Entrevista: Augusto Higa Oshiro
El escritor peruano Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946) es dueño de una obra que nunca ha pasado desapercibida, prueba de ello son sus entregas, ya sea en los terrenos de las distancias largas y cortas, como FINAL DEL PORVENIR (1992) y LA CASA DE ALBACELESTE (1987). Sin embargo, Higa Oshiro es también un autor de perfil bajo, muy preocupado en lo que realmente debe importarle a un escritor, lo que le ha permitido pergeñar en un lustro una extraordinaria novela que debe ser leída y apreciada por todos: LA ILUMINACIÓN DE KATZUO NAKAMATSU (San Marcos, 2008), no solo considerada como la mejor del año pasado, sino también como la novela breve más consistente de las últimas décadas en Perú.
GRO
¿En cuánto tiempo escribió LA ILUMINACIÓN DE KATZUO NAKAMATSU?
La novela es muy cerrada, muy sintética. No se extiende en muchos capítulos, ni en muchos espacios, por el contrario tiende a la comprensión. No obstante que hay partes oscuras y discursivas, se puede leer de un tirón. Porque es altamente concentrada, no se escribe horizontalmente. Mejor dicho, se escribe por versiones, intensificando, suprimiendo en cada borrador. Probablemente, deben haber sido cinco o seis en un lapso de cinco años.
¿Le ha sorprendido el éxito que ha tenido?
La verdad que sí. Por el tema y la forma, esta novela se suponía estaba condenada a una minoría de lectores. Por el problema racial o étnico, yo pensaba que a lo mejor no iba a gustar. La realidad me ha sorprendido. Los lectores, los observadores, entienden perfectamente la novela, porque vivimos la modernidad y la globalización, y porque son historias que a todo el mundo interesa. Si no por qué tienen tanto éxito las películas de la India, las series coreanas, o los dibujos animados japoneses. EL DIARIO DE UN LOCO de Lu Hsun, por ejemplo, es un caso conmovedor y perfectamente legítimo para cualquier lector: la de la sociedad rural caníbal que entre todos se comen.
Se le conoce como un escritor que privilegia la oralidad y el coloquialismo. Sin embargo, para esta novela prefirió un lenguaje que se nutre de lo poético.
La obra anterior a LA ILUMINACIÓN DE KATZUO NAKAMATSU es digamos una obra juvenil o de otra etapa. Allí tenía presupuestos de los años 70 y 80, otras eran mis convicciones. Por ejemplo creíamos, al lado de otros escritores como Gregorio Martínez, que debíamos crear un lenguaje popular, costeño, de ciudad, de urbe, de pandilla, o de los bajos fondos. Debíamos trabajar con personajes populares, con razón social, y situaciones conflictivas. Adentrarnos a esas clases porque el combate era social, y vivíamos un mundo urgente de cambios, de revolución, de realismo popular, etc. Después todo eso se ha ido al agua, puesto que las confrontaciones sociales derivaron en una guerra civil interna, muy dolorosa, terrible, y con inmensas pérdidas. Hemos evolucionado, de pronto sentimos que los problemas no solamente eran sociales, sino que tenían una profunda raíz humana, eran inherentes a la condición del hombre. Porque somos defectivos, incompletos, vulnerables. No solamente hay carencia social o económica, reclamo político, sino que estamos condenados a una humanidad defectuosa, anómala, imperfecta. Eso me ha permitido madurar como para examinar otros aspectos de mi conciencia social, antes ocultos, en este caso los problemas relacionados con mi ascendencia japonesa en el Perú.
No obstante al cambio de registro, en la novela sigue recogiendo mucho de los barrios populares y del intercambio cultural peruano-japonés.
Pensemos en todo caso que la localización de los migrantes japoneses en Lima y provincias siempre estuvo ligado a los barrios populares. Desde la década del 20 y de los años 50 ó 60. En el caso de Lima, el mercado central, Rímac, Barrios Altos, el Cercado, Breña, La Victoria, La Parada, etc. Son los distritos tradicionales. Yo viví en La Victoria y desde niño aprendí a coexistir con mi hogar japonés, con el mundo criollo de la calle tan violento y tan difícil. Casi siempre las viví, ambos mundos, como dos instancias separadas, sin conexiones. En esta etapa muy madura de mi vida, recién he logrado conciliar ambos mundos. Por eso en la novela la reflejo así. En un barrio popular, La Victoria, acoplo los problemas de los descendientes de japoneses, los nisei.
El protagonista es un tipo solitario (viudo, sin hijos). Mientras este pasea por un parque experimenta de súbito una agonía existencial que lo adentra en un viaje a los bajos fondos, no solo de la ciudad, sino que se confronta con sus demonios, los cuales yacen en el conflicto de identidad.
Bueno, la evolución emocional de Katzuo Nakamatsu a grandes rasgos es así. Apenas escarbando la persona, en la epidermis, nos encontramos con un desarraigado, un extranjero, alguien que no sabe si es japonés o peruano. Tiene conflictos de identidad, social y política. Ahora bien, estos personajes como Katzuo Nakamatsu son bastantes comunes en la literatura peruana y latinoamericana. Basta leer la poesía desgarrada de Vallejo, o Eielson, o Blanca Varela, o Washington Delgado, o los mismos desarraigados de Ribeyro. Con el ingreso de la literatura postmoderna, tanto en la novela como en la poesía, este tipo de "destierro de por vida", ha proliferado en todas las latitudes. En realidad, fue una sensación de los poetas románticos, en pleno siglo XIX, aquellos auténticos desengañados, Baudelaire por ejemplo, se descubrieron a sí mismos, sin casa, sin trabajo, sin profesión, y sin familia. Extrañados totalmente del mundo. Con un profundo malestar en sí mismos. Los demonios de Katzuo Nakamatsu son los mismos que padece un Meursault en EL EXTRANJERO, o Aschenbach de MUERTE EN VENECIA, salvando las distancias por supuesto. Descubrir la existencia como dolor, como agonía en el sentido unamuniano, sin destino y sin esperanza. Ese es el problema.
Se nos cuenta también los atropellos que sufrieron los inmigrantes japoneses en Perú, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Y para ello tuvo que echar mano de la memoria.
Digamos la memoria histórica, sí, bastante. No se puede comprender a Katzuo Nakamatsu, o a los niseis de esa generación, sin ese contexto de la Segunda Guerra Mundial tal como se vivió en el Perú, donde los japoneses y sus descendientes fueron perseguidos, calumniados, humillados, por razones políticas. Se les confiscaron las propiedades, cerraron sus escuelas, negocios, periódicos y organizaciones, y los dirigentes fueron deportados. Proliferaron las listas negras. Nakamatsu es producto de esa guerra, vivida en el contexto de Lima y provincias, lo que significó para él y los japoneses, vergüenza, humillación, trauma, persecución, expoliación, etc. Éramos los enemigos de la población peruana. En mi novela he tratado de reflejar esos acontecimientos. Por eso subrayo dos ejes temporales: en el presente (Katzuo extrañado, buscándose a sí mismo, sin saber a qué atenerse); el histórico, la voz del recuerdo, la Segunda Guerra Mundial (los japoneses resistiendo el embate de la población peruana).
Algunos comentaristas la han calificado como una novela sobre la locura.
Lo es, puesto que refleja un sentimiento primordial en el ser humano. Quién no se ha sentido loco en medio de su soledad o enfrentando los problemas contemporáneos. Sociedades masificadas, incierto el futuro, insegura la vida, crisis internacionales, agobios económicos, dificultades para existir, contrariedades familiares. Estos son los temas cotidianos. Por eso nos sentimos enajenados, por eso nuestras manías, delirios, furias, trastornos. Pero la locura de Katzuo Nakamatsu tiene otros componentes. Esquizofrenia. Paranoia. Pérdida de la identidad sexual. Colapso individual. Como lo dice el propio narrador, locura es sinónimo de muerte. No obstante, hacia el final de la novela, sin saber por qué, cargando con su delirio, vagabundeando y abandonado física y moralmente, en un mercadillo de un barrio pobre, El Agustino, encuentra la belleza en un adolescente tantas veces ansiado. Es decir, encuentra su iluminación, que es como si religara a esta tierra, a esta gente, a esta racionalidad peruana, tal como es, chicha, conflictiva socialmente, llena de discriminaciones, injusta socialmente. Es algo así como encontrar su peruanidad en el enfrentamiento, el conflicto.
Katzuo se identifica con sus dos héroes: Etsuko Untén y el poeta Martín Adán. De Adán se sabe que es una de las voces más importantes del imaginario poético hispanoamericano. Pero de Etsuko Untén no, ¿existió?
Etsuko Untén es una construcción imaginaria, nunca existió. Pero en los dos casos, Untén o Martín Adán, se trata también de dos personalidades desarraigadas, luchando contra la corriente, abismados en sí mismos. Mejor dicho, atormentados. Adán es un poeta íntegro, la creación es su fuego vivo, pero también fue alcohólico, pobretón, homosexual degradado, y metafísico. Untén no tiene otro destino mejor. En su locura patriótica, lo abandona todo para defender a los japoneses en el Perú, en el contexto de la guerra. Su lucha es solitaria, un nacionalista a ultranza, lo suyo es esperar contra la razón, contra la historia, que Japón va a ganar la guerra. Este absurdo le inflama y le da sentido a su vida, aun cuando Japón haya perdido la guerra, tal como fue, él jamás lo aceptará, peor aún así vive en un país enemigo.
A primera impresión, parece que Nakamatsu anhela librarse de sí mismo a través de la auto-destrucción. Pero pienso, por otro lado, que solamente busca un estado de reposo, el cual no lo puede encontrar en un lugar “tranquilo”.
Nakamatsu es contradictorio en sí mismo. Tiene naturales tendencias auto-destructivas, sin embargo pegarse una bala en la sien no es su estilo, tal vez por motivos íntimos o morales. Lo dice en el capítulo II, incluso logra conseguir una pistola. Pero nunca se va a matar. Prefiere inmolarse, lenta y de manera tranquila. A lo largo de la novela, Nakamatsu es un contemplativo, solo mira, y trata de colocar la mente en el vacío, en la nada, en blanco. Y controla su respiración, absorto, observando la quietud. ¿Busca el estado de reposo? Es posible. Cuando está ante la flores, mira; mira los árboles, el paisaje. Siempre está quieto, o está en reposo. Pero eso es frágil, pues esa quietud, ese reposo, esconden un vivir intranquilo, sin paz, sin descanso, sin reposo, sin quietud. Es y al mismo tiempo no lo es. Porque de esa sustancia contradictoria estamos hechos los hombres: somos una conciencia que no se detiene, como las aguas del río de Heráclito, todo fluye infinitamente, nunca se vuelve
En los próximos libros que publique, ¿seguirá la ruta estilística de esta novela?
Desde un punto de vista de escritura probablemente sí. Pero cada novela, cada cuento, cada texto, impone su ritmo, sus fórmulas, y por tanto siempre es impredecible. Esperemos a ver que ocurre.
Entrevista publicada en Siglo XXI
1 Comentarios:
Excelente entrevista. Gracias, Gabriel.
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