jueves, marzo 27, 2008

Cela

De Camilo José Cela pueden decirse muchas cosas. A veces, ciertos escritores a quienes admiramos, se nos caen, pasajeramente, por cuestiones que poco o nada tienen que ver con su producción literaria. Recuerdo muy bien, hace ya varios años, cuando me enteré que el autor que me había regalado horas de sumo placer con “La familia de Pascual Duarte”, “La colmena” y “Viaje a la Alcarria” había sido en vida un aplicado soplón del franquismo. No niego que se me desmoronó. Sin embargo, al segundo mes de mi indignación gratuita hacia él, mi enamorada de entonces no tuvo mejor idea que regalarme dos novelas suyas que no había leído: “Cristo versus Arizona” y “Madera de boj”.

Para “Cristo versus Arizona” necesité una buena sentada de domingo en la mañana hasta la noche. Sin interrupciones de por medio, sin el humo del cigarro que fastidiara la vista y totalmente aislado de todo. En esta novela de casi trescientas páginas (38 líneas por cada una) me regocijé con el conocido lenguaje lírico del autor, el cual, como muchos deben de saber, ha sido siempre el código de barras de su indiscutible calidad, pero con el “pequeñísimo” detalle de que en la novela estaban ausentes los signos de puntuación. Es de lejos, una de las novelas experimentales más logradas que he leído, amparada en un feroz uso del monólogo interior que en ningún instante pierde su ritmo y que en sus líneas no dejan de florecer nutridas imágenes de desgarramiento existencial. Al terminarla, tuve la sensación de haberme fumado todos los tronchitos quincenales de aquel año.

Con “Madera de boj” la cosa fue distinta, la leí como leo normalmente una novela: con algo de música (dependiendo de la hora y el ánimo), con cigarros y dispuesto a entrar en acción ante cualquier eventualidad. Pero con ella me ocurrió lo que pocas veces: era tan seductora la prosa de Cela que una y otra vez volvía sobre sus páginas, la leía como si se tratara de un poemario escrito para mí, a medida que avanzaba me crecía la sensación de que lo último que deseaba era que el libro se termine. Si la memoria no me traiciona, fácil la habré leído cinco o seis veces en esos poéticos diez días que adrede demoré en leerla. Semanas después, vi a Juan José Armas Marcelo, en su programa sobre libros que tenía en TV Española, decir que “Madera de boj” será considerada, en no más de cinco años, como la obra cumbre de Cela. Pues le di toda la razón. “Madera de boj” es su LIBRO.

Y fue así que mi estúpida animadversión por Cela, gracias a estas dos novelas, desapareció al toque. Si fue o no un soplón del franquismo, poco me importa. Por chispoteadas personales no me iba a privar nunca más de releerlo.

Este pequeño post tiene una razón de ser. No nace de la nada. Pues bien, hace media hora terminé la lectura del tercer tomo de “Confesiones de Escritores. Los reportajes de The Paris Review”. En él hay una entrevista, que desconocía por completo, a Cela. La misma fue realizada por Valerie Miles en 1996.

En la entrevista, entre otras cosas de sumo interés, se da cuenta de la llegada de Cela a la Alcarria en un Rolls Royce conducido por una modelo morena de rostro, según la descripción de Miles, muy parecido al de Lisa Bonnet (deducción mía) y cuerpo, de acuerdo al entusiasmo de Cela, acorde con el de Norelys Rodríguez (deducción mía, también). Como es de suponer, aquel acto fue cubierto por toda la prensa.

Más allá de este toque frívolo, Cela relata algo que yo no conocía. Miles le pregunta, en evidente clave de chongo, por la modelo con la que llegó a la Alcarria, y este estira, a lo mejor sin querer, su respuesta:

“¿Y la joven y atractiva conductora mulata, todavía está con usted?

No, ya no está conmigo. Ahora conduce mi mujer. Las autoridades me quitaron el registro.

¿En serio? ¿Por qué?

Bueno, simplemente porque no estoy de acuerdo con las regulaciones de tránsito. Pero dado que son leyes… la idea de tener que ponerme un cinturón de seguridad y parar en los cruces y semejantes insensateces. Dicen que hay que parar y mirar a ambos lados cuando se llega a un cruce. No. Una vez le dije a un juez: “Sé muy bien que la ley no puede someterse a la razón, pero le demostraré sobre un pizarrón que la teoría china es cierta: cuanto menos tiempo pase uno en el cruce -¡hay que acalerar!- menos probabilidades hay de que se produzca un choque”. Me dijeron que estaba equivocado y, bueno, dado que negaron la evidencia, quemé mi registro y eso es todo. Esto pasó después de que atropellé a un Biscuter, un pequeño automóvil de dos asientos que se fabricaba en España. Iban cinco personas en el coche. Las cinco murieron, naturalmente.

¿Las cinco?
Bueno, me siento muy mal al respecto. En aquella época tenía un Jaguar. Me limito a lamentar lo sucedido, pero eran cinco personas muy estúpidas. Estaban completamente ebrias, en un automóvil pequeño que pretendía entrar a la autopista principal desde un camino lateral. No, no. Fue horrible. Y después de matarlos, bueno, por supuesto que uno lo lamenta. Bueno, al menos lo lamenta un poco. ¡Tal vez menos de lo que se podría pensar! Eh, tenga cuidado al escribir esto, van a pensar que soy un salvaje.

No se preocupe, señor Cela, tendré cuidado con lo que ponga en la entrevista.

No, diga que sólo había cuatro personas en el auto… oh, esto es realmente horrible, ¿no? Qué espantoso.
Imagen, Camilo José Cela

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