jueves, agosto 18, 2011

Lecciones para un niño que llega tarde


En la última edición de Babelia, Rodrigo Pinto reseña el libro de cuentos de Carlos Yushimito Lecciones para un niño que llega tarde (Duomo, 2011).
Si no me equivoco, los ejemplares del libro, que trajeron para la última FIL, volaron.

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Narrativa. Los cuentos de Carlos Yushimito son una genuina sorpresa. Desgajados de un lugar específico, tanto desde la geografía como desde las tradicionales categorías a las que se apela para clasificar, parecen brotar desde un territorio nuevo, desde una zona fronteriza que siempre está más allá, en otro lado, bañada por otra luz. Poco importa, en este sentido, si los protagonistas son personajes reciclados de El mago de Oz, aprendices de criminales que viven en alguna ciudad brasileña o niños que escapan de las clases de piano para despanzurrar insectos en el jardín; Yushimito habla desde otro lugar. Será que es peruano de origen japonés y vive en Estados Unidos. Será que este escritor de 34 años recicla con inusitado vigor distintas tradiciones y las sintetiza en una propuesta audaz y finamente trabajada, con un estilo de factura clásica que reparte por igual la claridad y la sombra, la ambigüedad y el trazo preciso, en cuentos cuya resolución nunca se reduce a una sola posibilidad de lectura, en historias complejas que nunca son breves y que, más aún, parecen más largas que las páginas que las contienen por su densidad y riqueza lingüística.

Varios de los protagonistas -como en el cuento que da título al volumen- son niños, y por esa vía hay fronteras que se abren y no solo por el ángulo más previsible -el ingreso legítimo de la fantasía, de ese modo de romper las convenciones tan propio de la infancia adoptada como motivo por la literatura-, sino también por el lado de los contornos éticos que dejan pasar la crueldad entendida también como un modo legítimo de aproximarse al otro. Que los mundos narrativos que compone Yushimito se articulen desde otro lugar implica a la mirada que describe o lee esos mundos, no al paisaje físico y humano que el autor pone en escena. Pero a su vez están tocados por una vara que los transfigura y desplaza levemente de su eje hasta el punto en que, sin dejar de ser familiares y de contornos reconocibles, dejan pasar un punto de singularidad y rareza que les proporciona una textura intensamente original. Y aunque hay relatos donde parece insinuarse un anclaje más firme en modos convencionales, no hay que descuidarse: el libro tiene, además, la virtud de la coherencia, y no deja de sorprender jamás.

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