez que cambiaba de piel en películas que exigían
atrevimiento y atrevimiento verosímil era lo que ella ofrecía.
Pero me es imposible no preguntarme lo siguiente:
¿en qué momento se estancó? Si uno estudia al vuelo su carrera, ella bien pudo
ser a la fecha una diva en todo el sentido de la palabra, no una buena actriz,
no una buena actriz a la que se le enfoca más de la cuenta su delicioso culo.
Pienso en Shue. Seguramente escribiré de
ella en los próximos días, mientras tanto me dedico a ingresar a la médula de
ese sonido de plata y humedad de Lima. Escucho a la gente, escucho su rabia y
su esperanza, porque este domingo más de uno dará cuenta de su venganza con
Villarán. Por mi parte, estaré todo el domingo en cama, durmiendo y leyendo y
escuchando música. La carnicería no va conmigo.
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