Leyendo a Rafael Chirbes
En estos días, en los que me recupero de una fuerte caída mientras jugaba basketball, leí una novelita que no puedo dejar de recomendar. Algo había escuchado sobre su autor, un español cuya vida me hacía recordar a un Philip Roth recluido en sus cuarteles de inacabables inviernos, pues me refiero al valenciano Rafael Chirbes (1949).
MIMOUN. Ese es el título de esta joyaza de la novela breve. Publicada por Anagrama en 1988, a razón de quedar finalista del Premio Herralde de Novela de dicho año. No la hubiera leído a no ser por la tercera edición de su vigésimo aniversario, en la que podemos encontrar, a manera de notas introductorias, un texto de Carmen Martín Gaite y la reproducción de una entrevista al editor Jorge Herralde, quien principalmente habla sobre la necesidad de rescatar esta novela del que es considerado uno de los mayores narradores españoles hoy en día.
Manuel, el narrador-protagonista, es un español con fortísimas tendencias hacia la modorra, quiere escribir un libro pero a las justas logra sobrepasar la férrea barrera del entusiasmo. Vive en Marruecos, en la ciudad de Fez, en donde trabaja como profesor. Pese a la vida tranquila que lleva, le sigue punzando la ansiedad de escribir el libro, para lo cual toma la decisión de irse a Mimoun, en donde se supone encontrará la tranquilidad y el silencio para echar andar su proyecto literario.
Desde las primeras páginas Chirbes nos envuelve con un estilo sugerente, contenido, en clara intención por privilegiar una atmósfera sensual y mortuoria, adecuada con la creciente degradación interna de Manuel, quien debido a su insomnio se lanza en las madrugadas a recorrer la ciudad en búsqueda de aventuras, sin saber después qué es lo que ha estado haciendo mientras retozaba con hombres y mujeres por igual.
Personaje interesante, puesto que tranquilamente puede ser la metáfora del escritor que hace vida literaria sin escribir. Pero no está solo, tiene en Francisco, Hassan, Aixa, Rachida y Charpent a sus cómplices tanto en lo amical como en lo sexual. Todos ellos son absorbidos y humillados psicológicamente por el hormonal escritor que no escribe, quien de a pocos va hartándose del lugar en el que estaba seguro empezaría a “vivir hacia adentro” en pos de escribir.
La muerte de Charpent en extrañas circunstancias es el pretexto que Manuel estaba esperando para irse de Mimoun, solo él piensa que los demás lo ven como sospecho, porque la policía aún no está segura si fue accidente o asesinato. Se siente culpable por todo el daño ocasionado a los que ha conocido, quiere pedir disculpas pero el orgullo a mostrarse débil se lo impide.
La prosa de Chirbes para detallarnos la perplejidad de su protagonista alcanza, en no pocas páginas, niveles altamente magistrales, puesto que, como señalé líneas arriba, el estilo es sugerente, alejado de las pirotecnias verbales que en muchas ocasiones matan buenos o interesantes pasajes, lo cual muy contadas veces se lee en una primera novela, porque MIMOUN fue en su momento una espléndida carta de presentación ante los lectores y la crítica.
Como bien señala Carmen Martín Gaite, Chirbes depuró su estilo como narrador por mucho tiempo, esta novela se publicó recién a sus 39 años. A partir de entonces no ha conocido otro camino que no sea el del constante reconocimiento. Para más señas: su última novela, CREMATORIO (de poco más de cuatrocientas páginas, la misma que estoy leyendo con justificado interés), fue elegida por unanimidad como la mejor del 2008 en España.
Imagen, Rafael Chirbes
1 Comentarios:
¡¡Larga vida a Rafale Chirbes!!
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