"La sexualidad es un territorio poco explorado por los escritores"
En la revista Qué Pasa encuentro esta muy buena entrevista a Michael Cunningham (autor de Las horas), a cargo del escritor Antonio Díaz Oliva, sobre su nueva novela Cuando cae la noche.
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En algún lugar de la noche neoyorquina algo se ha quebrado. No es, vale aclarar, nada material. Es un compromiso. Un matrimonio. Y si somos minuciosos, en verdad deberíamos decir que algo se ha trizado. Porque algo sucederá con Peter Harris y Rebecca, matrimonio perfecto por más de veinte años, ambos profesionales que se acercan peligrosamente a los cuarenta años. Peter es un dealer de arte, por lo que se mueve en un ambiente burgués y sofisticado hasta la médula. Un ambiente donde siempre hay agua mineral Perrier, paté foie gras en ridículos canapés, anécdotas sobre los últimos viajes a la India o Francia y conversas entre matrimonios liberales estadounidenses en los que -por supuesto- la mujer mantiene su apellido de soltera.
Y aquel orden no sufre modificaciones. O no las sufre hasta la visita de Dizzy, el hermano menor de Rebecca y a quien podríamos denominar -en buen chileno- como un tiro al aire. Dizzy, el veinteañero Dizzy, nunca ha logrado encauzar su vida: entre otras cosas, ha ingresado a la universidad varias veces y, pese a que le va bien, abandona los semestres en la mitad, además de arrastrar un pasado de drogadicto que resurge de vez en cuando. Y ahora, luego de un viaje a China, decide pasar un tiempo en casa de su hermana. Para Peter Harris -quien, por lo demás, ya comienza a hastiarse de su trabajo-, Dizzy es la siempre atrayente imagen de la juventud. Por eso, no se resiste a caminar cerca del sofá donde Dizzy duerme por las noches o provocar encontrones en la cocina que terminen en flirteos de miradas. Hasta llegar, claro, al episodio frente a la playa, en que los labios de ambos se encuentran.
De esa forma, a través de diálogos que pasan como en una película, uno entra en Cuando cae la noche, la nueva novela del estadounidense Michael Cunningham (58), recientemente publicada en Chile. Una historia donde, al igual que en el resto de la obra del autor de Las horas, se repiten temas. El más notorio -e inevitable- es el de la homosexualidad. Aunque también hay divagaciones sobre el matrimonio y una panorámica al mundillo neoyorquino esnob. "Los personajes viven absolutamente en una burbuja burguesa, pero no quería hacerlo, espero, como una forma de cuestionar su privilegio, sino para preguntarse e indagar sobre esa clase. Para mí, un verdadero burgués es alguien que no se cuestiona su lugar en el sistema social o en el mundo global actual", dice Cunningham para Qué Pasa desde, justamente, Nueva York, su residencia desde hace ya muchos años.
-¿Entonces no diría que es una novela sobre una clase social en específico?
-Diría que Cuando cae la noche es sobre un hombre en crisis. La mayoría de las novelas, si es que son buenas, tratan de gente en crisis. Gente cuyas vidas cambiarán, tal vez de manera sutil, dramática o incluso catastróficamente. Ése es el terreno en el cual un escritor habita. No creo que necesitemos libros -o, bueno, tal vez yo no los necesito- sobre vidas normales en las que todo seguirá igual que siempre.
-Gran parte de la crisis del protagonista es porque empieza a dudar de su sexualidad. De hecho en un momento Peter piensa: "Acéptalo, como muchos hombres, tienes una vena homosexual. ¿Por qué ibas a querer tú o cualquiera no tenerla?".
-Sí. Para mí la sexualidad humana es algo complejo. Estoy sumamente convencido que cada uno de nosotros tiene su propia sexualidad. Y que nuestras sexualidades privadas son tan particulares, que términos como gay, heterosexual y bisexual no tienen sentido y se quedan cortos.
-¿Y cómo lidia usted con eso?
-Aunque me identifico como una persona gay, te puedo decir que mi sentido de lo romántico y lo erótico es igual de diferente que el de mi mejor amigo gay o que el de mis amigos heterosexuales. Es parte de la tarea del escritor del siglo XXI explorar todas las variedades y complejidades, y contradicciones e inconsistencias de las sexualidades de sus personajes. Además, hay que recordar que escritores de otros tiempos no podían ser tan explícitos en este tema. La sexualidad, en todas sus ramificaciones y peculiaridades, es uno de los territorios menos explorados por los escritores actuales.
Horas pasadas
Es cierto: Las horas (1998) fue su carta de presentación. Había escrito tres novelas antes, pero este libro -que fue adaptado al cine el 2002- no sólo le permitió ser el ganador de un premio como el Pulitzer, sino que amplió su base de lectores. A punto de cumplirse diez años desde esa adaptación (que estuvo nominada al Oscar como la Mejor Película), Cunningham sigue respondiendo preguntas sobre la novela. No le molesta. Sabe que, sin ese libro, sus actuales trabajos no tendrían tanta repercusión. Por eso, la ocasión en que entró a una sala de cine para ver lo que habían hecho con su historia, asegura, fue casi como un sueño. "Ayudó, por supuesto, que los actores eran brillantes. Y cada vez que veo el film desde ese entonces, lo siento como algo diferente, una pieza de arte paralela. Casi como una obra de arte basada en otra pintura hecha por otro artista".
-¿Cómo enfrentaba cada libro que editaba antes del éxito de Las horas?
-Para el tiempo en que esa novela iba a ser publicada, ya estaba bastante resignado a la idea de que pasaría el resto de mi vida escribiendo historias que no serían ampliamente leídas. Y que ése, a la vez, no era el peor de todos mis posibles destinos. Mal que mal, varios de mis escritores favoritos no son ampliamente leídos.
-Me imagino que llegado un momento, cuando ya se está en la cima y ha pasado un tiempo, es posible aburrirse de ese nuevo estatus, por muy exitoso que sea. ¿Le sucedió algo similar?
-Bueno, principalmente, la presión es una de las cosas que, al ser un escritor más visible, se odia. Por eso es fácil hacerse la siguiente pregunta: ¿pasaré mi vida plagado de gente que, en esencia, quiere que escriba algo tipo Las horas una y otra vez? Y, claro, estuve los primeros veinticinco años de mi vida escritural trabajando desde un sentimiento de indignación por sentirme subapreciado, subreconocido, subpagado. Pero luego, de un día a otro, con el éxito, me sentía repentinamente sobreapreciado, sobrreconocido, sobrepagado. Es fácil, a veces, verse como uno de esos mismos gatos viejos que antes solían molestarme.
Así, Las horas es una ficción construida a partir de tres historias que se relacionan -unas de forma tangencial y otras de forma directa- con la novela Mrs. Dalloway de Virginia Woolf. Y en donde, ni más ni menos, sus protagonistas son representadas por actrices de la talla de Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman. Pero lo curioso, en todo caso, es que la relación entre Virginia Woolf y Michael Cunningham partió mal. O, por lo menos, de forma azarosa. Para entender eso hay que remontarse a Los Ángeles, la ciudad donde Cunningham creció, y donde, aclara, iba a "un colegio mediocre" en el que él, asimismo, era un "estudiante mediocre". Fue entonces, en uno de los tantos recreos, cuando vio a una chica que le gustaba con un libro en sus manos: Mrs. Dalloway. "Eso me llevó a leer a Virginia Woolf, ya que ella lo estaba haciendo, y yo quería impresionarla".
-¿Y cómo fue ese primer encuentro con la literatura de Woolf?
-La encontré incomprensible. No entendí qué sucedía, quién era quién, de qué trataba la historia o si por lo menos había algún hecho concreto detectable. De todas maneras, pese a que era un quinceañero, pude percibir algo de la belleza y balance y complejidad y gracia de sus frases. Nunca había visto una prosa como ésa. Y no sabía que se podía producir algo como eso sólo con papel y tinta. Recuerdo haber pensado: "Wow, ella hace con el lenguaje lo mismo que Jimi Hendrix con una guitarra".
-¿Pero le sirvió con la chica?
-No. Leer la novela de Virginia no me ayudó en nada en ese sentido. Cuando le comenté que estaba en su misma onda, ella ya había pasado la etapa Woolf y estaba leyendo a James Joyce. Pero así es el amor: siempre, en algún momento, te romperán tu corazón. La literatura, por lo menos, es constante.
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