Literatura Magazine
De todos los textos que vengo leyendo de la última novela de Michel Houllebecq, El mapa y el territorio, este de Ignacio Echevarría, en El Cultural.es, parece poner las cosas en su lugar. De paso, el crítico nos deja esta estupenda reseña de Nadal Suau
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La última novela de Michel Houellebecq, El mapa y el territorio (Anagrama), ha sido la estrella de la rentrée literaria. Ganadora del último Premio Goncourt, ha llegado a nuestro país precedida de los entusiastas clamores de buena parte de la crítica francesa, que la ha señalado como la mejor novela de su autor. La recepción que la prensa española viene brindando al libro tiende, en general, a ratificar esta valoración, que matiza y corrige muy bien la estupenda reseña publicada por Nadal Suau en este mismo suplemento, hace ahora tres semanas. Léanla, háganse el favor, si no lo hicieron en su momento, pues se trata de una pieza verdaderamente ejemplar.
Por mi parte, quiero recoger aquí un pasaje que me parece especialmente perspicaz. Dice Suau que “en Houellebecq, como él mismo escribió sobre Lovecraft, hay algo que ‘no es del todo literario'. El francés es un autor imprescindible, pero no un excelente escritor. Quiero decir que sus libros parecían hasta ahora esbozos a la espera de obtener una verdadera forma artística, y a mí me parecía bien así, eso casaba perfectamente con su desnuda convicción de acabamiento del mundo, con su conciencia de callejón sin salida. Era una propuesta interesante: novelas de urgencia para explicar qué está pasando, insinuando que el estilo es hoy por hoy una imposibilidad. Pero de pronto, El mapa y el territorio intenta ser literaria en un sentido perfectamente goncourtiano”.
Parece evidente que es esa pátina de literariedad, en el sentido goncourtiano, lo que ha conseguido disipar la aprensión que algunos sentían hacia un autor que, en efecto, no terminaba de parecerles “del todo literario”. Lo sorprendente, sin embargo, es que, tan contentos con reconocerlo por fin como escritor literario, no reparen en que lo literario, precisamente -como Suau no deja de sugerir-, se le da bastante mal a Houellebecq. Se le da pésimo, de hecho. Desde el punto de vista narrativo, El mapa y el territorio es una verdadera calamidad; lo mismo da que la hayan celebrado como la novela más “clásica” de su autor. Suau hace bien en sospechar si no estarán queriendo decir más “convencional”.
Lo que confiere su aliciente particular a un autor como Houellebecq es eso mismo, que “no es del todo literario”. Más allá de sus actitudes más o menos provocadoras, lo que lo convierte en un escritor significativo de nuestro tiempo es la forma tan desinhibida con que se sirve del molde novelesco para hacer -mejor que nadie hasta el momento- lo que podríamos considerar “literatura magazine”.
La literatura magazine es algo sustancialmente distinto a lo que se entiende por literatura periodística. Viene a ser una mezcla de etnología social, de revista de actualidad cultural, de filosofía de salón, de radar de tendencias, de guía para esnobs, de humorismo crítico, de vaciados de Wikipedia… en fin, de todo eso que se despliega semanalmente, con gran lujo de medios, en cualquiera de los magazines dominicales de la prensa diaria.
Como en ellos, hay en El mapa y el territorio un tema sensacionalista de portada (“el fin de la era industrial”, como se ha dicho pomposamente), un perfil/entrevista con un personaje de postín (el mismísimo Michel Houellebecq, para el caso), varios reportajes sobre temas más a menos “candentes” (las transformaciones del mercado del arte, el recambio de las elites a las que van destinados los productos de lujo, el neorruralismo en auge), las habituales secciones de turismo, gastronomía, música, literatura, televisión, estilo, salud, vida sexual, motor, fotografía, nuevas tecnologías (con bien informadas comparativas entre marcas), un relato policial, amenas curiosidades (sobre la mosca doméstica, sobre cómo se introdujo en la corte de Francisco I ese gracioso perrito de compañía que es el bichón boloñés, etc.), todo ello sostenido -y eso es lo mejor- por incisivas columnas de opinión, a la manera de las que firman habitualmente plumas intempestivas como las de Arcadi Espada o Félix de Azúa, por ejemplo.
Literatura magazine, pues. Que, en este caso, bajo su sobreactuado nihilismo no deja de segregar una ideología básicamente conservadora, de naturaleza reaccionaria, dicho sea en el sentido más cabal y respetable del término. Y que, precisamente por la urgencia con que trata de “explicar qué está pasando”, renuncia a la dimensión más propia de lo literario, que no es propiamente explicar lo que está pasando ni lo que deja de pasar sino más bien comprenderlo, en el doble sentido que tiene el verbo comprender: entender y abarcar, contener. Así, en cursivas, como a Houellebecq le gusta.
Por mi parte, quiero recoger aquí un pasaje que me parece especialmente perspicaz. Dice Suau que “en Houellebecq, como él mismo escribió sobre Lovecraft, hay algo que ‘no es del todo literario'. El francés es un autor imprescindible, pero no un excelente escritor. Quiero decir que sus libros parecían hasta ahora esbozos a la espera de obtener una verdadera forma artística, y a mí me parecía bien así, eso casaba perfectamente con su desnuda convicción de acabamiento del mundo, con su conciencia de callejón sin salida. Era una propuesta interesante: novelas de urgencia para explicar qué está pasando, insinuando que el estilo es hoy por hoy una imposibilidad. Pero de pronto, El mapa y el territorio intenta ser literaria en un sentido perfectamente goncourtiano”.
Parece evidente que es esa pátina de literariedad, en el sentido goncourtiano, lo que ha conseguido disipar la aprensión que algunos sentían hacia un autor que, en efecto, no terminaba de parecerles “del todo literario”. Lo sorprendente, sin embargo, es que, tan contentos con reconocerlo por fin como escritor literario, no reparen en que lo literario, precisamente -como Suau no deja de sugerir-, se le da bastante mal a Houellebecq. Se le da pésimo, de hecho. Desde el punto de vista narrativo, El mapa y el territorio es una verdadera calamidad; lo mismo da que la hayan celebrado como la novela más “clásica” de su autor. Suau hace bien en sospechar si no estarán queriendo decir más “convencional”.
Lo que confiere su aliciente particular a un autor como Houellebecq es eso mismo, que “no es del todo literario”. Más allá de sus actitudes más o menos provocadoras, lo que lo convierte en un escritor significativo de nuestro tiempo es la forma tan desinhibida con que se sirve del molde novelesco para hacer -mejor que nadie hasta el momento- lo que podríamos considerar “literatura magazine”.
La literatura magazine es algo sustancialmente distinto a lo que se entiende por literatura periodística. Viene a ser una mezcla de etnología social, de revista de actualidad cultural, de filosofía de salón, de radar de tendencias, de guía para esnobs, de humorismo crítico, de vaciados de Wikipedia… en fin, de todo eso que se despliega semanalmente, con gran lujo de medios, en cualquiera de los magazines dominicales de la prensa diaria.
Como en ellos, hay en El mapa y el territorio un tema sensacionalista de portada (“el fin de la era industrial”, como se ha dicho pomposamente), un perfil/entrevista con un personaje de postín (el mismísimo Michel Houellebecq, para el caso), varios reportajes sobre temas más a menos “candentes” (las transformaciones del mercado del arte, el recambio de las elites a las que van destinados los productos de lujo, el neorruralismo en auge), las habituales secciones de turismo, gastronomía, música, literatura, televisión, estilo, salud, vida sexual, motor, fotografía, nuevas tecnologías (con bien informadas comparativas entre marcas), un relato policial, amenas curiosidades (sobre la mosca doméstica, sobre cómo se introdujo en la corte de Francisco I ese gracioso perrito de compañía que es el bichón boloñés, etc.), todo ello sostenido -y eso es lo mejor- por incisivas columnas de opinión, a la manera de las que firman habitualmente plumas intempestivas como las de Arcadi Espada o Félix de Azúa, por ejemplo.
Literatura magazine, pues. Que, en este caso, bajo su sobreactuado nihilismo no deja de segregar una ideología básicamente conservadora, de naturaleza reaccionaria, dicho sea en el sentido más cabal y respetable del término. Y que, precisamente por la urgencia con que trata de “explicar qué está pasando”, renuncia a la dimensión más propia de lo literario, que no es propiamente explicar lo que está pasando ni lo que deja de pasar sino más bien comprenderlo, en el doble sentido que tiene el verbo comprender: entender y abarcar, contener. Así, en cursivas, como a Houellebecq le gusta.
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