martes, marzo 15, 2011

Lo que el rey no dijo

Estaba buscando reseñas sobre las películas nominadas al Oscar. Casi todas decían lo mismo. Sin embargo, sin ser una crítica de cine, el último artículo de Juan Gabriel Vásquez, en El espectador, nos revela un aspecto sobre EL DISCURSO DEL REY que muy pocos han prestado atención, hasta donde sé.

...

EN UNO DE LOS GRANDES MOMENtos de El discurso del rey, el tartamudo Jorge VI está viendo una proyección del día en que su padre fue coronado.
Lo acompañan su familia y el arzobispo de Canterbury: según la tradición inglesa, este hombre es responsable de la ceremonia. En un momento las imágenes cesan y comienzan otras, y entonces vemos a Hitler dando uno de sus discursos más vivos con esa elocuencia imparable y esa cara de loco convencido que se le ponía en los mejores momentos de su retórica. El arzobispo (el gran Derek Jacobi) trata de apagar el proyector y pasar a otra cosa, pero la esposa del rey (la gran Helena Bonham-Carter) se interesa por el discurso de Hitler, a pesar de que ni ella ni nadie en la habitación entiende alemán. Una de sus hijas le pregunta al rey qué está diciendo el tipo. El rey, a quien ya hemos visto lidiar a brazo partido con su propia incompetencia oratoria, cuyos complejos y cuya patológica inseguridad ya hemos sufrido, responde: “No lo sé. Pero lo está diciendo bastante bien”.
La escena es una cifra perfecta de los muchos logros de la película, y también una metáfora de su más notorio problema. Las poquísimas líneas de diálogo dicen más de lo que muchos guionistas logran decir en una película entera: ahí está la callada envidia de Jorge VI ante el talento de Hitler; ahí está el desinterés, rayano en la frivolidad, del arzobispo de Canterbury (que también es cifra de la frivolidad de su Iglesia y de otras iglesias frente al nazismo). Y ahora viene el problema: porque la escena calla u omite toda referencia a la complicada relación que tuvo Jorge VI con la belicosidad del Führer, y al hacerlo llama la atención sobre el hecho de que el mismo silencio está en el resto de la película. La connivencia de las élites británicas con el nazismo no tiene por qué aparecer en la escena de la proyección; que no aparezca ni por asomo en el resto de la película, en cambio, es menos comprensible.
El discurso del rey es una gran historia, pero su terco empeño en olvidar la Gran Historia la pone en un lugar embarazoso. El caso más grosero es el de Eduardo VIII, que en la película aparece como un irresponsable, un malcriado y un caprichoso, cuando en realidad fue algo muy distinto: un irresponsable, un malcriado y un caprichoso que simpatizó hasta el final con el nazismo, que visitó a Hitler en la casa de Obersalzberg, que en 1940, cuando los nazis ocuparon Francia, les pidió que por favor le cuidaran su casa en París (cosa que los nazis hicieron) y que después fue enviado por Churchill a las Bahamas para evitar que entorpeciera los esfuerzos de la guerra con sus declaraciones derrotistas. En toda la película, la única sugerencia de las cuestionables simpatías del hombre —y de las dificultades en que puso a su familia— se da cuando se menciona al pasar que su novia recibe flores de Von Ribbentrop.
Alguien ha debido pensar que incluir el retrato completo habría contaminado el drama del tartamudo y su historia de conmovedora amistad con el logopeda. Alguien habrá pensado que no había por qué molestar a esa parte del público que va al cine para sentirse bien, no para que le hablen de cosas feas. Y es verdad que uno sale del cine sintiéndose feliz. Pero por ahí, en el fondo de la boca, queda un incómodo sabor a maquillaje.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal