Katya Adaui en DedoMedio
Como bien sabemos, Katya Adaui acaba de publicar, vía Borrador Editores, su segundo libro de cuentos Algo se nos ha escapado. Al respecto, esta nota de Charlie Towsend en la revista DedoMedio.
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Tal vez la recuerdes de comienzos del 2000, cuando el único canal en el que uno podía informarse de lo que en verdad pasaba en el Perú –fuera de lamidas de axila y ampays a “prostivedettes”–, era Canal N. Katya narraba las noticias –los excesos de Fujimori y Montesinos, la invasión a Irak– pero un día, agotada de tanta realidad, se dedicó a su verdadera pasión: escribir ficción. Su primer libro fue Un accidente llamado familia (Matalamanga, 2007), colección de cuentos que recibió muy buenas críticas. Luego fue incluida en dos antologías: Matadoras, antología de nuevas narradoras peruanas (Estruendomudo, 2008), y Asamblea portátil. Muestrario de narradores iberoamericanos (Casatomada, 2009), esta última, una antología que reunió a los escritores menores de 35 años más representativos de la región. La presentación de su más reciente libro, Algo se nos ha escapado (Borrador Editores, 2011), fue motivo más que suficiente para pedirle que se confesara con nosotros. Solo le pedimos que omita cualquier referencia a los caóticos cierres de Dedomedio, de los que ha participado en más de una ocasión.
En mi primer recuerdo estoy llorando porque me incomoda el pañal. Alguien me carga a la sala; mis papás duermen juntos en el sofá. Sigo llorando porque no quiero que los despierten.
Corazón fue el primer libro que me estremeció. Tenía nueve años. Mamá escondía ciertos libros adultos bajo llave. Yo siempre encontraba esa llave. A los trece años leí Matar un ruiseñor. A esa edad deseé escribir. Leo mucho mientras escribo. Más leo, menos sé.
La amistad es un amor donde las segundas oportunidades existen. Me he rodeado de una familia de amigos que me ha salvado la vida infinitas veces.
Todos los años pedía que me regalaran una bicicleta. No me la daban porque creyeron que me aburriría. Tuve una propia recién a los diecisiete años y hasta hoy monto casi a diario. Los deseos profundos tienen la persistencia de la novedad. Me gusta fotografiar desde mi bicicleta en movimiento. Nunca sé cuál será el resultado. No me gustan los gimnasios. La observación de lo cotidiano es más fácil al aire libre.
Nadar, seguir el ritmo del agua. Mi abuela paterna murió ahogada en el mar; no la conocí. Papá me retaba a nadar con él en la zona más honda. Algunas veces debieron rescatarnos. Ahora yo lidero su venganza.
El pasado no te determina, pero sí a tus personajes. Por supuesto que escribir es hacer terapia. Es objetivar. No puedes mentir ni mentirte. Pero escribir es sobre todo: Descubrir.
El paladar, cuya sabiduría proviene de la práctica diaria, aprende a distinguir cuando una comida es una promulgación.
La vida es una telenovela brasilera. Mi madre insiste en que sea mexicana. Cuando se escribe uno es todo lo que ha leído, todo lo que ha amado, todo lo que ha abandonado. Escribía cuentos sobre la muerte del padre cuando papá murió.
Dos veces he estado en clases de manejo. Solo sé montar bicicleta. Todo bien con eso, excepto porque no puedo llevar a nadie.
Ser breve al escribir es enfatizar. Creo que, en el caso de las palabras, funcionalidad y estética van de la mano. Son el artefacto más preciso. Llevo un registro de frases, conversaciones, imágenes. Lo rescato cuando comienzo un cuento. Y confío en mi memoria. Escribir es mi espacio feliz, donde me hago fuerte.
Creo en el buen humor.Hay que ser muy imbécil para resistirse a una sonrisa.
No tengo miedo a morir, sino a que mueran las personas que amo. No importa qué edad tengas, nunca estás listo para la orfandad.
Corazón fue el primer libro que me estremeció. Tenía nueve años. Mamá escondía ciertos libros adultos bajo llave. Yo siempre encontraba esa llave. A los trece años leí Matar un ruiseñor. A esa edad deseé escribir. Leo mucho mientras escribo. Más leo, menos sé.
La amistad es un amor donde las segundas oportunidades existen. Me he rodeado de una familia de amigos que me ha salvado la vida infinitas veces.
Todos los años pedía que me regalaran una bicicleta. No me la daban porque creyeron que me aburriría. Tuve una propia recién a los diecisiete años y hasta hoy monto casi a diario. Los deseos profundos tienen la persistencia de la novedad. Me gusta fotografiar desde mi bicicleta en movimiento. Nunca sé cuál será el resultado. No me gustan los gimnasios. La observación de lo cotidiano es más fácil al aire libre.
Nadar, seguir el ritmo del agua. Mi abuela paterna murió ahogada en el mar; no la conocí. Papá me retaba a nadar con él en la zona más honda. Algunas veces debieron rescatarnos. Ahora yo lidero su venganza.
El pasado no te determina, pero sí a tus personajes. Por supuesto que escribir es hacer terapia. Es objetivar. No puedes mentir ni mentirte. Pero escribir es sobre todo: Descubrir.
El paladar, cuya sabiduría proviene de la práctica diaria, aprende a distinguir cuando una comida es una promulgación.
La vida es una telenovela brasilera. Mi madre insiste en que sea mexicana. Cuando se escribe uno es todo lo que ha leído, todo lo que ha amado, todo lo que ha abandonado. Escribía cuentos sobre la muerte del padre cuando papá murió.
Dos veces he estado en clases de manejo. Solo sé montar bicicleta. Todo bien con eso, excepto porque no puedo llevar a nadie.
Ser breve al escribir es enfatizar. Creo que, en el caso de las palabras, funcionalidad y estética van de la mano. Son el artefacto más preciso. Llevo un registro de frases, conversaciones, imágenes. Lo rescato cuando comienzo un cuento. Y confío en mi memoria. Escribir es mi espacio feliz, donde me hago fuerte.
Creo en el buen humor.Hay que ser muy imbécil para resistirse a una sonrisa.
No tengo miedo a morir, sino a que mueran las personas que amo. No importa qué edad tengas, nunca estás listo para la orfandad.
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