lunes, marzo 01, 2010

Agradables sorpresas del Nobel

La semana pasada leí tres libros de la rumana Herta Müller. Reconozco que se trata de una estupenda escritora, dueña de una cuajada voz que destila un adictivo lirismo seco. Mi impresión de sus libros –por cierto, extraordinarias traducciones de Juan José del Solar- se la comenté a un amigo mientras caminábamos por la calle; entre otras cosas, ahora fuera del alcance de la poética de la autora, le dije que yo no le hubiera otorgado el Nobel de Literatura. A lo mejor puede sonar arbitrario, a lugar común, pero me es imposible no comparar a los últimos ganadores sin pensar en Vargas Llosa y Philip Roth.
Ahora, lo bueno de los Nobel es que nos acercan a autores y tradiciones de los que no tendríamos idea. En algunos casos nos topamos con fiascos, en otros con muy agradables propuestas narrativas, como la de Müller.
Revisando mi cuenta de yahoo, encuentro un interesante envío del editor David Abanto: el artículo Sorpresa, de Rafael Gumucio, publicado en octubre del 2009, en Revista de Libros del diario El Mercurio de Chile (no hago el respectivo enlace en azul porque no lo encuentro). En su delicioso texto, Gumucio nos brinda un fresco de los involuntarios golazos que de cuando en cuando nos brindan los suecos.


No sé nada sobre Herta Müller, la última Premio Nobel de Literatura. No es raro, porque no sé nada sobre casi nadie. Lo raro es que no conozco a nadie que sepa algo más de lo que ha salido en la prensa: una rumana de habla alemana, que ha vivido y sufrido todos los rigores de la dictadura de Ceausescu del peor lado posible, el de los compatriotas que hablan la lengua del invasor. Con esos pocos o nulos datos es fácil volver a repetir la cantinela: Parra, Vargas Llosa, Roth, que fueron olvidados una vez más en lo que ya parece un verdadero capricho sueco. Y el cuoteo escandinavo, sus eternos equilibrios (Solzhenitsyn un año, Neruda el otro, para que todos queden felices) y su pasión por lo políticamente correcto. Y la ceguera europea que corona en Obama la política exterior de los Estados Unidos, que tanto monstruos ha creado, y desprecia -olvidando a Roth- la literatura norteamericana que tanto monstruos ha exorcizado y sigue exorcizando. Todas esas verdades incómodas, tan cómodas de decir, chocan con los libros de Elías Canetti que me miran con sorna desde mi biblioteca. Y los de Bashevis Singer, y los de Kawabata o la novela de Mauriac que estoy leyendo con pasión en la micro en estos precisos momentos. ¿Cuántos de los escritores que han cambiado profundamente mi vida no habrían llegado a mis manos si no fuese porque el Premio Nobel los hizo traducir y conocer? Y Coetzee y Naipaul, que no necesitaron el premio para ser quienes son, pero que sólo me atreví a leer después de eso. Y la misma Gabriela Mistral, que gracias al Nobel sigue siendo descubierta y traducida en todas las lenguas. O George Bernard Shaw, Knut Hamsun o Iván Bunín que, flotando en la biblioteca de los timoratos, no se pierden del todo en el furor de la moda, esa que exageró tanto sus méritos como su posterior olvido.
¿Qué sabría un lector que sólo hubiese leído los Nobel de lo que se ha escrito en este siglo? ¿Un lector que conociera al dedillo la obra de Selma Lagerlöf y de Roger Martin du Gard pero ignorara la de Proust, Tolstoi, Joyce, Kafka o Borges? Sin duda perdería el contacto con muchas de las obras centrales del siglo, pero conocería en cambio muchos escritores mayores de literaturas olvidadas o remotas. A fondo, así, lo mejor de la literatura caribeña en dos lenguas (Walcott, Naipaul, García Márquez), toda la literatura nórdica en todas sus variantes, y lo central de la literatura japonesa (Oe, Kawabata), irlandesa (Yeats, Beckett, Bernard Shaw, Heaney) o de la poesía clásica chilena (Neruda y la Mistral ). Algo del Proust que no leyó encontrará esparcido en Faulkner, en Gide, en Mauriac o en Claude Simon. Algo de Borges adivinará en García Márquez, algo de Joyce en Beckett. Le faltará Kafka, pero tendrá a Pirandello. Agradecerá aliviado que Sartre y Pasternak hayan rechazado el premio pero conocerá al dedillo la poesía griega o polaca. No se saltará a Eliot, Hemingway, Mann, Bellow, Camus o Paz. Su cultura será parcial pero inesperada, a la vez extremadamente conservadora -una academia da el premio- y a la vez culposamente vanguardista, cuando esa misma academia quiere soltarse las trenzas.
Se encontrará en medio de las páginas con muchos gulags, censuras, guerras, exilios, persecuciones varias y dilemas morales de hondo y solemne calado. No se reirá mucho, o lo hará con la risa forzada de Darío Fo. Lo admita o no, su biblioteca ha sido escogida con un criterio básicamente geopolítico. A los chilenos esto nos ha aventajado sin duda. Nuestra literatura, altamente comprometida con el aquí y el ahora, está así sobrerrepresentada, tal como lo está la literatura sudafricana o soviética (disidente o no). Brasil, cuyas tragedias y revoluciones son mal conocidas fuera de sus fronteras, no tiene ni un Nobel, ni Perú, ni Argentina. Se podría apostar que de aquí a treinta años Cuba y las ex repúblicas soviéticas de Asia central tendrán el suyo, como quien tiene sus olimpíadas y su mundial.
¿Es eso necesariamente malo? Cuando se pierde Borges, cuando se olvida Valéry, Céline o Pound es terrible, pero cuando se premia a Bashevis Singer, Pamuk o a Naipaul para castigar a los islamistas, es maravilloso. El criterio político, que parece tan banal, es quizás el más literario que se puede aplicar seriamente en una academia de más de un miembro; es decir, de más de un gusto y una sensibilidad. La literatura, como el aliento divino, sopla donde quiere, pero sopla más donde nadie la quiere, donde su presencia es una urgencia irremplazable. Se escribe para explicar lo inexplicable. ¿Y qué hay de más inexplicable que la política en el siglo XX?
No sé cómo escribe Herta Müller, pero sé, con las tres notas de prensa, que tiene algo que contar. No basta para ser un gran escritor, pero ya es algo. Puedo esperar de esa academia sueca, tan -gracias a Dios- parcial y equivocada, una sorpresa. Es algo que a esta altura no se puede decir de casi ningún otro premio literario.

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