La derrota de la página en blanco
Ayer en la tarde, un amigo poeta me llamó mientras tomaba una Cusqueña helada y fumaba. No tardé mucho en notar la desesperación en su voz. Se encontraba bloqueado. Tenía que escribir un artículo por el que una revista le pagaría y no podía concentrarse, puesto que, como muchos versificadores de la vida, se encontraba en una encrucijada sentimental. Se estaba enamorando, esta vez de verdad, de tres mujeres que, para sorpresa suya, estaban dispuestas a dejarlo todo por él.
“Gabriel, no puedo concentrarme, no me salen las palabras y no he avanzado ni mierda de las 1000 palabras que debo escribir”, me decía este poeta de corazón generoso. Como no tenía tiempo, ni ganas, como para hacerme sabedor de sus gracias emocionales, recordé que en la edición del sábado de Babelia apareció un extenso reportaje titulado La derrota de la página en blanco.
En dicho reportaje, tenemos los testimonios de veintiún escritores, casi todos de primer orden, que en buena onda ofrecen sus consejos para superar los momentos que indefectiblemente más de un escriba habrá experimentado, y no necesariamente por cuestiones sentimentales, como las de mi buen amigo poeta de inmenso corazón.
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Veintiún escritores, entre ellos dos premios Cervantes -Antonio Gamoneda (2006) y Juan Gelman (2007)-, reflexionan sobre la tarea del escritor y ofrecen algunas recomendaciones a los autores noveles en vísperas de la celebración del Día de Libro y de la entrega a José Emilio Pacheco del Cervantes 2009 el próximo viernes 23 de abril.
Elena Poniatowska
Si toda la vida me la he pasado buscando respuestas, es poco probable tener reglas para escribir. Si yo soy la que pregunto desde que sale el sol hasta que se mete, ¿cómo voy a saber qué se hace para enfrentar a la página en blanco? Con la página en blanco comienza la inmensa aventura frente a la mesa de trabajo, bueno, antes era una mesa, ahora es una pantalla también espantosamente blanca y llena de trucos, trampas, escondites porque una sola tecla te borra el alma. Hay días buenos y días malos. En los malos, todo va a dar al cesto de la basura, en los que uno cree buenos, sale media paginita y uno se esponja como gallina roja. Es más fácil poner un huevo que escribir. Escribir me cuesta un huevo y la mitad de otro. Bueno, como si yo tuviera huevos. La única manía que puede evitarse es insistir y empeñarse en vez de salir a la calle y abrazar a los demás aunque sea con la mirada.
Enrique Vila-Matas
Consejos a un principiante para enfrentarse a la página en blanco: tratar de driblar a la plúmbea tradición acumulada y buscar percepciones, ideas nuevas. Ahora bien, para driblar es necesario haber leído previamente mucho. Puede parecer paradójico, pero sólo habiendo leído mucho se puede intentar la aventura de ir en busca de la frescura, del gesto que devuelva al arte la potencia que tuvo en sus orígenes. Por eso me sorprenden los escritores jóvenes que dicen escribir sin previamente haber leído demasiado. A los que dicen pasar de Dickens y Proust quiero advertirles que, como la escritura es una carrera de fondo, a la larga pueden quedarse sin una bombilla en su cerebro literario y convertirse en dibujante de cómics, pero no en escritores. En resumen: se recomienda leer y ser contemporáneos. Esto último parece obvio, pero téngase en cuenta que en la literatura española algo tan simple como ser contemporáneo ha sido generalmente una rareza.
Esther Tusquets
A los muchos escritores principiantes que como editora he tenido ocasión de tratar les he dicho siempre lo mismo: la única forma de aprender a escribir es leer. Tengo poca fe en los talleres de escritura, o en los cursillos donde te preparan para la profesión de escritor. Su eficacia depende de las personas que los dirigen, si éstas son de gran altura es obvio que podemos sacar provecho de sus consejos, pero, aun en este caso, si además de la docencia son ellos mismos escritores, considero preferible leer su obra que asistir a sus clases. El escritor principiante debe leer tanto como pueda y -es otro punto del que estoy segura- debe leer sobre todo a los clásicos. Les aconsejaría también que no partieran del propósito de ser originales, distintos, de hacer a toda costa algo nuevo. Tal vez lo logren, y será magnífico, pero no debiera ser el objetivo primordial. Y nadie que se tome en serio la profesión estudiará los índices de ventas, cuáles han sido los best sellers, qué incentivos estimulan al comprador, qué es "lo que se lleva". Esas míseras funciones puede dejárselas al editor. Y por último les diría que no se tomen demasiado en serio esa supuesta angustia ante la página en blanco: a lo largo de la creación de una obra, hay múltiples momentos de angustia y surgen en los puntos más inesperados. La última página puede generar tantos problemas e inseguridades como la primera.
Bernardo Atxaga
Entre otras cosas, el escritor debe ser consciente del Código Penal que activa nada más ponerse a escribir. Van dos líneas, y ya tiene enfrente una lista de prohibiciones y de castigos. Ha empezado a narrar en primera persona, ergo ya no le es posible utilizar la primera o la tercera. Ha puesto un taco en el segundo párrafo, ergo no podrá evitarlos en las páginas siguientes, y a ver qué pone cuando llegue a la doscientos, después de dos docenas de diversos joderes y una y media de me cago en... Y si en lugar de un taco ha puesto un latinajo como ergo, pues peor aún, porque obliga a más, por ejemplo a escribir ex aequo en la tercera página y a posteriori en la octava, y cierra para siempre la vía hacia un texto serio como el que, dicho sea de paso, yo quería escribir antes de que me saliera precisamente el ergo, y la musa, Código Penal en mano, me prohibiera ese fruto.
Juan Gelman
¿Consejos? Para los jóvenes poetas, ninguno. Los únicos maestros son los grandes en lengua castellana y ayudan a encontrar la propia voz. Se busca, entonces, lo mismo que ellos buscaron y hay que ir a la página en blanco virgen de todo mecanismo adquirido en una escritura anterior: cada nueva obsesión tiene su música. Escribir poesía es abrirse camino en uno mismo. Decía la gran poeta rusa Marina Tsvetáieva: el poeta no vive para escribir, escribe para vivir.
Santiago Gamboa
Conviene, al inicio, imaginar una novela descomunal, pues la escritura es un proceso de pérdida: se sueña con una catedral y al final se logra una iglesia de provincia. Luego escribir de forma obsesiva, aunque no siempre "escribir" significa golpear el teclado. A veces basta con pensar intensamente en lo que se está escribiendo. Pero a veces, pues no hay que olvidar que las novelas tienen muchas páginas y alguien debe hacerlas. Y un consejo suplementario: cada día, para concentrar fuerzas, se pueden decir en voz alta estos versos: Prometo querer narrarlo todo y contra toda esperanza. / Prometo ser sincero en la verdad y en la mentira, y prometo contradecirme. / Prometo no ser tan "versátil" como algunos editores quisieran. / Prometo no ser nunca un escritor sin escritura. / Prometo reescribir, tachar, borrar y maldecir hasta quedar sin aliento. / Prometo todo esto, Señor, en nombre de tantos autores caídos en el campo de batalla de la página en blanco. / Prometo también algo muy sencillo. / Repetir cada mañana esta plegaria: / "Señor, no soy ávido / sólo te pido 500 palabras".
Matilde Asensi
Antes de empezar a escribir hay que disfrutar del proceso de creación. En general, todo el mundo considera que teclear en el ordenador es, de hecho, el trabajo del/la escritor/a, que la inspiración guía mágicamente sus dedos y que la narración va saliendo mientras se escribe. Pero cuando ese momento llega, ya se han dejado atrás muchos meses (incluso años) de proceso creativo: tus personajes tienen nombres y vidas, tu argumento está completo, conoces las diferentes historias que se trenzarán a lo largo de la obra y ya has documentado la época histórica en todos sus aspectos. En realidad, la fase de creación es la más amplia e interesante; escribir, lo que se dice escribir, sólo es el final del proceso.
Fernando Aramburu
Sinceramente, joven, el único consejo útil que puedo darte es que seas un genio. La genialidad ayuda a evitar complicaciones. Es como ir de viaje en un automóvil de fórmula 1. Llegas antes, aunque ay de ti como te salgas de la carretera. Si vas andando no te quedará más remedio que encomendar tus ilusiones al trabajo constante, al estudio minucioso de la lengua, a tu conocimiento particular de los asuntos humanos. Tengas mayor o menor talento para la expresión escrita, procura ser auténtico porque, de lo contrario, ¿qué vas a ofrecer sino humo a los demás? Y desconfía de los pelmas aconsejadores que pretendemos alumbrar el universo con una chispa.
Fogwill
El de la página en blanco es un lugar común tributario de la mitología del artista, su padecer, sus sacrificios. Mallarmé, en su Brise Marine lo llevó al extremo, con una ironía que pocos advierten: en el poema la página en blanco es restaurada hasta recuperar su materialidad de "vacío papel que defiende su blancura" y se suma a "los viejos jardines hechos para mostrarse", "la claridad desierta de la lámpara" y a "la joven esposa que amanta su bebé" como formando el todo repudiable de la vida burguesa. Su consejo a los que temen a la página en blanco es enfrentar a la tormenta, naufragar y perderse hasta poder "atender-entender" el canto de los marineros. Tenemos la cabeza llena de cantos de marineros, campesinos, soldados y maestros de la lengua: escuchémoslos y dejémonos de mariconerías domésticas como los triviales ritos del escritor que cree temer a la hoja en blanco cuando lo acosa una deplorable blancura mental.
Yuri Herrera
No existe eso que llaman bloqueo de escritor. Si no escribes: o no tienes nada que decir, o no es el momento de decirlo, o eres demasiado perezoso para ponerte a trabajar. En cualquier caso no hay por qué angustiarse, el mundo seguirá girando a pesar de tu silencio. Hacer literatura no es un deber. A nadie le urge un escritor. Si uno entiende eso puede tomarse el tiempo necesario para escribir, sin contentarse con la autoconfesión o la escritura automática, formas de la calistenia. Porque el verbo más importante del oficio es rumiar; la literatura se gesta rumiando. Hay que dejar que a uno se le pudran las historias en la cabeza, que fermenten hasta despedir ese olor que indica que ya están listas para ser puestas en palabras.
Elvira Lindo
Por desgracia, no se puede enseñar a escribir literatura a quien no tiene talento. El talento no se enseña. Sin embargo, a quien sí lo tiene, un buen maestro le puede servir de gran ayuda. Los mejores maestros se encuentran, sin ninguna duda, en la estantería. No se puede adquirir un estilo propio si no se lee y no se imita a los grandes escritores. La admiración y la emulación a los clásicos son el principio obligado de una carrera literaria. Después, están las escuelas de escritura. Son interesantes porque ponen al alumno en contacto con personas que comparten las mismas inquietudes. Lo deseable es que el alumno encuentre a un buen maestro. El buen maestro ha de enseñar a amar la literatura sin papanatería, pero sin malograr la inocencia del alumno. Lo ideal es encontrar un buen maestro que no esté lacrado por el resentimiento. Hay maestros que quieren imponer sus manías y sus prejuicios literarios a sus alumnos. Que les inoculan el desprecio, que es el pecado más estéril de los literatos. De ellos hay que huir como de la peste. Nada mejor que el maestro que enseña a admirar, en primer término, y a analizar las dificultades de la creación. De un taller literario es posible que sólo uno o dos alumnos tengan futuro, pero por esos dos diamantes en bruto merecen la pena todas las escuelas de letras.
Arturo Pérez-Reverte
Escribir no es tanto cuestión de talento como de constancia. El trabajo, la dedicación y las lecturas son el camino más directo para tener éxito en la creación literaria. Con el tiempo, los escritores vamos cambiando y no es la misma novela la que escribes con 20 que la que escribes con 40, o con 60, porque tu corazón cambia con el tiempo, pero creo que todo escritor coherente debe pisar siempre el mismo territorio e ir desarrollándolo con los años. El lector siempre debe reconocer tu territorio. Desconfío del autor que cambia de territorio o que no lo deja claro en sus libros.
Antonio Gamoneda
Parto de una actitud permanente en el sentido de que la manifestación o la presencia del pensamiento poético es una parte de mi vida. Ese pensamiento poético, por decirlo de alguna manera, permanece inmovilizado, pero está conmigo todo el tiempo. Y, en algún momento, una parte de mi cerebro que los científicos nos están localizando, pone en marcha ese pensamiento poético del que hablo, el cual, a mi entender, difiere de cualquiera otra modalidad de pensamiento. Es un lenguaje interior que se activa rítmicamente, en su aparición hay un desencadenante musical, y ese pensamiento rítmico es identificable como pensamiento poético. Lo que no se debe hacer, sin que esto sea una ley de aplicación general, es crear un proyecto, programar, crear unas metas o significaciones previas con fines de escritura poética. No es precisamente el automatismo puro de los surrealistas, pero sí es una actividad que no debe ser intervenida por otras formas de pensamiento. Finalmente, de manera quizá no perceptible para el poeta hasta el final sí aparece un sentido, un conocimiento que se parte del no saber que decía Juan de Yepes al saber, al conocimiento, pero por mecanismos que no son la indagación, el estudio o la indagación previa.
Ángeles Mastretta
¿Escribimos para recordar o para ir adivinando lo desconocido? Alguna vez recomendó Julio Cortázar: "Cuenta la historia como si sólo fuera de interés para el pequeño círculo de tus personajes, pensando en que podrías ser uno de ellos". Yo no encuentro una mejor recomendación para quienes quieran meterse en este lío que es escribir quimeras. Inventar mundos, es querer adivinarlos. ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes fueron? ¿Qué pensaban? ¿Qué los conmovía? ¿En dónde viven? ¿A quién añoran? ¿A qué se atreven? Yo para eso escribo novelas. Para soñar con otros, para inventar personas a las que me gustaría conocer, con las que me haga bien convivir durante horas, durante días alargándose por años. Lo que me sucede no necesito reinventarlo, y cuando intento hacer algo así siempre termino aceptando que la historia que digo ha sido mía. Escribir es un juego de precario equilibrio entre el valor y la soberbia. También entre sus opuestos: el miedo y la humildad. Yo de cómo escribir, de los trucos y los equívocos, no sé hablar bien. Lo único que sé con la claridad del agua, es que escritor es quien escribe todos los días, todos los ratos libres y siempre que algo mira, aunque no tenga lápiz, ni teclas con las que dejar constancia de sus palabras.
Rafael Gumucio
¿Se puede enseñar a escribir? Claro, con un buen silabario y una profesora paciente no hay niño que no sepa después de unos meses escribir su nombre y el de sus padres. ¿Aprender a ser escritor? Ser escritor es ser por escrito, ser más intensamente, más completamente por escrito que por cualquier otro medio. Todos tienen la facultad de lograrlo. Las materias que se necesitan aprobar son justamente las que no se enseñan en la universidad, pero las que se imparten en cualquier otra parte: la valentía, la honestidad, el descaro, la oportunidad, la lucidez, la gracia. Por otro hacer de escritor es más simple, basta usar anteojos, leer mucho, encerrarse en alguna universidad americana por un semestre, ser jurado de cuanto concurso hay, vestirse de chaqueta de mezclillas y preocuparse por grandes temas tipo "el mal", el vacío y la cuarta guerra mundial.
Ramiro Pinilla
El acto de sentarse a escribir nunca ha gozado de mi preferencia entre los demás del día. Siempre hubo otras necesidades más apremiantes. Sin embargo, he logrado escribir. Lo que advierte sobre la coartada de la falta de tiempo. Siempre hay tiempo para respirar. Porque, digamos, se trata de coraje. Abundan los llamados, los que redactan bien en la escuela y un día, a los dieciséis años, leen a su abuela una incipiente cuartilla y la buena señora alza los brazos y exclama: "¡Tenemos un escritor en la familia!" Con cosas así se empieza en esto. ¿Merece la pena? Un buen sueño siempre merece la pena. Pero habrá que mantenerlo limpio. No conviene, desde un principio, pretender vivir de la literatura: es peligroso para el sueño. Nunca viví de ella, siempre tuve un par de empleos. ¿A qué viene este consejo? ¿Os suena la palabra libertad? Y luego, disciplina. A un escritor compulsivo le sobra la disciplina. Creo en el trabajo lento, en soledad y al amparo de una inspiración más o menos obediente. Nunca reneguéis de los insomnios, a los que suele acudir la imaginación. Un texto, una narración, nunca es lo suficientemente buena. Siempre pudo estar mejor. Te pueden alabar mucho una historia, pero tú sabes que lo hacen porque ignoran lo que tenías en la cabeza y no halló la forma perfecta. De mis novelas y cuentos sólo pequeñas partes alcanzaron la feliz conjunción fondo/forma que creía ver, no alcancé el sueño. ¿Era posible? Sí en un texto corto, un cuento. Pero acaso esta perfección no sea más que un delirio del propio sueño, porque si cada historia o tema requiere un estilo o lenguaje distinto dentro de cada narración, y más si es larga, también conviven episodios diferentes que acaso están marcando estilos diferentes. Aunque, cuidado, porque el escritor no es un robot, él es el culpable de lo bueno y de lo malo. En este sueño no hay sonámbulos.
Andrés Neuman
Aristócratas y pedagogos. ¿Se puede enseñar a escribir?, ¿hay unas reglas mínimas? Herméticos y aristócratas necesitan pensar que no. A pragmáticos y pedagogos les conviene pensar que sí. ¿Se puede ser un aristócrata pedagógico? Ay. No se debe... 1. No se debe escribir en estado de ebriedad o enajenación por estupefacientes. 2. No se debe escribir novelas universitarias. 3. No se debe creer que hay cosas que se deben hacer. Sí se debe... 1. Se debe escribir sobre el estado de ebriedad o enajenación por estupefacientes. 2. Se debe escribir novelas universitarias, si no hay más remedio. 3. Se debe creer lo que digan los personajes.
Wendy Guerra
En mi país algunas piezas oficiales creen que las casas editoriales de todo el mundo nos publican porque añadimos ficción a buena parte de nuestro drama. Pero son ellos, la mano negra e invisible que enreda las cuerdas de nuestra propia realidad, quienes despojan lo maravilloso de lo real. Escribimos sin conocer lo que pasa debajo del iceberg. El ritual de lo que vivimos es un gesto preciado, un diamante que cruje para marcar cristales en blanco. Así se inicia nuestro oficio, nos proponemos historias cotidianas, salvadas de nuestra infancia, adolescencia y juventud espolvoreada de episodios, pero la historia misma nos despierta a una trama mayor. Escritores de ficción sustituyen por veces al periodista que no puede decir lo que contamos. En todos los tiempos un escritor se enfrentó con pánico al blanco de su pizarra, pero mi instante sobre el hielo es el arte de cincelar con herramientas las palabras sobre el frío.
Lorenzo Silva
Padecí, como muchos, el martirio de sentarme ante un folio virgen con afán de mancharlo de algo impreciso y sublime. Incluso creo que llegué a sufrir ante alguna de aquellas pantallas negras de WordPerfect. Pero hace muchos años que no he vuelto a pasar por el ominoso trance. Mi truco: nunca salgo a pelear sin haber cargado a conciencia mi arma, y nunca la empuño (salvo fuerza mayor) sin cerciorarme de que estoy despejado para hacer buena puntería. No escribas sin algo concreto que contar. Con eso, y la mente bien despierta, el folio o la pantalla en blanco son el más placentero campo de maniobra.
Marcos Giralt
Tener presente que la escritura es una disciplina que exige concentración y rigor; no creer en la inspiración sino en el trabajo; saber que éste empieza antes de ponernos a escribir, en la mirada, y que por eso hay que entrenar la pluma tanto como los ojos con los que vemos el mundo; olvidar en lo posible nuestra propia vida, pero convertir la escritura en una prolongación de ella escribiendo solamente sobre asuntos que nos importan; no conformarnos con la primera versión de un texto, releerlo y corregirlo cuanto consideremos necesario; no hacer caso de consejos que contradigan nuestro propio instinto, y elegir cuidadosamente a nuestros modelos, que sean de verdad grandes. Con esto, que no es poco, y un buen diccionario, cualquiera puede enfrentarse a la escritura. Cómo alcanzar el estado idóneo depende de los hábitos y manías de cada cual. En mi caso necesito música y un número suficiente de horas por delante.
Alberto Manguel
Hay áreas en las que ningún consejo vale: nadie jamás ha podido servirse del consejo de otro para saber cómo hacer que un pan con mantequilla no caiga del lado de la mantequilla hacia abajo, cómo recrear un sueño en todos sus detalles, cómo razonar con el Papa, cómo enamorarse. Virginia Woolf (o quizás fue Somerset Maugham) dijo que para escribir un buen libro hay tres reglas, pero que, desafortunadamente, nadie sabe cuáles son. Forzado a dar consejo a quien quiere escribir, sugiero seis cosas: 1. Leer. 2. Leer. 3. Leer. 4. Leer. 5. Leer. 6. Leer.
2 Comentarios:
jajajajajajaja, con este post no creo que algún poeta continue bloqueado por culpa de su generoso corazón. Un abrazo.
jajaja. Tranquilo, Haromil
G.
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