lunes, marzo 22, 2010

Tobias Wolff - Entrevista

VIEJA ESCUELA es una de las más intensas novelas breves que he podido leer en los últimos años. Me acerqué a ella en el 2006. Todo un ejemplo de economía de recursos narrativos del escritor norteamericano Tobias Wolff.
A primera impresión, su estilo suele asociarse con el Raymond Carver, siempre y cuando se haya leído de minimalismo solamente a Carver. Al menos para mí, Wolff, junto al gran Richard Ford, es buen parricida de la poética chejoviana.
Este escritor aún debe ser descubierto y apreciado por los lectores latinoamericanos. Su escritura nos contagia, hechiza, nos muestra la agradable y compleja sencillez de su prosa.
A razón de su último libro, uno de cuentos de excelente título, AQUÍ EMPIEZA NUESTRA HISTORIA, encuentro una aceptable entrevista de Paula Varsavsky en el diario El Mercurio de Chile. Aunque si gustan, pueden entrar aquí, en donde podrán leer otra entrevista, publicada en abril del 2009 en Babelia, muchísimos meses antes de que la última publicación de Wolff llegara a esta parte del mundo.

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Tobias Wolff (Alabama, 1945) es, hoy en día, uno de los exponentes más importantes de la fuerte tradición cuentística de Estados Unidos, que comenzó en el siglo XIX y a la cual pertenecen Edgar Allan Poe, Flannery O'Connor, John Cheever y Raymond Carver, entre otros. Saltó a la fama con su libro de memorias La vida de ese chico , el que fue comparado con Mi vida como hombre, de Philip Roth, y La historia propia de ese chico, de Edmund White, y cuya adaptación cinematográfica (1993) tuvo como protagonistas a Leonardo Di Caprio y Robert de Niro. Asimismo, publicó cinco libros de cuentos y varias novelas. En sus cuentos suele tratar dilemas morales y destaca en ellos el detalle aparentemente insignificante.
Wolff ha recibido diversos premios, como el Pen Faulkner y el O´Henry (en tres oportunidades). Padre de tres hijos, de 30, 29 y 21 años, actualmente reside en California y desde 1997 dicta una cátedra de honor en la Universidad de Stanford. Su último libro publicado en castellano es la colección de cuentos Aquí empieza nuestra historia (Alfaguara), una serie de treinta y un relatos escritos a lo largo de varias décadas y complementados con diez inéditos.
-¿Cómo escribe sus cuentos? ¿Los tiene pensados de antemano o empieza con una idea y luego la desarrolla a medida que va escribiendo?
-Por lo general, cuando comienzo a escribir un cuento ya tengo una idea bastante formada acerca de cómo se va a desarrollar. Sin embargo, muchas veces, durante el transcurso de la escritura, mi idea inicial se modifica, tacho bastante, corrijo, hago varios borradores. En realidad, recién cuando uno se sienta a escribir llega el momento en que aparece el tono narrativo. Por supuesto que una vez que me encuentro en el segundo borrador, ya tengo una idea bastante clara de cómo será el relato.
-Sus cuentos tienden a ser cortos, en comparación con los de algunos de sus compatriotas.
-Bueno, trato de escribir lo que realmente merece ser contado. También me agrada escribir textos más extensos, como novelas o libros de memorias. Si el relato lo requiere, puedo extenderme más.
-¿En qué está trabajando ahora?
-Tengo una novela entre manos. Pero soy supersticioso y prefiero no contar de qué se trata mientras la estoy desarrollando. Siento miedo de hablar acerca de mi trabajo, creo que lo puedo arruinar. Aunque sé que muchos escritores se explayan públicamente acerca de lo que se encuentran elaborando.
¿Sobre qué tratan sus cursos de literatura en la Universidad de Stanford?
-El otoño pasado dicté un curso para estudiantes de primer año. Son clases teóricas con alrededor de cien estudiantes. Les di para leer El extranjero, de Albert Camus; cuentos de Isak Dinesen; de Flannery O'Connor; una novela de D.H. Lawrence; cuentos de James Joyce; una novela de James Baldwin. Incluí en la bibliografía un texto chino de hace dos mil quinientos años que se titula Lao-Tze . Otras veces dicto cursos más específicos como "La nouvelle norteamericana" o "El cuento norteamericano". Trato de cambiar, así me mantengo interesado.
-¿Cómo evalúa la producción de los alumnos en los talleres de escritura dentro de la universidad?
-Hay algunos que traen textos interesantes para trabajar. Y de vez en cuando, un ex estudiante se convierte en un escritor conocido. Por supuesto que sucede en escasas oportunidades y que, probablemente, de todas formas lo hubiera sido. Algo que sí tengo que admitir es que no se puede predecir a quién le va a ir bien en su carrera y a quién no. Tiene bastante que ver con cuán duro trabajan. Sabemos que es una carrera muy complicada de llevar adelante. Cada uno está librado a su suerte. A lo largo del tiempo, he visto que algunos estudiantes que tuve cuando eran muy jóvenes terminaron siendo exitosos escritores, pero no hubiera podido predecirlo en aquel momento. Ni siquiera se destacaban frente a los demás. Otros, que parecían estar llenos de entusiasmo, quedaron por el camino.
-¿Qué opina del estado del relato breve en Estados Unidos en la actualidad?
-No es un género fuerte hoy en día. Los escritores jóvenes continúan escribiendo cuentos; sin embargo, no hay demasiados lugares donde publicarlos. Y con todas las distracciones de los medios, como la televisión, las películas e internet, cada vez se pierden más lectores. La gente pasa horas online .
-¿Le parece que el cuento es un género que se adapta a ser publicado en internet?
-Puede ser, aunque si eso fuera cierto, muchísima gente leería cuentos. En cambio, la realidad es que son pocos quienes los leen. Hay algunas revistas online que publican cuentos. Recomiendo una muy buena que se llama Narrative. Simplemente, la cantidad de lectores ha disminuido mucho. En este país llegó a haber más de tres mil revistas que publicaban cuentos; por supuesto que muchas de ellas eran solamente de género: románticas, épicas, de detectives o de aventuras, pero había unas pocas dedicadas realmente a la buena literatura. Esas publicaciones fueron el semillero de la mejor literatura que se escribió durante décadas. Incluso el semanario The New Yorker, en el que suelo colaborar, publicaba dos cuentos en cada número y ahora bajaron a uno.
-Dada la compleja situación económica y social de Estados Unidos, ¿cómo ve la educación?, ¿cómo se encuentran las universidades?
-Depende de cuáles sean las universidades de las que hablemos. Las que son muy adineradas, como Harvard, Yale o Stanford, siguen funcionando bien. Pero las estatales tienen enormes problemas; cada estado del país se encuentra, actualmente, con un déficit presupuestario. Llevan a cabo recortes con el propósito de reducir sus deudas; así es como disminuyen la cantidad de profesores, el número de becas, los fondos destinados a la investigación e, inclusive, las fotocopias, entre otras tantas cosas. En definitiva, la calidad de la educación está sufriendo a causa de todo este descalabro. Y la brecha entre los ricos y los pobres cada vez se agudiza más.
-¿Quiénes son sus escritores predilectos?
-Me gusta mucho David Foster Wallace, quien, lamentablemente, tuvo una temprana muerte hace un año y medio. Él también residía en California, a unas cuatrocientas millas de aquí; nos encontramos algunas veces. Lo conocí cuando era joven en el norte del estado de Nueva York, en un encuentro literario. También me gusta un novelista que se llama Padgett Powell (dirige el Departamento de Escritura Creativa de la Universidad de Florida); además George Saunders, y leo las novelas de Richard (Ford) con gran interés. Suelo leer bastante no ficción. En este momento estoy disfrutando de un libro de historia sobre la Guerra Civil de Estados Unidos. También estoy leyendo el manuscrito de la novela de un amigo y colega, Adam Johnson. Se trata de una extraña historia que sucede en Corea del Norte. Hay una gran cantidad de buenos escritores aquí hoy en día.
-¿Encontró algo que no supiera previamente sobre la Guerra Civil de Estados Unidos en el libro que está leyendo?
-Bueno, en principio diría que fue una guerra por demás sangrienta, tanto peor de lo que, en general, se suele relatar. Murieron más de un millón de personas y una enorme cantidad terminó con heridas irreparables y psicológicamente dañados de por vida. Gran parte del problema de drogadicción que hay en este país es probable que haya comenzado en ese momento. A los soldados les suministraban heroína, porque creían que les hacía bien; así es como, en poco tiempo, terminaban convirtiéndolos en adictos. La enfermedad de la adicción a la heroína se denominaba "el mal de los soldados". Desde entonces, en distintos sentidos, se ha convertido en parte de nuestra cultura.
-¿De dónde proviene su interés por la historia?
-Bueno, diría que siempre lo he tenido. No sólo por la de Estados Unidos, también me atrae la historia mundial. En realidad, en la universidad estudié historia además de literatura. Hay mucho para saber, yo siempre continúo leyendo sobre el tema.
-¿Utiliza algo del material que lee sobre historia para sus obras de ficción?
-Quizá algún día lo lleve a cabo de manera directa. Hasta ahora no. Me sirve para mantener la mente activa y, en ese sentido, ayuda. Quizá me brinda una mejor mirada interior que se refleja en lo que escribo, por más que no utilice los datos concretos.
-Entonces no escribiría una novela histórica...
-Supongo que no, no tengo esa vena. Más bien leo sobre nuestro pasado porque me gusta aprender acerca del ser humano, sobre la vida.

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