sábado, enero 02, 2010

Entrevista: Juan Carlos Bondy


“La forma es inmensamente importante para mí”

Ayuda por teléfono (Tierra Nueva, 2009) es un más que interesante libro de cuentos que confirma el buen momento de la nueva narrativa peruana. El debutante Juan Carlos Bondy (Lima, 1973), ha sabido esperar lo suficiente para entregarnos cinco relatos que reflejan su madurez como autor, convirtiéndolo en una indiscutible gran promesa de la que podemos esperar mucho más. Bondy, sin lugar a dudas, es la revelación narrativa del 2009.
Ayuda por teléfono consta de cinco cuentos. Llama la atención el número, últimamente vemos libros de relatos en los que el autor consigna todo lo que en su vida ha escrito. Imagino entonces que ejerciste un filtro riguroso.
En un principio Ayuda por teléfono iba a constar de siete cuentos, cifra cabalística, que era una selección de todo lo que tenía escrito. Finalmente me decidí por cinco, número que, pese a ser redondo, no es usual para un libro de cuentos. En todo caso, Roberto Bolaño aconsejaba “escribir los cuentos de tres en tres o de cinco en cinco”. Claro, Bolaño hablaba de escribirlos en ese número, no de publicarlos, pero de todas formas ahí tengo un precedente.
¿Y cómo fue la selección?
El problema para un libro como el mío es que la selección que realicé abarca cuentos escritos a lo largo de doce o más años, lo que implicaba optar por textos más o menos semejantes en cuanto a la forma o a la extensión. Una vez agrupados, traté de darles cierta unidad, si no argumental, al menos estilística, de forma que parecieran escritos en el mismo periodo y por una sola mano. Digo esto último porque sin duda yo no soy el mismo de hace doce años; tengo otras prioridades, otras lecturas, vivo de diferente manera; tal vez ni siquiera literariamente tenga los mismos intereses. La publicación, como se dice coloquialmente, me permite cerrar una etapa; ya dejé estos textos atrás y puedo dedicarme a otros proyectos.
Seguramente debes saber que hasta hace algún tiempo se hablaba mucho de la dicotomía Metaliterarios – Vitalistas, entre los nuevos narradores peruanos. Nunca me quedó claro el asunto, pero al menos ayudaba a poder detectar influencias. Tienes un cuento que podría estar en la onda metaliteraria, pero a diferencia del aire ceremonial, exhibes logradas cuotas de humor, como en “Torres”.
Yo tampoco nunca entendí bien esa división entre metaliterarios y vitalistas, salvo que se trataba de una terminología más bien insustancial. Pero si por metaliterarios nos referimos a textos que se remiten a un recurso literario, o más sencillamente, a literatura sobre literatura, entonces sí, “Torres” entra en esa categoría, aunque sería algo así como un texto metaliterario para principiantes, porque sus referencias no pasan de una mención a Pablo Neruda. Al escribir el cuento tenía en claro que debía ser lo menos refinado posible y que era preciso el empleo de altas dosis de humor. Por esa época me enganché con varios libros de humor, entre los que recuerdo a Wilt, de Tom Sharpe, y sobre todo a esa novela genial de John Kennedy Toole que se llama La conjura de los necios, cuyo personaje principal, Ignatius Reilly, tiene mucho de los excesos del Torres del cuento. Creo que no hay nada más gracioso que hacer humor sobre algo presuntamente serio, como la vocación literaria en el caso de “Torres”, con todos los temas que lleva consigo: la rivalidad entre autores, los plagios descarados o los autobombos. Y creo que me he quedado corto.
La anécdota de la que te basas para “Torres” es alucinante. Creo que todos los escritores, alguna que otra vez hemos sido como ese personaje. Como que aún existe una dependencia en extremo sobre la crítica literaria en medios, cuando de por sí se trata de una opinión más.
Con “Torres” me he divertido mucho, pues ya son varias las personas que me han asegurado que las anécdotas del relato, todas inventadas de cabo a rabo, curiosamente sucedieron en la vida real, y me han dado más de un detalle al respecto, con fechas y datos de inesperadas coincidencias —por lo menos inesperadas para mí—, relacionadas sobre todo con el personaje principal. El caso es que se han equivocado por completo, pero no deja de tener gracia que un personaje mío, con todo lo bobo, mezquino y mala leche que es, guarde semejanzas con las biografías de escritores de carne y hueso que muchos conocemos. La anécdota del cuento, como te repito, es totalmente inventada, pero imagino que tiene mucho de verdad. De hecho, todos los lectores tenemos una lista de críticos a los que seguimos y sabemos más o menos por dónde van sus gustos o consideraciones. En ese sentido, sí hay cierta dependencia, porque, por lo menos en mi caso, adelanto o relego lecturas de acuerdo con lo que leo entre los críticos y reseñistas a quienes sigo. Pero, bueno, entre los escritores el asunto es más espinoso, y eso fue materia del argumento. Imagino que, muy en el fondo o no tanto, todos tenemos a un Torres por dentro dispuesto a molerse a puñetes con el crítico que considera su obra en términos severos. Ya depende de la correa de cada quien.
En la solapa del libro se dice que tu publicación pudo llamarse Casi famosos, por el hecho de que tres de estos relatos fueron finalistas del Premio Copé de Cuento (1998, 2004 y 2006).
La solapa está escrita en clave de humor. En efecto, tres de los cinco cuentos del libro fueron finalistas del Copé (“Agustín Mendoza, héroe nacional” en 1998, “Torres” en 2004 e “Isabel” en 2006), un concurso que es una suerte de termómetro de la narrativa corta peruana. Grandes narradores a quienes respeto y admiro, como Óscar Colchado, Cronwell Jara, Luis Nieto Degregori o Carlos Schwalb, lo han obtenido, y aunque yo quise seguir sus pasos me quedé a medio camino, y no una sino tres veces. Cuando decidí publicar Ayuda por teléfono, le mostré los originales a varios amigos, y uno de ellos, en plan de broma, argumentó que un libro de cinco cuentos con tres finalistas de Copé debería llamarse Casi famosos, en referencia a la película Almost Famous, de Cameron Crowe, aunque más que referencia era pura cachita. Como jugando también salieron otros nombres como Los reyes sin corona, pero finalmente me decidí por tomar un atajo y titular el libro como uno de los cuentos, en este caso el que me costó más tiempo, más trabajo y al que le tengo más cariño, aunque sé que no es necesariamente el mejor texto del conjunto.


Se dice que los libros de cuentos deben tener una coherencia temática, en tu caso no se cumple esa apreciación un tanto caprichosa. Tenemos títulos enmarcados en un contexto, digamos, realista, como otro en la vertiente fantástica, como es el caso de “Isabel”.
De hecho, me gustan los libros de cuentos con cierta coherencia temática, pero en el caso de mi libro, como bien dices, casi no hay vínculos entre los textos, salvo quizá por materias accesorias como la geografía: todos los cuentos, diciéndolo o no, transcurren en Lima. Esta mezcla se debe a que simplemente escogí lo que tenía listo para publicar y no pensé en elaborar un libro con unidad. Lo que tengo en mente para el segundo libro, en cambio, no es tan disperso como este: se trata de un conjunto de relatos basados en personajes históricos o literarios peruanos, muy en la onda revisionista de “Isabel”. Para mi mala suerte José Güich ya me ganó con la idea en Los espectros nacionales, un libro de cuentos muy bueno; pero de todas formas ya le estoy dando vueltas al tema.
El gran tema del libro es el fracaso, la insatisfacción. ¿Fue inventado o recogiste de un suceso real lo que cuentas en “Agustín Mendoza, héroe nacional”?
El profesor Mendoza del cuento está basado en un señor muy curioso que conocí hace varios años. Este hombre, como el profesor del cuento, era un maestro de escuela nada extraordinario que un buen día, curioseando entre documentos históricos, con más suerte que ciencia, descubrió a un héroe olvidado de las guerras de independencia. Casi de inmediato obtuvo cierto reconocimiento académico, publicó un par de artículos y algún periodista llegó a entrevistarlo en un diario. Fue en esas circunstancias que lo conocí. Su pequeño éxito le había gustado más de lo imaginable y para continuarlo se embarcó a escribir la biografía del héroe que había apadrinado. Por ese motivo se contactó conmigo, pues necesitaba iniciar el trabajo de redacción. Me alcanzó algunos borradores, conversamos sobre ellos y ya en confianza me confesó que había inventado varias cosas en su manuscrito, con el propósito de darle un tono epopéyico a su libro: al fin y al cabo, nadie conocía bien al héroe y él se sentía con la facultad de tomarse esa atribución estrictamente literaria. Al parecer, el profesor se avergonzó un poco por revelarme su secreto y de buenas a primeras dejó de verme, pero la anécdota me sirvió como germen del cuento que mencionas. También aproveché más de una lección de Graham Greene —uno de mis héroes literarios—, sobre todo en el tratamiento de la trampa o de la estafa que realiza en Nuestro hombre en La Habana. Lo mismo ocurrió con los cuentos más divertidos del maestro Ribeyro (“Tristes querellas en la vieja quinta” es uno de ellos), cuya influencia creo es bastante notoria, sobre todo en los dos primeros textos de Ayuda por teléfono.
Es evidente que detecto tus influencias literarias, pero me gustaría saber si también recoges mucho de las series de televisión de cable. Pienso que te nutriste de ellas para los relatos “Cuco” y “Ayuda por teléfono”.
Sí, es muy acertada esa percepción. Lo audiovisual ha tenido mucho que ver en el libro. “Cuco” es casi completamente televisivo: lo escribí en épocas de maratones de 24, Nip/Tuck, That 70’s Show, Dr. House y un largo etcétera. Por su parte, “Ayuda por teléfono”, antes que televisivo, es un cuento fílmico: fue escrito entre maratones de películas, tanto así que la primera imagen que tuve de su argumento la tomé de una olvidada cinta noventera. No descubro América si digo que muchas series y sitcoms de la televisión por cable tienen guiones excelentes; ya quisiera yo haber escrito alguno de sus diálogos o argumentos.
El estilo que empleas me recuerda a las cosas de Augusto Effio y Marco García Falcón.
La forma es inmensamente importante para mí. Ese es uno de los motivos por los que he tardado más de la cuenta en publicar: entre corregir, cambiar párrafos, eliminar adjetivos y depurar frases puedo tardarme meses, y seguramente nunca quedaré conforme. Más que terminar un cuento diría que lo abandono, porque en caso contrario la corrección sería interminable. Creo que los narradores que mencionas, Effio y García Falcón, van también por ahí. No cambiaría una coma a textos como “Un parpadeo de Gene Hackman” o “El resplandor de Céline”, por ejemplo.
¿Crees que el cuento es tu género natural o en un futuro piensas entrar en la novela?
El cuento no es solo mi ámbito natural sino también mi género literario favorito. Todas las historias que trabajo las hago en términos cuentísticos: sé hasta dónde llegarán, conozco sus condiciones y deliberadamente no las hago crecer más. Por el momento me siento incapaz de involucrarme en una novela o en un proyecto largo. Creo que en una sola historia de doscientas cincuenta páginas no podría imprimir la fuerza y la fluidez con las que he tratado de escribir estos cuentos; se me iría el aliento a la mitad.
Me gustaría saber tu opinión de la nueva camada de narradores peruanos.
No he revisado mucha narrativa peruana última, pero lo poco que he leído me ha dejado satisfecho. La antología Disidentes es una buena muestra de lo que se está haciendo: hablando en términos porcentuales, diría que el ochenta por ciento de sus cuentos son de gran factura —unos más notables que otros, por supuesto—, lo cual no es poco mérito. No es exceso de entusiasmo hacer comparaciones con otra importante antología de la década de 1980, En el camino, elaborada por Guillermo Niño de Guzmán: de quince cuentos, no hay ninguno que desentone; antes bien, faltaría un cuento del antologador para completar adecuadamente la muestra…Tengo cuatro libros favoritos de cuentos recientes: Protocolo Rorschach, de Pedro Llosa; París personal, de Marco García Falcón; Las islas, de Carlos Yushimito; y Lecciones de origami, de Augusto Effio. Además de ellos debo mencionar a narradores como Francisco Ángeles, Ulises Gutiérrez, Jorge Harten, Miguel Ruiz Effio y especialmente a Santiago del Prado, cuya novela Camino de Ximena es para mí el mejor debut narrativo de la década.

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