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Llego a casa temprano. La charla con
Ulises Gutiérrez en el Virrey de Lima salió mejor de lo que pensaba.
Al regresar, fui por el camino de
siempre, por una casi deshabitada Camaná, que esperaba el punto azul de la
noche para desatar su furia. En mis pensamientos, hacía un recuento de lo que
me viene ocurriendo en estos días, del exceso que deposito en todas las cosas
que hago, cosas que a fin de cuentas no sé si están bien o no. Pero como bien
dijo un cineasta: “hay que hacer las cosas, hacer las cosas”.
En el cruce de Colmena con Camaná,
decido caminar hacia la Plaza San Martín. La idea es perderme entre los islotes
humanos que alberga la plaza. Hubo un tiempo en que me perdía entre esos
islotes, en los que intentaba, según mi creencia de ese tiempo, aprender algo
de política, pero la política en acción que sin duda no podía aprender de los
textos. Quería ser un virtual testigo y partícipe de lo que se debía hacer para
cambiar el mundo. Me gustaba escuchar a esos tíos, no por lo que decían, sino
por la manera que lo hacían. En sus ojos podía ver la satisfacción que les
producía el discurso que pergeñaban, su importancia que exhibían al menos
durante un par de horas. Aunque no entendía del todo sus conceptos de
revolución, aplaudía fuerte luego de escucharlos. Y ahora que volví, los sigo
viendo, siguen, pero más ajados, pajizos, pero con la misma actitud
revolucionaria.
Al llegar a casa subo al Face algunas
fotos de la charla de hace algunas horas.
Como estoy en el Face también me entero
de algunas cosas que me sorprenden, pero en realidad no debería sorprenderme
tanto, pero qué le puedo hacer, hay pues quienes no entienden una broma, que
toman demasiado en serio mis palabras, hasta cuando las digo con ironía y humor.
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