Richard Ford
Mientras balanceo las dos maletas por encima del cemento mojado y el autobús resopla y avanza ruidosamente hacia los demás hoteles de su ruta y los botones acechan tras el grueso cristal intentando vendernos sus servicios, lo que siento realmente es, en una palabra, inquietud. Es como si estuviera renunciando a algo importante por necesidad. Siento que se me acelera el pulso. Siento que el mal acecha: la experiencia moderna del placer va unida a la certidumbre de que va a terminar. Siento que carezco totalmente de ética y de coherencia. Percibo la posibilidad del terrible remordimiento flotando en el impetuoso aire. Siento que la repentina necesidad de confiarme a alguien (pero no a Vicki, ni a nadie que conozca). Me siento mucho más prosaico que nunca y tan perdido y simple que un emigrante. Siento todas esas cosas al mismo tiempo. Y por esas y otras muchas razones, siento el impulso, reprimido, de llorar como lloraría un hombre.
Esa es la verdad de lo que siento y pienso. Esperar algo menor o distinto sería una idiotez. Los malos periodistas deportivos siempre quieren saber de este tipo de cosas, pero no les interesa saber la verdad, ni le conceden un lugar en sus artículos. Seguro que en los momentos importantes, los deportistas piensan y sienten la milésima parte que cualquiera –están entrenados para eso-, aunque supongo que pensarán en más de una cosa al mismo tiempo.
- Yo llevaré mi bolsa –dice Vicki, siguiéndome como si fuera mi sombra y derramando una lágrima final por la alegría de llegar-. Es ligera como una pluma.
- A partir de ahora lo único que vas a hacer es pasarlo bien –le digo, levantando las dos maletas y avanzando-. Sólo tienes que sonreírme.
Ella esboza una sonrisa tan grande como Texas.
- Oye, yo no voy de marquesa, ¿sabes? –dice, mientras las puertas automáticas del hotel se abren suavemente-. Siempre llevo mis cosas yo misma.
(De: EL PERIODISTA DEPORTIVO, Compactos Anagrama, 2003)
Esa es la verdad de lo que siento y pienso. Esperar algo menor o distinto sería una idiotez. Los malos periodistas deportivos siempre quieren saber de este tipo de cosas, pero no les interesa saber la verdad, ni le conceden un lugar en sus artículos. Seguro que en los momentos importantes, los deportistas piensan y sienten la milésima parte que cualquiera –están entrenados para eso-, aunque supongo que pensarán en más de una cosa al mismo tiempo.
- Yo llevaré mi bolsa –dice Vicki, siguiéndome como si fuera mi sombra y derramando una lágrima final por la alegría de llegar-. Es ligera como una pluma.
- A partir de ahora lo único que vas a hacer es pasarlo bien –le digo, levantando las dos maletas y avanzando-. Sólo tienes que sonreírme.
Ella esboza una sonrisa tan grande como Texas.
- Oye, yo no voy de marquesa, ¿sabes? –dice, mientras las puertas automáticas del hotel se abren suavemente-. Siempre llevo mis cosas yo misma.
(De: EL PERIODISTA DEPORTIVO, Compactos Anagrama, 2003)
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