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Aproveché la madrugada para buscar una
película que por alguna extraña razón se me hacía necesaria volver a ver. La
tarea no fue tan fácil como pensaba, porque aparte de libros, también tengo
miles de películas que se han impuesto al orden en que las he ido acomodando a
lo largo de los años. Mientras buscaba
Tierra de Julio Medem, me daba cuenta de mi grado de fetichismo, que ha hecho
de mí un fagocitador de temer. Bien pude tirar la toalla y meterme al sobre con
un libro, pero necesitaba buscar esa película, que sin ser una obra maestra,
exhibía ciertos rasgos que he estado notando en algunas novelas contemporáneas
que también estuve recordando en estas últimas semanas y más todavía en estos
días en los que no hice nada.
Por un momento paraba la búsqueda y me
servía café y agua, y solo una vez me puse a fumar. Sabía que esa bendita película
estaba por allí, a lo mejor escondida o quizá muy cerca de mí, alimentando mi
ansiedad que me nubla la realidad, que me lleva a observar el plano general y
no la expresión mínima que tengo delante.
No era de suma importancia encontrar esa
película, pero se me imponía el factor orgullo. Bien lo podía hacer en la
mañana, pero no, lo que se empieza se termina, es mi lema que a veces se
presenta como una maldición. Es cierto que me encontraba despejado y
descansado, pero no podía hacer nada si no encontraba esa película, debía
sacarme la duda que tenía, debía saber la razón del por qué esa películas y las
tres novelas contemporáneas compartían más de un vaso comunicante.
Respiré hondo y para pacificar mi mente
estrené la octava pipa en donde fumaría la rica María. Que no se piense que soy
un coleccionista de pipas, en absoluto. Lo que pasa es que las pipas se me
rompen, se destruyen, sea porque se me caen o las piso. Además, esta pipa me la
había regalado un habitual del Don Lucho, el buen Juan Diego, un muy joven
narrador en ciernes que la semana pasada tuvo el detalle de regalarme una pipa.
Estrené la pipa y me puse a escuchar
algo de Blues durante poco más de veinte minutos.
Volví a la carga. Moví muebles, me vi
cargando cajas, levantando mi cama, cambiando de lugar columnas de libros,
encontrando el carrito a control remoto que me autoregalé el año pasado,
hallando anillados de novelas y cuentarios de otros, también entradas a
conciertos que creía perdidas en alguna borrachera, de paso un par de cuadernos
espiralados escritos con letra minúscula, letras walserianas que denotaban mi
carácter nervioso.
Como bien dice el dicho, quien busca
encuentra. La persistencia es la clave. Puse el DVD en la lectora de la Laptop
y busqué las escenas que me tenían en vilo y las comparé con los pasajes de
novela que había estado pensando sin pensar en los últimos días.
Me salí de dudas y ya más tranquilo me
metí al sobre.
He despertado hace un par de horas.
El sol radiante de esta mañana de sábado
me brinda la certeza de una posibilidad: que este será un buen día.
Sobre mi mesita de noche, la primera
sorpresa del día: la octava pipa que no será la última. Está rota.
Abro bien los ojos y en mi cuarto el
desorden que perpetré en la madrugada. No me hago problemas. Primero lo
primero: levantarse y parar el ropero.
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