Roberto Bolaño, un autor de leyenda
El sábado último recorrí al vuelo algunas librerías. Iba tras un ejemplar de más de mil páginas sobre la historia de la CIA, el cual no encontré. Entonces me puse a matar el tiempo, con la esperanza de ver otro ejemplar que llame mi atención. De esta manera revisé un toque EL TERCER REICH de Roberto Bolaño. Como es una novela que me la van a regalar en los próximos días (bueno, así me han dicho), no la compré; sin embargo, aquello no impidió que escuchara la conversación de un par de poseros sobre dicha novela y también sobre la vida y obra de Bolaño.
Para mi mala suerte vengo topándome con muchos remedos de Bolaño, y lo digo en buena onda. Aparecen como cucarachas (a pesar de que asisto a poquísimas actividades literarias), creen haberlo descifrado cuando en realidad son incapaces de llevar a la práctica la vigésima parte de la mitad de la consecuencia que en vida tuvo este gran Lector que escribía, porque eso es lo que precisamente fue Bolaño: un voraz lector.
Sin ofender, pero hay demasiada bolañomanía sin lecturas.
Al regresar a casa, busqué algunos textos sobre Bolaño y EL TERCER REICH. Y di con un par que recomiendo leer: Roberto Bolaño, un autor de leyenda de Horacio Castellanos Moya y El detective salvaje se hizo escritor en Cataluña de Antonio Lozano. Ambos textos fueron publicados en la edición 151 de la revista Qué Leer.
…
Me había propuesto no volver a hablar o escribir sobre Roberto Bolaño. Ha sido objeto de demasiado manoseo en los dos últimos años, sobre todo en cierta prensa estadounidense, y me dije que ya bastaba de intoxicación. Pero aquí estoy de nuevo escribiendo sobre él, como un viejo vicioso, como el alcohólico que promete que ésa es la última copa de su vida y a la mañana siguiente jura que sólo se tomará una más para salir de la resaca. Y la culpa de mi recaída la tiene mi amiga Sarah Pollack, quien me hizo llegar su agudo ensayo académico precisamente sobre la construcción del “mito Bolaño” en Estados Unidos. Sarah es profesora en la City University de Nueva York y su texto, titulado Latin America Translated (Again): Roberto Bolaño’s The Savage Detectives in the United States, ha sido publicado en la revista trimestral Comparative Literature.
Albert Fianelli, un colega periodista italiano, parodia al doctor Goebbels y dice que cada vez que alguien le menciona la palabra “mercado” él saca la pistola. Yo no soy tan extremista, pero tampoco me creo el cuento de que el mercado sea esa deidad que se mueve a sí misma gracias a unas leyes misteriosas. El mercado tiene dueños, como todo en este infecto planeta, y son los dueños del mercado quienes deciden el mambo que se baila, se trate de vender condones baratos o novelas latinoamericanas en Estados Unidos. Lo digo porque la idea central del trabajo de Sarah es que detrás de la construcción del mito Bolaño no sólo hubo un operativo de marketing editorial sino también una redefinición de la imagen de la cultura y la literatura latinoamericanas que el establishment cultural estadounidense ahora le está vendiendo a su público.
No sé si sea mi mala suerte o si a otros colegas también les sucedió, pero cada vez que me encontraba en territorio estadounidense –podía ser en el bar de un aeropuerto, en una reunión social o donde fuera– y cometía la imprudencia de reconocer ante a un ciudadano de ese país que soy escritor de ficciones y procedo de Latinoamérica, éste de inmediato tenía que desenvainar a García Márquez, y lo hacía además con una sonrisa de autosuficiencia como si me estuviera diciendo “los conozco, sé de qué van ustedes” –claro que me encontré con otros más silvestres, que alardeaban con Isabel Allende o Paulo Coelho, lo que tampoco hacía diferencia, porque se trata de versiones light y de autoayuda de García Márquez. En los tiempos que corren, sin embargo, esos mismos ciudadanos, en los mismos bares de aeropuertos o en reuniones sociales, han comenzado a desenvainar a Bolaño.
Otra idea clave de Pollack es que durante treinta años la obra de García Márquez con su realismo mágico representó a la literatura latinoamericana en la imaginación del lector estadounidense. Pero como todo se desgasta y termina percudiéndose, el establishment cultural necesitaba un recambio, hizo tanteos con los muchachos de los grupos literarios llamados McOndo y Crack, pero no servían para la empresa, sobre todo porque, como explica Pollack, era muy difícil vender al lector estadounidense el mundo de los iPods y de las novelas de espías nazis como la nueva imagen de Latinoamérica y su literatura. Entonces apareció Bolaño con Los detectives salvajes y su visceral realismo.
EPISODIOS ICONOCLASTAS
“Que nadie sabe para quien trabaja” es una frase hecha que me gusta repetir, pero también es una realidad grosera que me ha golpeado una y otra vez en la vida. Y no sólo a mí, estoy seguro de ello. Sigamos. Los cuentos y las novelas breves de Bolaño venían siendo publicados en Estados Unidos, con esmero y tenacidad, por New Directions, una muy prestigiosa editorial independiente pero de difusión modesta, cuando de pronto, en medio de las negociaciones para la compra de Los detectives salvajes, apareció, como surgida de los cielos, la poderosa mano de los dueños de la fortuna, quienes decidieron que esta excelente novela era la obra llamada para el recambio, escrita además por un autor que había muerto hacía muy poco, lo que facilitaba los procedimientos para organizar la operación, y pagaron lo que fuera por ella. La construcción del mito precedió al gran lanzamiento de la novela. Cito a Sarah Pollack: “El genio creativo de Bolaño, su atractiva biografía, su experiencia personal en el golpe de Pinochet, la calificación de algunas de sus obras como novelas de las dictaduras del Cono Sur y su muerte en 2003 a causa de una falla hepática a sus cincuenta años de edad, contribuyeron a ‘producir’ la figura del autor para la recepción y el consumo en Estados Unidos, incluso antes de que se propagara la lectura de sus obras”.
Quizá no haya sido yo el único sorprendido cuando, al abrir la edición norteamericana de Los detectives salvajes, me encontré con una foto del autor que no conocía. Es el Bolaño post adolescente, con la cabellera larga y el bigotito, la pinta de hippie o del joven contestarío de la época de los infrarrealistas, y no el Bolaño que escribió los libros que conocemos. Celebré la foto, y como soy un ingenuo me dije que seguramente había sido un golpe de suerte para los editores conseguir una foto de la época a la que alude la mayor parte de la novela (ahora que los infrarrealistas han abierto su sitio web, varias de esas fotos se encuentran colgadas ahí, en las que descubro a mis cuates Pepe Peguero, Pita el “Mac” y hasta al periodista peruano radicado en París José Rosas, de quien yo desconocía su pertenencia al grupo). No se me ocurrió pensar entonces, pues el libro apenas salía del horno y comenzaba el revuelo en los medios de Nueva York, que esa evocación nostálgica de la contracultura rebelde de los 1960 y 1970 era parte de una bien afinada estrategia.
No fue casual entonces que en la mayoría de artículos sobre el perfil del autor se hiciera énfasis en los episodios de su juventud tumultuosa: su decisión de salirse de la escuela secundaria y convertirse en poeta; su odisea terrestre de México a Chile, donde fue encarcelado luego del golpe de Estado; la formación del fracasado movimiento infrarrealista con el poeta Mario Santiago; su existencia itinerante en Europa; sus empleos eventuales como cuidador de camping y lavaplatos; una supuesta adicción a las drogas y su súbita muerte. “Estos episodios iconoclastas eran demasiado tentadores como para que no fueran convertidos en una tragedia de proporciones míticas: he aquí alguien que vivió los ideales de su juventud hasta las últimas consecuencias. O, como rezaba el titular de uno de esos artículos: “¡Descubran al Kurt Cobain de la literatura latinoamericana!”.
Ningún periodista estadounidense resaltó el hecho, advierte Sarah Pollack, de que Los detectives salvajes y la mayor parte de la obra en prosa de Bolaño “fueron escritos cuando éste era un sobrio y reposado hombre de familia” durante los últimos diez años de su vida, y un excelente padre, agregaría yo, cuya mayor preocupación eran sus hijos, y que si al final de su vida tuvo una amante lo hizo en el más conservador estilo latinoamericano, sin atentar contra la conservación de su familia. “Bolaño aparece ante el lector (estadounidense), incluso antes de que uno abra la primera página de la novela (Los detectives salvajes), como una mezcla entre los beats y Arthur Rimbaud, con su vida convertida ya en materia de leyenda”. La mayoría de críticos ha pasado por alto que Bolaño no murió a causa de un exceso de drogas y alcohol, sino por una vieja pancreatitis mal cuidada que le inutilizó el hígado (fue lo que me explicó en Blanes, donde yo era el único que alzaba la copa y él sólo bebía té). Y que su caso es más semejante a los de Balzac y Proust, quienes también murieron a los cincuenta años de edad después de un esfuerzo de trabajo descomunal, que al de los ídolos pop estadounidenses consumidos por la droga y el escándalo.
SÓLIDA BASE FAMILIAR
Digo yo que a Bolaño le hubiera hecho gracia saber que lo llamarían el James Dean, o el Jim Morrison, o el Jack Kerouac de la literatura latinoamericana. ¿Acaso no se titula la primera novelita que escribió a cuatro manos con García Porta "Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce"? Quizá no le hubiera hecho gracia saber los motivos ocultos por los que lo llaman así, pero ésa es harina de otro costal. Lo cierto es que Bolaño siempre fue un contestatario; nunca un subversivo, ni un revolucionario involucrado en movimientos políticos, ni tampoco un escritor maldito (como sí lo fue su mentor de aquellos primeros años, el poeta veracruzano Orlando Guillén, pero ésa es otra historia que espera ser contada), sino un contestatario, tal como lo define la Real Academia: “Que polemiza, se opone o protesta contra algo establecido”.
Fue contestarío contra el establishment literario mexicano –ya fuera representado por Juan Bañuelos u Octavio Paz– a principios de los 1970; con esa misma mentalidad contestataria, y no con una militancia política, se fue al Chile de Allende (a propósito de ese viaje, que un periodista del New York Times ha puesto en duda, he llamado a mi amigo el cineasta Manuel “Meme” Sorto a Bayona, Francia, donde ahora vive, para preguntarle si no es cierto que Bolaño pernoctó en su casa en San Salvador cuando iba hacia Chile y también a su regreso –el mismo Bolaño lo menciona en Amuleto– y esto es lo que Meme me ha dicho: “Roberto aún venía conmocionado por el susto de haber estado en la cárcel. Se quedó en mi casa de la colonia Atlacatl y luego lo llevé a la parada del Parque Libertad a que tomara el autobús hacia Guatemala”). Y se mantuvo contestatario hasta el final de su vida, cuando ya la fortuna lo había tocado y arremetía contra las vacas sagradas de la novelística latinoamericana, en especial contra el boom, a quienes llamaba, en un email que me envió en 2002, “el rancio club privado y lleno de telarañas presidido por Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y otros pterodáctilos”.
Fue esa faceta contestaría de su vida la que serviría a la perfección para la construcción del mito en Estados Unidos, del mismo modo que esa faceta de la vida del Che (la del viaje en motocicleta y no la del ministro del régimen castrista) es la que se utiliza para vender su mito en ese mismo mercado. La nueva imagen de lo latinoamericano no es tan nueva, pues, sino la vieja mitología del “road-trip” que viene desde Kerouac y que ahora se ha reciclado con el rostro de Gael García Bernal (quien también interpreta a Bolaño en el film que viene, a propósito). Con la novedad de que, para el lector estadounidense, de acuerdo con Pollack, dos mensajes complementarios, que apelan a su sensibilidad y expectativas, se desprenden de Los detectives salvajes: por un lado, la novela evoca el “idealismo juvenil” que lleva a la rebeldía y la aventura; pero, por el otro, puede ser leída como un “cuento de advertencia moral”, en el sentido de que “está muy bien ser un rebelde descarado a los diecisiete años, pero si uno no crece y no se convierte en una persona adulta, seria y asentada, las consecuencias pueden ser trágicas y patéticas”, como en el caso de Arturo Belano y Ulises Lima. Concluye Pollack: “Es como si Bolaño estuviera confirmando lo que las normas culturales de Estados Unidos promocionan como la verdad”. Y yo digo: es que así fue en el caso de nuestro insigne escritor, quien necesitó asentarse y contar con una sólida base familiar para escribir la imponente obra que escribió.
Lo que no es culpa del autor es que algunos lectores estadounidenses, a través de Los detectives salvajes, quieran confirmar sus peores prejuicios paternalistas hacia Latinoamérica, según explica Sarah Pollack, como la superioridad de la ética protestante del trabajo o esa dicotomía por la cual los norteamericanos se ven a sí mismos como trabajadores, maduros, responsables y honestos, mientras que a los vecinos del Sur nos ven como haraganes, adolescentes, temerarios y delincuentes. Dice Pollack que, desde este punto de vista, Los detectives salvajes es “una muy cómoda elección para los lectores estadounidenses, pues les ofrece los placeres del salvaje y la superioridad del civilizado”. Y repito yo: nadie sabe para quien trabaja. O, como escribía el poeta Roque Dalton: “Cualquiera puede hacer de los libros del joven Marx un liviano puré de berenjenas, lo difícil es conservarlos como son, es decir, como un alarmante hormiguero”.
El detective salvaje se hizo escritor en Cataluña
Texto: Antonio Lozano
Bolaño siempre se consideró un poeta pero, más que un compositor de versos, ser un poeta consistía en entregarse a una forma de vida expansiva, abierta a todo tipo de experiencias, hambrienta de manifestaciones culturales variopintas y combinatorias sexuales osadas, según propia confesión. Su interés por meter las narices en todo y hacerlo con ánimo dionisíaco lo convirtió en el genuino detective salvaje. Junto a esta curiosidad desaforada que sólo se aplacaba poniéndola sobre el papel, el exilio, que entendía como “la quintaesencia de todo viaje (…), la perfección de escribir”, determina toda su obra: el investigador asombrado, tenaz y en perpetuo movimiento es su personaje amuleto.
Su muerte prematura y el colosal éxito póstumo parecen dos capítulos más de una carrera literaria puesta al servicio de mitificar aquella versión del escritor que encuentra en su oficio la única manera de codificar su accidentado y extraño paso por este mundo. Que sus editores alemanes creyeran que había permanecido varios años en prisión y que Jonathan Lethem, en su crítica de 2666, lo tomara por heroinómano se revelan síntomas de cómo la leyenda conspiró a su sombra. Bolaño sembró sus libros de pistas biográficas, de máscaras de sí mismo: el niño disléxico; el adolescente que hace del excesivo y oscuro México su patria sentimental; el joven que cruza Latinoamérica en autobús, coche y barco para llegar a su Chile natal y unirse a los movimientos trotskistas de apoyo a Allende, si bien acaba una semana encarcelado y salva el pellejo porque uno de sus guardianes es un antiguo compañero de estudios; el regreso a México para fundar el Infrarrealismo, movimiento poético vanguardista; su llegada a Cataluña en 1978 con escalas en África y diversas ciudades europeas…
DIGERIR LO VIVIDO
Si Latinoamérica supone el descubrimiento de una vocación de hierro y de unos ascendentes literarios, la interiorización de un paisaje físico y moral, la consumación de aventuras (es decir, la formación y la energía de las que alimentarse para siempre), su periplo por Barcelona (donde se reencuentra con su madre enferma), Girona y finalmente Blanes condensa la historia clásica del artista del hambre que un día ve cambiar su mala estrella, que es recompensado por su dedicación febril a aquello para lo que ha nacido. Muchas son las ocupaciones alimenticias que se le han atribuido a Bolaño en sus primeros años en España, y no se puede descartar alguna apócrifa a rebufo de ese intento por hacer de sus diferentes etapas vitales su mejor novela: vendimiador, vigilante nocturno de un camping, vendedor en un almacén y en una tienda de bisutería, lavaplatos, descargador del muelle… En paralelo a la ardua tarea de la supervivencia diaria, Bolaño dedica todos sus ratos libres a azotar su vocación y escribe, escribe, escribe desafiando al cansancio y a la somnolencia (su capacidad de trabajo fue colosal), presentándose a cuantos concursos penetraran en su área de conocimiento.
Con la salvedad del libro a cuatro manos Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (Acantilado), el trayecto de Bolaño por el mundo editorial español arranca cuando ya ha entrado en la cuarentena con los títulos La pista de hielo y La literatura nazi en América (ambos en Seix Barral), confirmándose como un escritor de culto y para colegas de buen paladar con los siguientes Llamadas telefónicas y Estrella distante. Puede decirse que hasta 1998 el chileno no sacó músculo, liberando esa bomba nuclear que supuso Los detectives salvajes, la novela coral que había ido creciendo en su interior desde sus años furiosos y demenciales en Chile y México, la destilación voraz de su poética. Poemarios, novelitas sacadas del cajón, ensayos y cuentos resucitados, respaldados por apariciones públicas marcadas por un espíritu combativo y ganas de provocar y llevar la contraria (otras vías de moldear su autoleyenda), levantaron una cortina de humo tras la que Bolaño se afanaba obsesivamente en completar la que habría de convertirse en su obra maestra póstuma, 2666 (Anagrama), un golem construido con los circuitos que unen el Mal y la creatividad literaria.
Pendiente de un trasplante de riñón, el escritor fallecía en un hospital barcelonés el 14 de julio de 2003, a los 50 años. Al recibir la noticia, el primer recuerdo que me vino a la mente fue el de nuestro encuentro en una cafetería barcelonesa para una entrevista en la que confesó su adicción a las películas basura que emitían por televisión a altas horas de la madrugada y que lo mejor de Qué Leer eran sus fotos.
1 Comentarios:
esta es la primera vez q comento algo aqui. solo una cosa: bolaño escribio "los detectives salvajes". punto. de ahí q lo critiquen o lo alaben, o lo copien -algo natural en la gente culturosa-literaria de nuestra provincia- es lo de menos. por lo menos a mi me llegan al chopin. si la gente quiere ser como bolaño, deberian intentar no copiarlo. así serian igualitos a el: ser originales y no estar lamiendole el culo al "establishment". thank you, so much.
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