martes, mayo 10, 2011

Dirección Brasil

En los próximos días Enrique Vila-Matas estará presentando en Sao Paulo la traducción al portugués de su celebrada novela Dublinesca.
Pues bien, sobre la experiencia del viaje (en general), nos ofrece una visión peculiar, la que a fin de cuentas, es la que debería importar.

...

Si bien ya había dado mi versión del extraño suceso de Burdeos, la de Álvaro Enrigue en El Universal, versión que en nada difiere de la mía, viene a confirmar que lo ocurrido, efectivamente, nos dejó a todos atónitos. Hace dos años, hubo un homenaje a Sergio Pitol en la Universidad de Burdeos, y hacia esa ciudad viajamos algunos de los conferenciantes. Nada más llegar, consternados profesores y alumnos nos informaron de que Pitol ni estaba ni se le esperaba en las siguientes horas. Hacía ya dos días que tendría que haber llegado, pero había olvidado el pasaporte en su casa de Xalapa y en DF había tenido que dar vuelta atrás y, en fin, entre una cosa y otra, aún no había cruzado el Atlántico.
Álvaro Enrigue cuenta el extraño momento en el que recibimos una llamada en la recepción del hotel: era el secretario de Pitol desde Xalapa, diciendo que el avión del escritor acababa por fin de despegar del aeropuerto de Benito Juárez. Nada más colgar el teléfono, Pitol se asomó por las escaleras y nos pidió ayuda para abrir una maleta. "Nunca supimos", dice Enrigue, "si el Sergio Pitol real fue al que homenajeamos al día siguiente, o el que estaba subido a un avión".
Llevo horas volando hacia Brasil. Viajar solo, desoladoramente solo, conduce a la lectura, el sueño o la escritura, también a la locura. De vez en cuando, anoto historias, impresiones, como ahora, cuando ya queda poco para llegar a São Paulo. El recuerdo de aquel Pitol duplicado en Burdeos me remite a veces a La vida privada, relato de Henry James en el que alguien, con la lógica sorpresa, descubre en un hotel suizo que mientras Clare Wawdrey, escritor de éxito, hace vida social y discute brillantemente con otros artistas en el salón del hotel, su "doble" teclea como un loco en su habitación, inmerso en su novela.
Si quisiera construir un artículo virtuoso, hablaría ahora de la cantidad de conspiraciones -en forma de conferencias, coloquios, homenajes y presentaciones- que caen sobre algunos literatos asfixiándoles, impidiéndoles dedicarse a su verdadero trabajo, el de gabinete. Y si buscara que el artículo tuviera un matiz más perverso, denunciaría que hay escritores que, asfixiados por tantos compromisos públicos, han tenido a veces que enviar a sus dobles a los "bolos" a los que habían sido invitados. Conozco a más de uno. Por eso de vez en cuando ustedes se encuentran con escritores raros que no saben responder a las preguntas más elementales: cuál es su horario habitual de trabajo, por ejemplo.
Absorto en la cuestión de la duplicidad y de los mundos paralelos, miro por la ventanilla y, en lugar de luces brasileñas, me encuentro con la noche cerrada de un planeta ignorado. Después, noto el cansancio del día ya acumulado. En 2666, la novela de Bolaño, encontramos a un Amalfitano que cree (o le gusta creer que cree) que cuando uno está en Barcelona aquellos que "están y son en Buenos Aires o el DF no existen". La diferencia horaria sería solo una máscara de la desaparición. De modo que "si uno viajaba de improviso a ciudades que en teoría no deberían existir o aún no poseían el tiempo apropiado para ponerse en pie y ensamblarse correctamente, se producía el fenómeno conocido como jet lag. No por el cansancio de uno, sino por el de aquellos que en aquel momento, si tú no hubieras viajado, deberían de estar dormidos".
Me despido de Amalfitano y busco una trayectoria de fuga de mis propios pensamientos, quizás una vía por la que pudiera pasar como una flecha para desaparecer en el horizonte. Discurrir es como correr, decía Galileo. Quizás hemos ido demasiado deprisa. Rapidez, fulgor del momento, sorpresa en el destello último del aterrizaje. Fin de trayecto. Huiré en todas las direcciones si São Paulo está dormida.

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