lunes, abril 05, 2010

El César vive - Iggy Pop

Sin duda alguna, THE IDIOT es el mejor disco de Iggy Pop. Lo escuché una vez más mientras me desentendía del peor partido que he podido ver en años de los clásicos del fútbol peruano. Para seguir en la onda de Iggy, también di cuenta de sus otros discos, entre ellos el estupendo AMERICAN CAESAR. Al rato me puse a revisar las ediciones virtuales de algunas revistas que leo con frecuencia, como la colombiana El Malpensante, en donde encontré en su sección Breviario un suculento texto del vesánico descamisado de Michigan: El César vive. Leyéndolo nos enteramos de las posibles influencias que dieron forma al “Caesar” del AC. Dirigido a los rockeros que no leen.


En 1982, horrorizado por la mezquindad, el tedio y la depravación de mi existencia mientras hacía un tour por el sur de Estados Unidos tocando rock’n’roll y enloqueciéndome en público, compré una edición abreviada de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano (edición de Penguin a cargo de Dero Saunders). La grandiosidad del tema me llamó la atención al igual que la imagen en la portada del libro, una talla en piedra de su autor, Edward Gibbon. Parecía un gran tipo. Por estar en el negocio de la política, yo tenía la costumbre de leer biografías de personajes obstinados y con extensos perfiles como Hitler, Churchill, MacArthur, Brando; también me gustaban los libros sobre la guerra y la intriga política ya que podía relacionar los acontecimientos con mi propia situación en el negocio de la música, que no tiene nada que ver con la música, sino que es más una especie de alquiler de religiones.
En hoteluchos leía placenteramente alrededor de las cuatro de la mañana, acompañado de mis drogas y de mi whisky, saboreando el choque de creencias, personalidades y valores, todo representado en el escenario de la antigüedad por multitudes ordinarias y lideradas por inmensos y arquetípicos personajes. Eso fue todo. O eso creí.
Once años después estaba de pie en una destartalada pero elegante habitación de una caída mansión de Nueva Orleáns, y escuchaba el fragmento de una extraña música que me transportaba de nuevo a la antigua Roma y hacía que aquellos fantasmas se fundieran en una ficción divertidísima y descompuesta con los Schwarzkopf, Schwarzenegger y Sheraton del actual mito del dinero y músculo de Estados Unidos. De mí surgió información que no recordaba haber leído, ni mucho menos haber retenido, en un improvisado soliloquio al que llamé “Caesar”. Cuando lo escuché de nuevo, me cagué de la risa porque era demasiado real. Estados Unidos es Roma. Claro que, ¿cómo no serlo? Toda la vida occidental y las instituciones de hoy se pueden rastrear hasta los romanos y su mundo. Todos somos hijos de Roma, para bien o para mal.
Lo mejor de todo pasó cuando mi esposa me regaló una hermosa edición con los tres volúmenes completos de la maravillosa obra en cuestión. Desde ese momento el placer y el beneficio han sido míos mientras disfruto el extraordinario lenguaje, la organización y la visión de esta obra maestra. Éstas son algunas de las maneras en las cuales me favorezco:
1. Me siento muy cómodo y tranquilo al saber que hubo otros que vivieron y murieron y pensaron y pelearon hace ya tanto tiempo; me siento menos subyugado por el día a día.
2. Aprendo mucho sobre la forma en la cual la sociedad funciona realmente, porque los orígenes de los sistemas militares, religiosos, políticos, coloniales, agrícolas y financieros están todos ahí, para ser escrutados en su infancia. He adquirido perspectiva.
3. El lenguaje en el cual el libro fue escrito es rico y completo mientras que el lenguaje de hoy no lo es.
4. Me doy cuenta de lo poco que sé.
5. Me inspira la voluntad y erudición que le permitieron a Gibbon completar una obra en algo más de veinte años. Este muchacho sí que tenía constancia.
Exhorto a aquellos que quieran una vida más plena en esta tierra a que disfruten el hermoso mundo clásico y ancestral.

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