jueves, abril 07, 2011

100 años del nacimiento de Ciorán

Creo que todos hemos leído a Emil Cioran. De alguna u otra manera, tenemos textos suyos en nuestras bibliotecas, ya sea en libro o en fotocopia. Como sea.
Si aún no lo has leído, tranquilo, que el mundo aún no se acaba. Pero desde ya tenlo como autor pendiente a leer.
Pues bien, mañana viernes 8 se cumplen 100 años de su nacimiento. Al respecto, estuve buscando notas en la web y encontré esta de Gustavo Emilio Rosales, publicada en la revista digital mexicana Justa.

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Un pensador convencido de que “si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos”. Un coloso en el dominio del lenguaje, que escogió el aforismo –“ese fuego sin llama”– como forma predilecta de expresión por ser éste “el género mejor emparentado con las familias del anatema y el insulto”. Un rumano que adoptó una lengua extranjera, el francés, que odiaba, como el medio inicial de escapar a su origen. Una mente lúcida que murió de demencia senil de tipo Alzhéimer… Tal fue Émile Michel Cioran.
Nació hace cien años, un día ocho de abril, en un pequeño pueblo de Transilvania llamado Rasinari. Esa aldea era bellísima y el pequeño Émile Michel creció acunado por sentimientos de felicidad, de acuerdo con sus propios comentarios. ¿Qué lo habría de convertir posteriormente en “antropólogo de la tragedia”, como él mismo se llamó? Sus comentaristas aventuran hipótesis diversas al respecto. De acuerdo con el ensayista mexicano Blas Matamoro, el autor de Silogismos de la amargura creció fascinado por la figura de su madre, Elvira Comaniciu. Lo habrían marcado, dentro del ámbito de esta obsesión, un acto de desprecio por parte de ella –un pasaje de negación en que Elvira le aseguró que de haber sabido que su único hijo crecería tal como era, habría abortado– y su fallecimiento, que ocurrió cuando Cioran era ya un joven adulto y frente al cual, al parecer, nunca encontró consuelo suficiente. Pero no falta quien enuncie su versión desde una perspectiva contraria, asegurando que el estilo ácido de este autor es una prolongación de su rebeldía frente a los dogmas encarnados en la fuerte presencia de su padre, Emilian, un pope de la iglesia ortodoxa.
“No me perdono el haber nacido. Es como si, al insinuarme en este mundo, hubiese profanado un misterio, traicionado algún compromiso de magnitud, cometido una falta de gravedad sin nombre. Pero a veces soy menos tajante: nacer me parece una calamidad que, de no haberla conocido, me tendría inconsolable”, afirma en la primera sección de Del inconveniente de haber nacido.
Escritor, filósofo, filólogo, lector voraz, crítico despiadado. Todas estas categorías podrían cobijar su hacer y de todas ellas, y de muchas otras más, renegó. “Tarea intelectual incalificable la de Cioran: no se deja etiquetar a la primera y la división del trabajo no puede por menos de resentirse. En realidad, ningún género se le ajusta convincentemente; a lo que más podría parecerse es a los manuales de meditación o a los libros de horas: libro de horas del horror, de la infinita finitud de las horas”, redacta Fernando Savater en el prólogo de Brevario de podredumbre.
Se podría pensar también en lo que no era Cioran. Pero este camino de reflexión no promete mejores recompensas a quien insista en definirlo. Ni el volumen de su obra ni el flamígero poder de su elocuencia delatan un espíritu apocado, cierto, pero incontables veces él mismo se declara seguidor y partidario de las formas extremas de la esterilidad, llámense acedia, pereza, abulia o depresión. Suicida que prolonga la agonía de la vida, tan sólo porque sabe que en cualquier momento puede matarse; taxidermista de cualquier forma de fe, capaz sin duda de cautivar a espíritus juveniles con la elocuencia de sus compactas reflexiones –los adolescentes y jóvenes adultos mexicanos, por ejemplo, constituyen el grueso de su público lector en el país–, Cioran clausura los desfiladeros de su pensamiento al paso de cualquier palabra susceptible de portar una rendija de esperanza. “Diseca cualquier creencia: ¡qué gala del corazón y, debajo, cuánta ignominia! Es lo infinito soñado en una alcantarilla y que conserva, imborrables, su huella y su hedor. Hay un notario en cada santo, un tendero en todo héroe, un portero en el mártir. En el fondo de los suspiros se esconde una mueca; a los sacrificios y a las oraciones se mezclan los vapores del burdel terrestre. Tomemos el amor: ¿hay expansión más noble, arrebato menos sospechoso? Sus estremecimientos compiten con la música, rivalizan con las lágrimas de la soledad y del éxtasis: es lo sublime, pero de una sublimidad inseparable de las vías urinarias: transportes vecinos a la excreción, cielo de las glándulas, santidad súbita de los orificios… Basta un momento de atención para que esa embriaguez, conmocionada, os arroje en las inmundicias de la fisiología, o un instante de fatiga para constatar que tanto ardor no produce más que una variedad de moco”, escribe en el libro prologado por Savater.
La atención es una clave válida para penetrar en la obra de Cioran, pues sin duda la genealogía a la que esta pertenece tiene como hilo conductor la pasión de los espíritus insomnes: Kierkegaard, Nietzsche, Wittgenstein o Camus, pensadores que optaron por no transar con la ilusión; clarividentes, a su modo. “Comenzar a pensar es comenzar a estar minado”, apunta Albert Camus en El mito de Sísifo, el ensayo que dedica a desglosar el sentido absurdo que en el fondo de sí contiene la existencia. “¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? Esto fue convirtiéndose cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida. El error (el creer en el ideal) no es ceguera, el error es cobardía. Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del coraje, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo”, afirma Friedrich Nietzsche en Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que se es. Pero Cioran los sobrepasa, a Camus y a Nietzsche, en este campo y, ante el peligro de continuar una especie de apología del martirologio coherente, asegura que “Desembarazarse de la vida es privarse de la satisfacción de reírse de ella”.
De acuerdo con la opinión de Susan Sontag, el deseo de Cioran consiste en la transmisión de lo difícil. “No se trata de que sus ensayos sean de difícil lectura, pero su moraleja, por así decir, es la interminable revelación de la dificultad. El argumento de un ensayo típico de Cioran se podría describir como un entramado de proposiciones para pensar… junto con la pulverización de las razones que inducirían a seguir sustentando semejantes ideas y, cómo no, de las razones para actuar guiándose por ellas”.
Ejemplo de la observación de Sontag podría ser el siguiente párrafo, contenido en La caída en el tiempo: “Si pudiéramos abstenernos de desear, de inmediato estaríamos a salvo de un destino; con el sacrificio de nuestra identidad, reacios a amalgamarnos al mundo, superiores a los seres, a las cosas, a nosotros mismos, obtendríamos la libertad, inseparable de un entrenamiento de anonimato y de abdicación. ‘Soy nadie, he vencido mi nombre’, exclama aquel que, no queriendo rebajarse a dejar huella, trata de conformarse a la prescripción de Epicuro: Esconde tu vida. Siempre regresamos a los antiguos cuando se trata de ese arte de vivir cuyo secreto hemos perdido en dos mil años de sobre naturaleza y de caridad compulsiva. Regresamos a la ponderación antigua en cuanto decae el frenesí que el cristianismo nos ha inculcado; la curiosidad que despiertan los sabios antiguos corresponde a una disminución de nuestra fiebre, a un regreso hacia la salud. Y volvemos a ellos porque el intervalo que nos separa del universo es más vasto que el universo mismo y, por ello, nos proponen una forma de desapego que inútilmente buscaríamos en los santos”.
En ocasiones, una sola frase le basta a Émile Cioran para inaugurar la dimensión del sinsentido ético: “No existe mayor obstáculo para lograr la liberación que la necesidad del fracaso” (Ese maldito yo). “La enfermedad, acceso involuntario de lo absoluto” (El ocaso del pensamiento). “La Nada era sin duda más cómoda. ¡Qué molesto es disolverse en el Ser!” (La tentación de existir).
El Ser en el Tiempo, dice de modos diversos Émile Michel Cioran, para quien la salida temprana de su hermoso pueblo natal significó literalmente “la expulsión del Paraíso”, es un caído, y por tanto agoniza. La disolución de su agonía en la progresión temporal que lo contiene es lo que solemos llamar historia de una vida. Así, se comprenderá que, a cien años de su nacimiento y dieciséis de su desaparición física, Cioran se pueda considerar hoy día como un pensador póstumo. La vigencia de su obra es directamente proporcional al grado de violencia aplicada actualmente por el hombre en la tarea creciente de la autodestrucción.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Titanul.Monodrama"SINGURATATE"de Emil Cioran.Premiera la Paris.Un spectacol profund si lucid.

3:56 a.m.  

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