El chacal de la causa árabe
Cuando vayan a Polvos Azules, pregúntenle a Santos de Mondo Trasho por Carlos, la película de casi tres horas de Olivier Assayas sobre este terrorista, conocido también como El Chacal, de origen venezolano que le puso precio a su lucha por la causa árabe, en los setenta. Recomiendo este monumental trabajo de Assayas -si gustan también pueden comprarse la serie homónima-, pero debo decirles que está lejos de ser una obra maestra. Sobre la película y el contexto en el que se movió El chacal, este artículo de Paloma Almoguera en El Malpensante.
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Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos El Chacal, se escudó en la causa palestina para emprender sus actividades terroristas y dejar a su paso un rastro de ochenta muertes. Como un coyote que come los restos de un animal noble, El Chacal ensució el ideal del pueblo árabe con la carroña de sus crímenes.
Hijo de un abogado venezolano comunista, pasó su juventud entre fiestas trasnochadas en compañía de la burguesía de Londres y París y el mando de sanguinarias operaciones financiadas por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) o millonarios jeques árabes. La más conocida, por la que alcanzó fama internacional, fue el secuestro de una reunión entera de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Viena en 1975, en la que participaban once ministros.
Las peripecias del Chacal, apodado así por el diario The Guardian tras encontrar en el dormitorio del terrorista la conocida novela El día del Chacal, del británico Frederick Forsyth, han sido magistralmente plasmadas en un biopic por el cineasta Olivier Assayas. Carlos, le film es un trepidante recorrido de más de tres horas de duración –aunque su versión original supera las cinco-, que transporta al espectador a los años setenta y concluye con la caída del telón de acero. Es por ello que, una vez el mundo bipolar pasa a mejor vida, Ramírez (Venezuela, 1949) se quedó sin la protección de la que había gozado durante los años de la Guerra Fría.
Financiado y apoyado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Siria, Libia, Irak, Argelia, Yemen, la URSS o la República Democrática Alemana (RDA), sus hasta entonces amigos dieron la espalda al terrorista más buscado y quisieron buscar su sitio en el nuevo orden mundial. Algunos (como la RDA o la URSS ) no lo encontraron. El Chacal se exilió en Sudán, donde creyó estar a salvo. Pero la CIA y los servicios secretos franceses (Ramírez había empezado su siniestra carrera asesinando a dos policías galos y a un libanés que le había delatado) le siguieron la pista y, con la ayuda de las autoridades sudanesas, acabaron dando con su paradero en Jartum. El venezolano, convertido al islam después de años y años asesinando en aras de la causa palestina y el marxismo, acabó condenado a cadena perpetua por la justicia francesa en 1997.
Desde la prisión francesa de La Santé , donde cumple su condena, Ramírez criticó el film de Assayas y el papel de su álter ego en la gran pantalla, otro Ramírez de nombre Edgar con quien, además de apellido, comparte procedencia: "Las escenas que he visto me parecen ridículas. Se habla de terroristas y se les convierte en unos hombres histéricos que se ponen a disparar con sus metralletas, amenazando a la gente. Nada fue así. Había gran profesionalidad, se trataba de comandos muy preparados y no de una película", recogía el año pasado el diario El Mundo después de la presentación en el festival de Cannes de una película que ayuda a entender en cierta medida el terremoto geopolítico que sacude al mundo árabe.
Daniel Leconte, productor y guionista de Carlos, le film, entiende el disgusto de Ramírez al ver la cinta: “¿A quién le puede gustar verse como un terrorista controlador y oportunista?”, comenta por teléfono desde París, donde todavía la sigue promocionando en televisión y algunos festivales. Aunque a su protagonista real no le sedujeron las escenas, los expertos sí dieron su espaldarazo a la obra de Assayas, que en 2010 fue valorada como mejor película del año por la Asociación de críticos de Los Ángeles.
Y es que, lejos de ser ridículas –como Ramírez califica a las escenas-, éstas son un claro reflejo de la historia y un antecedente sin el cual no se podría entender la actualidad. Ilich Ramírez Sánchez, cabecilla de terroristas desde que contaba sólo con 21 años, vivió su juventud en la década de los setenta, cuando la OLP tomaba impulso, Houari Boumedian daba un golpe de Estado en Argelia, Sadam Hussein era designado presidente de Irak y el coronel Muamar Gadafi tomaba el poder en Libia. También durante la creación de la República Democrática Popular del Yemen (escisión del norte), el primer país árabe con un gobierno comunista y en cuyas tierras áridas el venezolano entrenaba en la lucha armada a jóvenes europeos con aspiraciones leninistas. Eran los años del declive del nasserismo, de la oposición de una parte del mundo al Estado de Israel, del equilibrio del terror entre las dos superpotencias, la URSS y Estados Unidos. En un momento como aquel, la causa palestina le iba como anillo al dedo al Chacal, que la utilizó como pretexto y escudo ideológico.
Por eso Leconte considera que fue un oportunista. “Alguien a quien, finalmente, sólo le importaba él mismo”, señala. Un hombre arrogante, despiadado, inteligente y mujeriego, según las investigaciones de su colega Assayas. Un pobre diablo. Un egocéntrico tildado de mercenario. Un verdadero chacal en su forma de asesinar: astuta y sin escrúpulos. Un tipo que vio en el panarabismo árabe, reacción a los años de colonización europea y de las aspiraciones de independencia de los países de Oriente Próximo y el norte de África, una excusa perfecta para perpetrar atentados. Aquellos países, ansiosos de autodeterminación e influencia, experimentaron revoluciones árabes de carácter nacionalista. Pero Ilich pecó de ser más papista que el Papa y, probablemente, también le cegó la ambición. A medida que la Guerra Fría boqueaba y se expandía el capitalismo, el espíritu arabista se fue disipando. Sus servicios dejaron de ser útiles. Con la constante del conflicto israelí-palestino como telón de fondo -que aún suscita agrias desavenencias en Oriente y Occidente-, Europa, Estados Unidos, Rusia y los distintos países árabes fueron buscando alianzas estratégicas. Sin olvidar el componente del petróleo en la lucha por el poder y las zonas de influencia, la fórmula “nacionalismo árabe más ejército igual a independencia” fue perdiendo fuerza y dio paso a una nueva situación.
Del panarabismo a la primavera árabe
Muchos regímenes árabes actuales son producto de golpes de Estado militares desencadenados en la segunda mitad del siglo XX, tras la descolonización. A distinta velocidad, se fueron convirtiendo de manera paulatina en regímenes represivos, donde se aplastaba sin contemplaciones cualquier atisbo de oposición, reforzando al ejército, consolidándose como auténticas oligarquías que, según la coyuntura, recibían el respaldo, el menosprecio o el ataque de los países occidentales. Leconte recuerda que “mientras en los años setenta el mundo periférico era utilizado como campo de batalla de los intereses de Estados Unidos y la URSS , ahora emerge como epicentro de su propia lucha”.
Varios factores han conducido al levantamiento popular en el archipiélago árabe: desempleo, falta de expectativas, demografía, injusticias políticas y sociales, falta de libertades, carencia de infraestructuras, corrupción generalizada… Y el azote de la recesión global. Así las cosas, el idealismo de las revoluciones de los años setenta ha dado paso a una sedición mucho más pragmática y carente de cariz religioso. Los jóvenes, hastiados de las malas condiciones de vida y movilizados a través de las redes sociales, salieron a la calle.
Sin imaginar el alcance de su gesto, la autoinmolación en diciembre del año pasado del vendedor tunecino Mohamed Bouazizi prendió la llama de una protesta que, desde su localidad natal, Sidi Bouzid, se extendió, con distinto grado de virulencia y éxito, hasta las calles de Egipto, Libia, Argelia, Bahréin, Yemen, Líbano, Jordania, Marruecos, Siria o Sudán. A pesar del abanico de particularidades que diferencian cada movimiento, hay un denominador común: el cambio de la causa arabista por la social y, en general, la exclusión –o el papel secundario- de las organizaciones islamistas. En medio de esta vorágine de acontecimientos, Estados Unidos y Europa se han movido de forma errática, sin saber muy bien si las manifestaciones de repulsa de esas sociedades hacia los sátrapas que les malgobernaban eran motivo de alabanza o una razón para inquietarse, no en vano habían sido estrechos aliados hasta ayer y, en algunos casos, sus nada democráticos dirigentes se sentaban en la Internacional Socialista.
Cambio de aires en Occidente
Para ilustrar la congoja de Europa y Estados Unidos ante el repentino tsunami árabe, basta con observar su cambiante postura hacia Libia. Si bien el ex primer ministro británico Tony Blair reforzaba en 2004 las relaciones de Europa con Libia –“dejando que las cosas del pasado sean del pasado” Henry Kissinger dixit-” y sellando su pacto con una cotizada foto junto al coronel Gadafi, siete años después esa imagen resulta anacrónica.
Entre regímenes depuestos y presidentes exiliados, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tomó la decisión de autorizar los ataques contra Libia ante la proclamada voluntad de Gadafi de aplastar militarmente a los sublevados. El otrora bautizado “Che Guevara del mundo árabe”, artífice de las más truculentas aventuras en pos de una síntesis entre islamismo y socialismo que plasmó en el llamado Libro verde, bombardea a su población mientras las potencias occidentales oscilan entre una intervención masiva y una tímida participación del lado de los rebeldes de Bengasi.
Gadafi ya no es un excéntrico bajo una jaima que se encarga de hacer de gendarme al servicio de Europa para frenar a los emigrantes africanos que intentan cruzar al viejo continente. Tampoco es un nuevo aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo. Ahora es un loco peligroso. Parece que la cita apócrifa, aunque atribuida al presidente estadounidense Theodore Roosevelt para designar al dictador nicaragüense Anastasio Somoza –“sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”-, no tiene carácter vitalicio. Los intereses cambian con el tiempo. Sadam Hussein debió darse cuenta antes de morir ahorcado.
Desde Rusia, que durante la era soviética se erigió como gran valedor del socialismo árabe –cuyo principal partido político fue el Baaz, sobre todo en Irak y Siria-, la convulsión en el Magreb y Oriente Próximo es considerada también como una “buena oportunidad para defender vías de transporte de combustible rusas, como el gasoducto del Norte (por el fondo del Báltico)”, destacaba la corresponsal de El País en Moscú, Pilar Bonet el pasado 9 de marzo. En su artículo, la periodista mencionaba la existencia de una corriente de opinión que, recuperando viejas rencillas del pasado equilibro del terror y el mundo bipolar, aboga por la teoría de la conspiración, según la cual “los amotinados actúan instigados por fuerzas externas, especialmente norteamericanas (...) En este grupo se sitúa Igor Sechin, viceprimer ministro, quien dice sospechar que los directivos de Google “manipularon” la energía popular en Egipto”.
En contraste con la postura frente a Libia, la comunidad internacional ha respondido con tibieza a la ferocidad del régimen sirio contra quienes se han hartado de la dictadura de los Assad. Siria fue, precisamente, país de acogida del Chacal hasta que el fin de la Guerra Fría le puso en una encrucijada. Entonces, como hicieron Jordania, Argelia o Libia, decidió no prestar más apoyo al terrorista para evitar futuros desaguisados diplomáticos. Ilich Ramírez, defenestrado por quienes le habían auspiciado, partió hacia Sudán, su último destino en libertad. Desde los noventa, Siria –gobernado por el Baaz durante casi medio siglo- ha extremado el control hacia la población, cuyo último exponente es la actual represión contra los sublevados.
El peso de la Liga Árabe
Sin embargo, la intervención extranjera en el país de la estirpe Assad conlleva muchos riesgos. Nicolas Sarkozy, uno de los máximos promotores de la operación de la OTAN contra las fuerzas de Gadafi, aseguraba a finales del pasado abril que “no hay razones para actuar contra Siria sin una resolución del Consejo de Seguridad, y no será fácil obtenerla”. Y es que, mientras la Liga Árabe avaló la creación de una zona de exclusión aérea en Libia –que a su vez propició la abstención de Rusia y China en la votación del Consejo-, no se concibe que suceda lo mismo en el caso sirio.
Según algunos expertos, esto se debe a que la imagen libia estaba muy deteriorada en el mundo árabe a causa de, en principio, su aproximación a Occidente y sus rencillas con los saudíes. En cambio, Siria cuenta con la estrecha colaboración de Irán y Líbano y una injerencia externa podría desatar consecuencias incalculables.
Como si de una secuencia aritmética se tratara, el terreno político árabe ha pasado por importantes puntos de inflexión cada dos décadas en los últimos sesenta años (‘70, panarabismo; ‘90, emergencia islamismo radical; 2011, revolución social). Occidente analiza desde una distancia prudente, según los casos, la posibilidad de que las sociedades árabes emergentes demanden ahora una política exterior más independiente. Según Arshin Adib-Moghaddam, profesor de la Escuela de Estudios Africanos y Orientales de la Universidad de Londres, “Estados Unidos y la UE tendrán que prepararse para las situaciones que surgirán en la región y sobre las que tendrán mucho menos control del que disponían hace un año”.
En el anterior tablero de juego el fantasma del comunismo había cambiado su antifaz por el del islamismo radical, pero ahora hay nuevas reglas para mover ficha. Ya no basta, como en el pasado, con alinearse con Estados Unidos, la URSS o sumarse al grupo de los no alineados.
Surgen nuevas causas, y la que actualmente predomina parece asumir rasgos de la democracia y el modo de vida que los jóvenes árabes llevan tiempo contemplando a través de las antenas parabólicas e internet. Paradójicamente, la cercanía a Occidente, impulsada entre la juventud en gran medida por las redes sociales, podría provocar el alejamiento de algunos países de Estados Unidos yla UE. Podría tratarse de un efecto rebote, un regreso al espíritu de autonomía de los 70 cambiando el componente arabista por el social.
Surgen nuevas causas, y la que actualmente predomina parece asumir rasgos de la democracia y el modo de vida que los jóvenes árabes llevan tiempo contemplando a través de las antenas parabólicas e internet. Paradójicamente, la cercanía a Occidente, impulsada entre la juventud en gran medida por las redes sociales, podría provocar el alejamiento de algunos países de Estados Unidos y
Una vez el panarabismo árabe perdió fuelle, emergió el islamismo radical. Pero el cadáver del más famoso terrorista islamista, Osama bin Laden, se deshace entre tiburones. Su muerte a manos de comandos estadounidenses no desató una oleada de repulsa en el mundo árabe. Las rebeliones demostraron que se podía hacer mucho más por cambiar las cosas que el terrorismo. El rostro más visible de Al Qaeda y El Chacal “coincidieron en Sudán durante dos años. Puede que hasta se conocieran”, aventura Leconte. Pero, ¿cabe la posibilidad de que planeasen un atentando juntos? “No –matiza-, eso no lo creo posible”.
En cualquier caso, el terrorismo, en sus distintas formas y disfraces, también ha sido un hilo conductor desde los setenta hasta ahora. Al apostar por la película, Leconte estaba interesado en El Chacal como “uno de los primeros terroristas internacionales que operaban a gran escala y en un periodo tan importante”. Un terrorismo de flashes y dimensión mundial que, con Ramírez en la cárcel y Osama en el fondo del océano, de momento tiene una vacante para el papel de protagonista. “Desgraciadamente –opina el productor- hay demasiadas figuras deseando reemplazar a Bin Laden”.
Aunque Chacal y Bin Laden no actuaran juntos, ambos se apoderaron de las causas de su época –el panarabismo y el islamismo- para perpetrar barbaries. No es casualidad que muchos de los países que en su día respaldaron a Ramírez estén en plena efervescencia. Por primera vez en su historia reciente, el ideal del cambio es defendido directamente por el pueblo.
Cuando aún se desconoce el rumbo que tomarán los países protagonistas de la denominada primavera árabe, al menos parece haber un deseo compartido por la mayoría: que la causa real y pacífica de los jóvenes que auparon las revoluciones no sea desvirtuada por ningún oportunista, bien en nombre de la yihad o del libre mercado.
Si eso se consigue, no tendrá cabida otro Ilich Ramírez. No volverá a haber otro Chacal de la causa árabe.
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