Inesperadamente, Vargas Vicuña

Ayer domingo Abelardo Oquendo -en La República- escribió sobre el extraordinario cuentista peruano Eleodoro Vargas Vicuña.

Creo que a muchos lectores su nombre les suene lejano. No me sorprendería.

Cuando se acerquen a su obra, inevitablemente se harán la misma pregunta que me hice yo: ¿Por qué, con el inmenso talento que poesía, escribió tan poco?

Yo tengo una respuesta al respecto, la cual podría reforzar con una anécdota que hace varios años Miguel Gutiérrez me contó sobre este escritor. Una anécdota que obnubila, en realidad. Por ahora, a lo más importante: a buscar y leer los libros de Eleodoro Vargas Vicuña.

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En el prólogo a su antología de Luis Loayza (FCE, 1997) Adolfo Castañón hace este elogio al autor y quienes lo aprecian: “El nombre de Loayza puede pronunciarse como una contraseña para identificar a los adeptos de la inteligencia literaria”. La frase alberga la idea de que tales adeptos son una minoría poseedora de competencia y sensibilidad cultivadas. Similar competencia y, sobre todo, no menor sensibilidad son necesarias para apreciar la narrativa de otro escritor peruano cuya obra, muy breve, no circula como debiera y cuyo nombre no está entre los que primero se menciona al tratar sobre el cuento en el Perú: Eleodoro Vargas Vicuña.

Inesperadamente, el recuerdo de Vargas Vicuña ha sido evocado en este columnista por la lectura de El hombre es un gran faisán en el mundo, novela de la rumana Herta Müller. Sería imposible exponer aquí, en tan cortas líneas, el porqué de esta asociación, pues no puede ser suficiente decir que tanto el mundo narrado por Vargas Vicuña como el de la novela nombrada son pequeños mundos de gentes sencillas y hondas para cuya comprensión y expresión –intensa y hermosa en ambos casos– la poesía se intuye indispensable.

Y, según se ve, no ha sido tampoco suficiente nuestra resistencia al deseo de vincular al autor de Ñahuin con un Premio Nobel como Müller y un escritor como Loayza, cuyo conocimiento engalana.