domingo, diciembre 04, 2011

En la yugular 3

A continuación, tres novelas para el tercer post de En la yugular.



1.

No existen palabras para definir al libro Soy puerto para el bien, Soy puerto para el mal (Mesa Redonda, 2011). En el texto de contraportada, Fernando Ampuero dice lo siguiente:

El lector no encontrará nada grato, ni estimulante, ni divertido en estas páginas. Aquí solo flotan, sobre un charco de inmundicias, las miserias de un individuo enfermo que desprecia al mundo civilizado. Aquí solo habita un asesino autoindulgente que se regocija matando a su prójimo y provocando desastres. Personas sensibles, abstenerse; personas amantes del lirismo y la sintaxis, también. Todo aquel que cruce la puerta de este infierno de anomalías y violencias sin culpa, corre el riesgo de ensuciar su alma.

Me acerqué a esta novela de José Tola con excesivo interés. Años atrás me había gustado muchísimo Ego azul, su primera incursión narrativa. Sin embargo, Soy puerto para el Bien, soy puerto para el Mal pretende erigirse como el diario de un desarraigado, de un psicópata, pero Tola confunde efectismo descriptivo con intensidad, dejó de lado la oscura y áspera prosa lírica de Ego azul por un exhaustivo viaje hacia los detalles sexuales y sanguinarios del protagonista para con las mujeres que se cruzan con él. Se supone que nos presentaban las aventuras de un desquiciado, pero no, tenemos un protagonista que dista de ser lo que cree que es y no es más que un posero cuyos crímenes no serían tomados en cuenta ni por el Serenazgo de La Punta.

Tola, para esta segunda novela, cometió el error de pensar demasiado, si hubiera privilegiado el voltaje verbal, la corrosiva irracionalidad (y que calza tan bien en los diarios), que le conocía,  habríamos estado ante algo muy pero muy distinto.

2.

Para bien o para mal, le presto mucha atención a las primeras novelas. Por lo general, si un autor quiere empezar bien, apuntando a que la crítica lo trate con mano blanda, se lanza con un texto muy bien escrito y cumplidor y que también juegue con ciertos experimentos estructurales. Hacerlo no tiene nada de malo. Pero como lector extraño la ambición, algo que contadísimas he visto en nuevos autores peruanos, siendo a la fecha La evasión de Christopher Van Ginhoven la más destacada primera novela.

Fernando Sarmiento hace su entrada en el mundo literario con Clash City Loose (Casatomada). Sarmiento quiso dar la hora, lo intentó, nos entregó una novela que quería abarcar toda una generación de desarraigados que no saben qué hacer con sus vidas, canalizando el pulso de su trabajo a través del desamor, el refugio en la música y los referentes audiovisuales. Ricardo, su protagonista, tiene mucho de Rob Flemming de Alta fidelidad, la deliciosa novela de Nick Hornby, por la que me aventuro a especular que vendría a ser el título mentor detrás de esta entrega.

Sin embargo, CCL, narrada en ritmo ágil que se agradece y carente de lugares comunes, cae, y más de una vez, en una fastidiosa repetición temática. Sabemos que Ricardo es alguien que tiene que madurar a la fuerza, pero cansa ver sus mismas vicisitudes (disfrazadas, obviamente) a lo largo de los capítulos. Se sabe lo que se leerá en la página 292 desde la 30.

Ningún proyecto narrativo debe concebirse sin ambición, pero en este caso ella le genera más de un problema a este autor debutante, porque termina aburriendo, y de ese aburrimiento no nos salva ni siquiera la muy buena música que  nos regala.

Clash City Loose es una novela que pudo ser… No es mala. Pero esta necesitaba más de un tijeretazo. (¿Imposición del autor? ¿Dejadez del editor?) De haber sido así, estaríamos en estos momentos celebrando una publicación interesante, o a lo mejor buena.



3.

No es primicia: Iván Thays es uno de los escribas más resistidos en el pueblito de la literatura peruana. Los motivos pueden ser miles (algunos atendibles y otros risibles)… Más de uno devalúa su obra sin conocerla bien, sea porque no interesa la tradición en la que esta se inscribe o por cuestiones personales, políticas e ideológicas. Con Thays se cumple lo que ya he dicho: aquí leemos personas, no libros.
La lectura de su último título Un sueño fugaz (Anagrama- Océano, 2011), me hace olvidar la nefasta Un lugar llamado Oreja de Perro. Se hace imperioso consignarlo porque nos regresa al mejor Thays, al que en su momento, por poética, llegó a ejercer un saludable magisterio en algunos nuevos narradores peruanos.
Para Un sueño… el autor se valió del conjunto de cuentos ‘Los alces premeditados’, incluidos en La disciplina de la vanidad, celebrada publicación, por demás, a los que les ha sumado dos textos, “Prólogo: Blanca Nieves en Nueva York” y “Epílogo: La visita al maestro” (¿guiño a Philip Roth?), determinando de esta forma la coherencia del híbrido, ya que no estamos ante una novela, menos un cuentario. Con esta estrategia nos encontramos con los aspirantes a escritores del taller Centeno y somos testigos entonces de un melifluo viaje por los predios de la literatura como medio, es decir, de la motivación por conseguir a como dé lugar el éxito y el reconocimiento, pero no contado desde arriba, sino desde el fracaso, desde la mezquindad condimentada con humor e inteligencia, que de hecho gustará a los lectores de las parcelas metaliterarias.
Pero también esta lectura me permitido llegar a esta certeza personal: Thays es un excelente prosista (creo que esto no es novedad). Sin embargo, me ha costado creer en la configuración moral de los personajes, demasiado acartonados, plásticos, como si fueran robots, seres humanos sin alma, sin demonios.
La literatura, al menos para mí, no es solo escribir muy bien, es también transmitir, dejar en el lector una sensación efímera, “un algo más”, o, en el mejor de los casos, imperecedera.

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