jueves, abril 23, 2015

280

Día de sol, de sol que espero desaparezca pronto y así evitar la sensación húmeda y salvaje del verano que hemos tenido. 
Realizo mis cosas habituales, como beber agua mineral sin gas segundos después de abrir la librería. Además, me percato de que algo en mí que no anda bien, una incomodidad profunda que me lleva a recapitular lo que debí hacer y, obvio, no hice en estos días. 
El martes último, el 21, no solo fue un día agitado, que me dejó con un fuerte dolor de cabeza, con una tembladera en todo el cuerpo que no sabía cómo controlar, tembladera que no estaba relacionada al consumo, ahora sí moderado, de tabaco, sino a una suerte de presentimiento que no era malo, sino de plenitud que me justificaba en la vida. No siempre soy presa de estas sensaciones, pero cuando sucede, no puedo dejar de dar gracias por la buenaventura que ha signado mi vida, porque siempre me he considerado privilegiado, y fui consciente de ese privilegio el martes, porque a pesar de lo alborotado que fue ese día, había una sensación de reconciliación conmigo mismo y de mí con el mundo. 
En fin, el día sigue su curso y avanzo Patrimonio, la publicación de los cuentos ganadores y finalistas de la última edición del Copé de Cuento. Si todo sale como espero, en los próximos días publicaré una reseña del libro, aunque para ello, buscaré el punto de equilibrio que me permita hacer una reseña equilibrada en lo literario, que es lo que siempre hago, aunque a veces lo extraliterario traiciona la supuesta objetividad. 
Pero me doy cuenta de que no he traído mi almuerzo y pienso en ir a almorzar al Queirolo y dar cuenta de un tallarín verde con bisté apanado. Solo espero que el bar no se encuentre lleno, porque lo que me gusta más es comer solo, o en todo caso, sin mucha gente, sin ruido ajeno.

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