miércoles, agosto 27, 2008

Michel Houellebecq

La noche del viernes al sábado durmió mal y tuvo un sueño horrible. Se veía encarnado en un joven cerdo con las carnes cebadas y lisas. Lo arrastraban con sus compañeros porcinos por un túnel enorme y oscuro de paredes oxidadas en forma de vórtice. La corriente acuática que lo llevaba en débil, a veces conseguía poner las patas en el suelo; después llegaba una ola más fuerte y lo empujaba algunos metros. De cuando en cuando distinguía las carnes blancuzcas de uno de sus compañeros, arrastrado con brutalidad hacía abajo. Luchaban a oscuras y en silencio; el único sonido eran los breves chirridos de sus pezuñas contra las paredes metálicas. Pero al descender empezó a oír un sordo rumor de máquinas que venía del fondo del túnel. Empezaba a darse cuenta de que la corriente los arrastraba hacia unas cabinas con enormes y afiladas hélices.

Después su cabeza cortada yacía en un prado; varios metros por encima se veía la entrada del vórtice. El cráneo había sido cortado en dos en vertical; pero la parte intacta seguía estando consciente sobre la hierba. Sabía que las hormigas se meterían poco a poco en la materia cervical al descubierto para devorar las neuronas; entonces se sumiría en una definitiva inconsciencia. Por el momento, su único ojo observaba el horizonte. La hierba parecía extenderse hasta el infinito. Inmensas ruedas dentadas giraban al revés bajo un cielo platino. Quizás se encontraba en el fin de los tiempos; por lo menos, el mundo que había conocido había llegado a su fin.

(De: LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES, Anagrama Panorama de Narrativas, 2001)

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