Placentera adicción
El día martes, mientras llevaba unos cuatro ejemplares de Disidentes para Augusto Effio Ordóñez, Leonardo Aguirre, Daniel Soria y Francisco Ángeles, me fumé en el taxi unos quince cigarros en un trayecto de casi doce minutos, o sea, casi un cigarro por minuto, a lo mejor, he allí la razón que motivaron que mis ojitos muestren algunas lágrimas causadas por el ardor al momento que entregaba, entre chela y tazas de café, los respectivos ejemplares.
Y ayer, mirando la final de la Champions League, como que estuve en una maratón tabaquera, a tal punto que me habré acabado unos dieciocho cigarros por tiempo, puesto que por motivos sentimentales me convenía que gane el AC Milan. Sin embargo, horas después, como que fui presa de un agotamiento, no a causa de la falta de sueño, sino que este provenía de cada milímetro de mi cuerpo. Así que pensaba y pensaba –sabiendo que iba a perder- en las posibilidades razonables que me lleven a dejar el tabaco, al menos por un par de días, como quien recupera aire y fuerzas.
Mientras reflexionaba -dándole vueltas a cómo dejar de meterme humo- escuchando un CD de Michel Petrucciani (extraordinario pianista de Jazz), tocan la puerta y me entregan la edición conmemorativa de Cien años de soledad (muchas gracias). Así que me puse a revisarlo, leí el prólogo, y cuando lo estaba colocando en mi pequeña biblioteca veo, por una suerte de azar, el libro de memorias Vivir para contarla. Y en esas páginas encontré un párrafo que corto para mi deleite:
Una noche cualquiera, durante una cena casual en Barcelona, un amigo siquiatra les explicaba a otros que el tabaco era quizás la adicción más difícil de erradicar. Me atreví a preguntarle cuál era la razón de fondo, y su respuesta fue de una simplicidad escalofriante:
- Porque dejar de fumar sería para ti como matar a un ser querido.
Y ayer, mirando la final de la Champions League, como que estuve en una maratón tabaquera, a tal punto que me habré acabado unos dieciocho cigarros por tiempo, puesto que por motivos sentimentales me convenía que gane el AC Milan. Sin embargo, horas después, como que fui presa de un agotamiento, no a causa de la falta de sueño, sino que este provenía de cada milímetro de mi cuerpo. Así que pensaba y pensaba –sabiendo que iba a perder- en las posibilidades razonables que me lleven a dejar el tabaco, al menos por un par de días, como quien recupera aire y fuerzas.
Mientras reflexionaba -dándole vueltas a cómo dejar de meterme humo- escuchando un CD de Michel Petrucciani (extraordinario pianista de Jazz), tocan la puerta y me entregan la edición conmemorativa de Cien años de soledad (muchas gracias). Así que me puse a revisarlo, leí el prólogo, y cuando lo estaba colocando en mi pequeña biblioteca veo, por una suerte de azar, el libro de memorias Vivir para contarla. Y en esas páginas encontré un párrafo que corto para mi deleite:
Una noche cualquiera, durante una cena casual en Barcelona, un amigo siquiatra les explicaba a otros que el tabaco era quizás la adicción más difícil de erradicar. Me atreví a preguntarle cuál era la razón de fondo, y su respuesta fue de una simplicidad escalofriante:
- Porque dejar de fumar sería para ti como matar a un ser querido.
5 Comentarios:
eso es lo que te falta, matar a tu hombre, kill your man, y entonces comenzarás a ser un escritor de verdad. Pobre loko.
BONITA EDICIÓN DE LA ANTOLOGÍA.
te tocaron la puerta y te entregaron la edición conmemorativa de "cien años de soledad", osea que ni siquiera tienes que salir a buscar los libros a las librerias si noq ue estos te caen del cielo...¿que suerte causa?
Sí, pues.
:)
màtate, le haràs un favor a la literatura
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