Retrato de padre con hijo
Luego de varios años alejado de los ajetreos que conlleva toda publicación, el escritor Marcos Giralt Torrente vuelve con TIEMPO DE VIDA (Anagrama, 2010).
En nuestras librerías pueden encontrarse sus libros. Si se topan con la novela PARÍS, no duden en comprarla.
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Un padre egoísta y un hijo resentido. El padre enferma y el hijo se hace cargo de casi todo. Un tiempo después de la muerte del padre, el hijo escribe, un poco como homenaje y un poco como defensa, un libro durísimo y bello a la vez, un libro que es una confesión sincera, arriesgada, difícil; en cierto sentido, una confesión que lo reivindica, un recuento minucioso de todos los estadios y fases por las que pasó la particular relación con su padre desde que tiene memoria.
¿Cómo escribir sobre el otro, cómo contar una vida? Esta es una de las preguntas que suscita Tiempo de vida , el último libro de Marcos Giralt Torrente, escritor madrileño autor de los cuentos de Entiéndame (Anagrama, 1995), y las novelas París (Premio Herralde de Novela, Anagrama, 1999) y Los seres felices .
Atravesado por la compasión y el resentimiento, el libro de Giralt Torrente propone desde el principio un problema narratológico: caída la máscara de la ficción, sin las maravillosas posibilidades que brinda el poder de invención, resta saber si el relato de una vida sólo se puede escribir desde la más absoluta de las sinceridades. En principio Giralt Torrente lo intenta poniendo en juego dos movimientos: por una parte, el recuerdo de la infancia y el comienzo de las tensiones y los desencuentros que caracterizaron la relación con su padre, el pintor Juan Giralt; y por otra, el recuerdo de la enfermedad y del origen del libro, el tiempo de vida restante, vertiginoso, que parece imprimirle a la escritura el mismo trazo: la obsesión por las fechas, es decir, la obsesión por el tiempo, idea en que el narrador insiste, como si los años fueran páginas de un diario que hay que arrancar hasta llegar al final de una existencia, y por lo tanto, al final del libro.
La falta recorre todo el relato; es, se podría decir, el hilo con que se enlazan los recuerdos de un padre que brilla por su ausencia. Entonces, por momentos, el relato se convierte en una diatriba. Pero la duda metódica e inquisidora, que pone al otro en cuestión pero también se vuelve sobre sí, lo salva de ser un libro resentido y lo convierte en una investigación sincera y conmovedora sobre las relaciones entre padres e hijos.
La carencia se deja traslucir, sin embargo, en las decisiones estilísticas que tomó Giralt Torrente: la prosa parece estar desprovista de recursos literarios, figuras retóricas o regodeos estéticos. El relato se realiza, casi íntegramente, en presente histórico. Es, en cierto sentido, una escritura en grado cero, que sostiene un ritmo casi mántrico gracias a las repeticiones e insistencias de ciertas escenas dolorosas para que, a fuerza de decir una y otra vez, el relato quede marcado sobre la hoja en blanco y la figura del padre se vaya delineando más nítidamente, como un tapiz que se va completando para ver si al final se puede atisbar alguna figura.
Recordar es volver a traer al corazón. En Tiempo de vida , recordar también es traer al pensamiento. La escritura sirve para comprender, para ordenar el mundo y sobre todo, para ordenar la propia experiencia. Porque además de un retrato lúcido del padre, Tiempo de vida es también una reflexión sobre cómo alguien se convierte en escritor. Hablar del otro es una ocasión para hablar de uno mismo. Giralt Torrente ha intentado un retrato doble: el del padre, ya muerto, y el del hijo, que a veces se reconoce en el reflejo, muchas otras se despega y se rebela para afirmar la propia identidad frente al coloso, al origen, a aquél a quien hay que derribar para poder ser.
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