martes, mayo 11, 2010

Artículo de Carlos Calderón Fajardo: Don DeLillo, el narrador diferente (Cosmópolis)

Como todos los martes, reproduzco el artículo Don DeLillo, el narrador diferente (Cosmópolis) de Carlos Calderón Fajardo, publicado en su columna Bloc de notas en Letra Capital.
No he leído a DeLillo como quisiera, mas sí puedo recomendar una novela suya, redonda y extraordinaria, por decir lo menos: LIBRA. Esta novela se alimenta de la mejor tradición de la novelística de espionaje, sin embargo, no puede ser asumida como tal debido a que la intención del narrador no es presentarnos una nueva lectura de lo que hasta ahora sigue siendo uno de los mayores traumas de la historia política norteamericana: el asesinato de John F. Kennedy. Lo que hace en realidad es brindarnos un mosaico de personajes signados por la abulia (marcada por un contexto exasperante), a la espera de realizar “la hazaña” que al menos pueda darles un sentido coherente a sus vidas.


Siempre me he preguntado por qué el novelista norteamericano Don DeLillo (1936) dada su calidad literaria de maestro indiscutible, autor de una obra de lectura imprescindible en la novela contemporánea: Submundo, no goza en el Perú de la audiencia de lectoría como sí la tienen un Philip Roth o un Paul Auster. He intentado buscar una respuesta. DeLillo ha ganado premios muy importantes, sus obras están en español, traducidas el mismo año que aparecen en inglés, ¿qué pasa entonces? Me he dicho si no será que Philip Roth y Paul Auster son escritores del siglo XX y Don DeLillo lo es del tiempo sin siglo, es más, del camino que va haciendo el mundo desde el siglo XX al siglo XXI y a un infinito tecnológico al que jamás accederemos. Don DeLillo es el narrador del capitalismo tardío al que nunca llegaremos, y nos es ajeno por esa razón, porque su mundo nos es ajeno.
Como nosotros estamos aún en nuestro siglo XIX literario: Flaubert, Víctor Hugo, Dostoievski nos son aún atractivos. Y continuamos empleando los esquemas normativos de la novela europea del siglo XIX, que se repiten como quien obedece a un esquema obligatorio. Es razonable pensar que es muy difícil que podamos asimilar a un tipo de escritor como Don DeLillo. Ha escrito varias novelas entre las que destaca la sobresaliente Submundo (1997). Quizás una de las cumbres de la novela moderna, novela histórica, narra cincuenta años de la vida norteamericana a partir del 3 de octubre 1951, de un partido de beisbol jugado en Nueva York. Acaba de publicar Point Omega (Febrero, 2010). Que es la historia de Richard Elster, un intelectual out-sider que en el desierto de Arizona imagina un punto omega más allá de la evolución humana. Pero la novela sobre la que vamos a intentar decir algo en esta nota es Cosmópolis (Seix Barral, 2003).
Cosmópolis ocurre en un solo día del año 2000. Una perturbación en el valor del yen, elemento reiterado en la novela que nos sujeta a la narración de un solo día, a diferencia de los 50 años que abarca Submundo. El personaje central es Erick Packer, un multimillonario de 28 años que recorre la ciudad en una limusina acompañado de su guardaespaldas, cual Quijote y Sancho. Desde el título sabemos que estamos en una novela en la que la ciudad, que puede ser Nueva York, por algunos indicios, es el verdadero personaje. Cosmópolis es un paseo imaginario por la superficie de una urbe edificada con la tecnología ultra moderna. Del punto de vista de estrategia narrativa DeLillo desecha el psicologismo a favor de la abundante descripción de superficies, claro como el narrador las ve, recreándola verbalmente. DeLillo construye un relato sin historia. Está hecho de fragmentos, de visiones desconectadas, de las peripecias fugaces en un día de su anti-héroe Erik Parker. De cuando en cuando surgen inserciones, con reflexiones contundentes. Por ejemplo cuando en medio de un incidente disparatado el narrador omnisciente comenta: “El dinero ha perdido sus cualidades narrativas, tal como sucediera en la pintura hace tiempo. El dinero habla solo para si mismo”. Pensamiento que empata con el epígrafe de la novela: “la rata deviene moneda de curso legal” (Zbigniew Hebert). Se abandona la linealidad por la descripción como forma preponderante, es el narrar de un presente que fluye, que no deja de fluir.
La novela prescinde de los elementos fundamentales de la novela clásica: psicología de los personajes, no hay pasado que antecede los hechos, no se espera un futuro porque ya se está en él y si el tiempo es abolido por el presente, por lo tanto estamos ante una novela sin una historia que pueda ser reducida a una fábula; no existe una trama identificable sino un tejido de sucesos desconectados. En ese suceder permanente todo aparece y se desvanece. DeLillo no es un realista cásico como lo es Roth, ni un realista-fantástico como lo es Auster. Cada incidente que les sucede a los personajes de esta novela no tiene consecuencias, desarrollo, ni antecedentes. Eric Packer se pasea, y nos recuerda al flaneur de Benjamin, pero es el paisaje el que ha cambiado. Pero si todos los recursos del realismo decimonónico son abandonados, entonces por qué nos sentimos ante un escritor profundamente realista. En DeLillo no hay la densidad que hallamos en Philip Roth ni la sugerencia de lo no dicho del primer Paul Auster. A diferencia de su novela Submundo (Underworld), DeLillo reinventa no el pasado sino el presente, que al leerlo hace que nos sintamos casi ya en el futuro. Infinidad de personajes aparecen descritos de una manera muy peculiar para desaparecer tragados por la gran megalópolis que es un cosmos. Todas las frases de la novela parecen estar en lucha con las frases envejecidas por el uso excesivo. Don DeLillo es un prosista brillante pero al mismo tiempo trasgresor, a veces hasta procaz, de lo que le interesa de la realidad de los tiempos fractales de una ciudad ultra-moderna que vive su majestuosidad asentada sobre el caos. DeLillo llama a las cosas de una manera diferente para hablar del sexo, la violencia, la muerte, el mercado global, el terrorismo y la relación entre el poder y la alta tecnología. Es el novelista de la híper-modernidad, pero su lección para los autores peruanos está en su extraordinaria capacidad para recrear pequeños incidentes de la vida narrándolos en un nuevo arte de narrar que se manifiesta por una constante reinvención del lenguaje y de la no aceptación de las frases hechas con la se arman la mayoría de nuestras novelas actuales y en el mundo. Es un rasgo de toda la novela, que el lector no se imagine qué va a leer en el párrafo siguiente, y de frase en frase, es impredecible la forma como en cada situación DeLillo resuelve una situación narrativa y cómo la expresa nos sorprende por su originalidad e invención y diría yo de manera magistral.
Don DeLillo es un gran narrador histórico en Submundo. En Cosmópolis es el novelista imaginativo del presente, por su manera ver el que verbaliza lo que los demás no ven. El narrador diferente. Hay que leer Point Omega, que acaba de publicarse en febrero. ¿Es en esta novela corta de 160 páginas la que narra el futuro?
Cosmópolis está dedicada a Paul Auster. Las últimas líneas con la que termina la novela muestran el estilo, la prosa de DeLillo: "Está muerto dentro de la esfera de cristal de su reloj, pero aún está vivo en el espacio original, a la espera que suene el disparo".

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal