Las tres estaciones, de Oswaldo Reynoso
Oswaldo Reynoso nos cuenta la historia que hay detrás de esta publicación, la cual podría dar para una novelita que encierre la historia de su publicación. Bueno, es gracias a su hermano Juan que tenemos ahora una colección de relatos que nos permite apreciar y valorar a un buen Reynoso, al de verdad, y olvidar –indudablemente- esa obra menor que -por donde se le mire- es El goce de la piel.
Confieso que he tenido que esperar un tiempo prudencial para hablar de Las tres estaciones, las cosas que me ha dejado y me sigue dejando merecen ser tratadas y dichas con mucha objetividad, o al menos tratar de hacerlo así. Como se sabe, este libro contiene cuatro relatos, en tres de ellos tenemos como protagonista a Leonardo, y en el otro también lo tenemos, pero de manera implícita.
En La primera estación vemos a un joven Leonardo atraído por la poesía e inclinado por una opción política marxista, quien le cuenta a su amigo Max sus avatares de juventud. Aquí vemos que salpican algunos de los temas que Reynoso ha patentizado en libros como En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre, en donde la frustración existencial es canalizada por opciones políticas radicales, pero aquí la política no es vista como un fin concreto, sino que esta está amparada en la esencia de su ideología, la misma que es asimilada por el joven Leonardo como una muestra de rebeldía que yace en la actitud, no en el compromiso.
Y siguiendo con la feroz crítica a todo orden establecido que se deja notar en la prosa de Reynoso, este no pudo estar ausente en La segunda estación, el relato más flojo de todo el volumen –indudablemente-, pero esta flojedad está más que nada ligada a la brevedad del mismo, a una carencia de ambición por entrar en necesarios detalles de cuando se tiene que hablar de la doble moral de clero católico, lo cual hubiera sumado en intensidad al relato debido al espíritu de impotencia y decepción que se refleja en él. Aún así, lo que prima en él es el voltaje lírico que supera a la musicalidad y ritmo de los demás.
Sin embargo, La tercera estación es la mejor de las dos que la anteceden. En esta vemos la fusión temática ya anotadas en las dos primeras. Tenemos ahora a un Leonardo narrador quien cuenta la relación vivida entre Huallpa Sua y Josefina, la cual está pautada por los embistes hormonales y la vergüenza, pero esto vira hacia el eje central del relato: el enfrentamiento contra el poder gamonal. Aquí tenemos que destacar el buen oído de Reynoso para plasmar el modo de hablar andino, por insuflarle frescura, por dotarle de fuerza y por no caer en ningún momento en la tensión narrativa de este muy buen relato –ojo, no exagero para nada-.
Pero el relato que se lleva de encuentro a los ya mencionados es, sin lugar a dudas, El Triunfo. Este relato no sigue la línea de los otros tres pero ahora Reynoso hace gala de la técnica narrativa que mejor domina: el monólogo. Aquí vemos a un patita confundido que le cuenta su vacío y podredumbre existencial a un ya mayor Leonardo. Este relato es, por decir lo menos, desgarrador. Y encapsula también los grandes temas del autor, los mismos que pueden verse en Los inocentes, En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre. La pobreza, la homosexualidad, la política, la frustración y la violencia pueden ser el canal hacia un desenlace trágico, pero es aquí en donde se nota la maestría del autor al ofrecernos un final conmovedor –fácil, habré levantado la mirada en más de una ocasión mientras lo leía, cosa que me ha ocurrido con pocos libros-.
No sé si sea acertado o no, hasta pueda sonar gratuito, pero solo el tiempo ubicará este libro a la altura de Los inocentes, hasta me atrevería a decir que lo superará. Pero para ello, es necesario que la legión reynosiana se de cuenta que este autor tiene otros libros aparte de Los inocentes, que aún se tienen que saldar deudas con Los eunucos inmortales, porque esa es la manera de admirar a los escritores, leyéndolos bien, puesto que leerlos como se debe no solo es una muestra de respeto, sino que también ayuda a hablar más de su obra que de su persona.
Confieso que he tenido que esperar un tiempo prudencial para hablar de Las tres estaciones, las cosas que me ha dejado y me sigue dejando merecen ser tratadas y dichas con mucha objetividad, o al menos tratar de hacerlo así. Como se sabe, este libro contiene cuatro relatos, en tres de ellos tenemos como protagonista a Leonardo, y en el otro también lo tenemos, pero de manera implícita.
En La primera estación vemos a un joven Leonardo atraído por la poesía e inclinado por una opción política marxista, quien le cuenta a su amigo Max sus avatares de juventud. Aquí vemos que salpican algunos de los temas que Reynoso ha patentizado en libros como En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre, en donde la frustración existencial es canalizada por opciones políticas radicales, pero aquí la política no es vista como un fin concreto, sino que esta está amparada en la esencia de su ideología, la misma que es asimilada por el joven Leonardo como una muestra de rebeldía que yace en la actitud, no en el compromiso.
Y siguiendo con la feroz crítica a todo orden establecido que se deja notar en la prosa de Reynoso, este no pudo estar ausente en La segunda estación, el relato más flojo de todo el volumen –indudablemente-, pero esta flojedad está más que nada ligada a la brevedad del mismo, a una carencia de ambición por entrar en necesarios detalles de cuando se tiene que hablar de la doble moral de clero católico, lo cual hubiera sumado en intensidad al relato debido al espíritu de impotencia y decepción que se refleja en él. Aún así, lo que prima en él es el voltaje lírico que supera a la musicalidad y ritmo de los demás.
Sin embargo, La tercera estación es la mejor de las dos que la anteceden. En esta vemos la fusión temática ya anotadas en las dos primeras. Tenemos ahora a un Leonardo narrador quien cuenta la relación vivida entre Huallpa Sua y Josefina, la cual está pautada por los embistes hormonales y la vergüenza, pero esto vira hacia el eje central del relato: el enfrentamiento contra el poder gamonal. Aquí tenemos que destacar el buen oído de Reynoso para plasmar el modo de hablar andino, por insuflarle frescura, por dotarle de fuerza y por no caer en ningún momento en la tensión narrativa de este muy buen relato –ojo, no exagero para nada-.
Pero el relato que se lleva de encuentro a los ya mencionados es, sin lugar a dudas, El Triunfo. Este relato no sigue la línea de los otros tres pero ahora Reynoso hace gala de la técnica narrativa que mejor domina: el monólogo. Aquí vemos a un patita confundido que le cuenta su vacío y podredumbre existencial a un ya mayor Leonardo. Este relato es, por decir lo menos, desgarrador. Y encapsula también los grandes temas del autor, los mismos que pueden verse en Los inocentes, En octubre no hay milagros y El escarabajo y el hombre. La pobreza, la homosexualidad, la política, la frustración y la violencia pueden ser el canal hacia un desenlace trágico, pero es aquí en donde se nota la maestría del autor al ofrecernos un final conmovedor –fácil, habré levantado la mirada en más de una ocasión mientras lo leía, cosa que me ha ocurrido con pocos libros-.
No sé si sea acertado o no, hasta pueda sonar gratuito, pero solo el tiempo ubicará este libro a la altura de Los inocentes, hasta me atrevería a decir que lo superará. Pero para ello, es necesario que la legión reynosiana se de cuenta que este autor tiene otros libros aparte de Los inocentes, que aún se tienen que saldar deudas con Los eunucos inmortales, porque esa es la manera de admirar a los escritores, leyéndolos bien, puesto que leerlos como se debe no solo es una muestra de respeto, sino que también ayuda a hablar más de su obra que de su persona.
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