Toque de piedra
Contundente artículo, en La República, del periodista Augusto Álvarez Rodrich sobre la renuncia de Mario Vargas Llosa a seguir colaborando en el diario El Comercio.
No hay peor cosa que el desprestigio. El grupo El Comercio solito se ha estado yendo a la mierda.
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La renuncia de Mario Vargas Llosa a El Comercio.
Por más fuerte y doloroso que sea el mazazo –y, sin duda, lo es–, si los directivos del grupo El Comercio leyeran con cabeza fría e inteligencia la carta enviada por Mario Vargas Llosa para informarles del retiro de su columna Piedra de Toque, podrían darse cuenta del error que los ha llevado a tocar fondo en cuanto a valores fundamentales del periodismo y que, por tanto, es tiempo de parar la degradación ética a la que han metido a algunos de sus medios.
“No puedo permitir que mi columna ‘Piedra de Toque’ siga apareciendo en esa caricatura de lo que debe ser un órgano de expresión genuinamente libre, pluralista y democrático”, concluye Vargas Llosa. Se podría discrepar de los términos –yo no– pero no hay duda de que el Nobel tiene razón en el fondo.
El Comercio ha dejado de ser, para decir lo menos, independiente y veraz, y ha arrastrado en su descalabro moral a otros medios del grupo como –debo decirlo con mucha tristeza– Perú.21, diario del que fui su primer director y del cual me marché en noviembre de 2008 –cuando me botaron por querer cumplir cabalmente los principios rectores que supuestamente rigen a sus medios–, con la expectativa de que fuera un gran diario. En los últimos tiempos, sin embargo, ha caminado en sentido inverso, lo cual es una gran pena pues, aparentemente, no tenía por qué ser así, y la prueba está en la manera como se conducen otros medios del grupo como Gestión o Trome.
Un diario es lo que un director quiere que este sea. Y lo que está ocurriendo en El Comercio es la combinación de un director ausente, que firma comunicados pidiendo que se retire del costado de su nombre el del diario que supuestamente dirige, olvidando que es imposible desligar la opinión del director con la del periódico que debe liderar, y que, en la práctica, está conducido por una zarina picapleitos que actúa con la prepotencia y altanería que le puede dar un poco dinero en el bolsillo y nada de sentido común, y que se parece, curiosamente, a la prepotencia de algunos fujimoristas a los que defiende a costa de hundir la reputación del medio en el que trabaja.
Un medio puede optar por un candidato y recomendárselo a su audiencia. Pero cuando esto se hace a costa de renunciar a la verdad –el valor supremo de un periodista– y se convierte en panfleto propagandístico de un postulante, malogra su propio prestigio y puede, también, hasta perjudicar a su candidato elegido. Es probable que Ollanta Humala les deba mucho a los medios que han querido bajárselo con malas artes.
Cuando en el periodismo se confunden los valores periodísticos con los que están en la bolsa de valores, se termina contradiciendo en la praxis diaria los principios de un periodismo decente y ético y demoliendo su propio prestigio, que es lo que ya se conoce en el país y que pronto se extenderá al extranjero por la carta rigurosamente principista de Mario Vargas Llosa.
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